Anotaciones acerca de la relación capitalista entre

Trabajo y Riqueza

ÍNDICE II. PRODUCCIÓN

I. LA PROPIEDAD ES EL PODER DE MANDO SOBRE EL TRABAJO

En el capitalismo no se trabaja para abastecer a la gente con la diversidad de objetos de uso que se necesitan, con riquezas materiales, sino para ganar dinero. Todos los miembros de la sociedad burguesa, incluidas todas las profesiones y clases sociales, tienen el idéntico objetivo económico: adquirir propiedad en forma de dinero. Y esto es así porque tiene vigor universal el principio capitalista de que el hecho de que una persona pueda satisfacer una necesidad o no, no depende solamente de que el respectivo producto exista, sino de un derecho de disposición exclusiva sobre este producto: es cuestión de propiedad. Todo lo que en esta sociedad se produce es propiedad: se producen objetos sometidos a una disposición exclusiva y privada que por principio priva de ellos a quienes los necesitan.

Por ello los miembros de esta sociedad igualadora, en la que todos aspiran a ganar dinero, se distinguen económicamente en un aspecto decisivo: Por un lado están los que ya tienen dinero y por el otro los que están obligados a ganárselo primero.

Los que tienen que trabajar para adquirir algo en propiedad porque las riquezas materiales de la sociedad pertenecen a otros, necesitan de una persona con dinero que les pague por su trabajo. El que su propio trabajo les proporcione a ellos el dinero necesario para acceder al mundo de las mercancías, tiene una condición: su trabajo le tiene que servir al que les paga dinero –que por su parte tiene exactamente el mismo objetivo: ganar dinero para sí mismo–. Quien gane su dinero trabajando crea simultáneamente propiedad en dos manos: en la suya y en una ajena. Para este último por contrario, la situación es al revés: Aquél que tiene suficiente dinero tiene la posibilidad de dar dinero a otros, cuyo trabajo aumente el dinero que él mismo ya tiene.

Indiferente ante tal diferencia, el capitalismo cuenta ambos caracteres económicos entre su “población activa”. Sin embargo, nadie pone en duda los diferentes rendimientos del trabajo que unos efectúan y otros emplean: el trabajo crea una propiedad que aumenta la que ya existe; y al trabajador le proporciona un dinero que nunca le convertirá en propietario en este sentido. Si el trabajo se efectúa para ganar dinero, no es que el dinero sea una mera herramienta útil en la organización del trabajo, sino que el trabajo está sometido al dinero y le sirve de fuente. Lo que sea del trabajo en el capitalismo lo determinará exclusivamente el uso que hace de él la propiedad que actúa como capital.

1. La propiedad –el poder de disposición exclusiva– disocia el trabajo y el provecho y manda sobre la satisfacción de las necesidades sociales.

Si fuese la finalidad de la vida económica de las naciones que la gente se abasteciera de la mejor manera y con el mínimo esfuerzo, se averiguarían las necesidades y se organizaría el trabajo de la sociedad a fin de proporcionar los bienes necesarios y deseables. Los problemas económicos serían: organizar el trabajo, aplicar la tecnología adecuada y distribuir los productos. A esos hombres inteligentes que en el capitalismo tienen que planificar y realizar las más absurdas y complicadas “estrategias de producción” y “de márketing”, sólo les quedaría la pregunta (tan simple en comparación) de cómo producir las riquezas con poco esfuerzo y hacerlas disponibles para todos. Nadie se dedicaría a reflexiones del tipo de si “esto podría funcionar” o no, porque la finalidad establecida ya es la respuesta.1

El capitalismo funciona de otra manera – y dicho sea de paso, nadie pregunta “si esto puede funcionar”, por no hablar de dudas acerca de la finalidad social vigente, sólo porque muchísima gente no tiene éxito en el objetivo que todos persiguen. Éste consiste en ganar dinero, lo máximo posible. Lo persiguen por igual todos los miembros de la sociedad burguesa: personas de pocos ingresos y de ingresos altos, la clase media y los sindicalistas, capitalistas y funcionarios. Todos quieren lo mismo y les parece lo más normal del mundo tanto que se trabaje y se ofrezcan mercancías, como que se produzca y se presten servicios para ganar un salario, un sueldo, un honorario u otro tipo de remuneración – en una palabra: para ganar dinero.2

En lo que gasten su dinero es exclusivamente asunto suyo. Con el dinero disponen de un trozo de libertad real: de la posibilidad (limitada, claro está) de cumplir cualquier deseo; de la llave de acceso a un mundo inagotable de mercancías. Este es el lado positivo del dinero que todos aprecian.

Claro que por lo menos la inmensa mayoría también conoce el lado opuesto: Una vez gastado en dinero se acaba el libre acceso. Los bienes deseados y necesitados siguen existiendo, pero dejan de estar disponibles. El dinero hace posible satisfacer los deseos, pero esto no significa ninguna garantía de que realmente se satisfaga ni un solo deseo.

Esta diferencia entre la mera posibilidad y la garantía del consumo tiene un aspecto cuantitativo y un principio. Es la cantidad del dinero a disposición la que decide sobre los límites del consumo, de modo que todos los problemas se convierten en uno solo: hay que ganar más. Esta necesidad principal y general en el capitalismo se debe a la particularidad de este modo de producción: a que todos los productos que uno necesite están producidos, pero no disponibles: son propiedad privada, productos disociados de quienes los necesitan. Y esta es la finalidad de la producción de estos bienes: Que aquellos que no los necesitan para su propio consumo hagan negocio con ellos, mientras que quienes los necesitan se vean privados de ellos. Esa es entonces la base para que suceda la transacción que caracteriza al capitalismo, y que es: pagar para que la mercancía esté disponible donde uno la necesita. Esto no lo ha inventado nadie, como un método inteligente para distribuir los bienes quizás. Es al revés: Lo que se produce es propiedad privada. Lo que interesa del producto es que otorga un poder de disposición; un poder que no busca seguir pegado al objeto en sí, sino convertirse en poder de adquisición abstracto, separado del respectivo producto, un poder exclusivo, que se materializa y cuantifica en el dinero.

Por eso el producto no puede ser “distribuido” a sus consumidores de otra manera más que a través de la venta: Hasta que no se vende el producto, la finalidad de la producción no se ha cumplido, a pesar de que materialmente, el producto está completamente listo. El producto como tal no importa, o importa sólo como medio para otro objetivo: En el fondo, lo que se produce es el dinero que se ganará con el producto: lo que vale en dinero la cosa para el que la posee.

Por tanto no es que el asunto esté terminado una vez producidos los bienes materiales, porque la sociedad disponga ahora de algunos medios de producción y consumo más y ya está, sino que la producción de los artículos para la venta establece la necesidad de que todo el mundo tenga que ganar dinero, sea cómo sea y con lo que sea, para poder apropiarse de los productos. Sin comprarlos, nadie tiene derecho a consumirlos.
El trabajo productivo por su parte se define como una variante de trabajo, sin importar su producto concreto, como una entre muchas maneras de ganar dinero, y que sólo a través del dinero que gracias a él se gana, proporciona el acceso a los bienes producidos.

La propiedad disocia fundamental y radicalmente la producción de la riqueza y la disposición de los bienes de consumo, desune lo que son las dos caras de la misma moneda, el trabajo y el provecho, igual que el provecho y la necesidad; se impone a sí misma como la condición decisiva para relacionarlas, y como tal las divorcia: el trabajo aspira a la propiedad porque cualquier provecho reside en la propiedad. – Este es el primer principio en la lógica de la economía capitalista.

Resultan algunas consecuencias muy particulares para las actividades económicas de la sociedad sometida a este principio: En primer lugar, el hecho de que poseer dinero sea lo que decide sobre la satisfacción de una necesidad, genera una jerarquía de las necesidades: Formalmente no hay otro criterio para el consumo que la preferencia individual; claro que dentro del margen del dinero adquirido, pero la manera en que uno se las arregle es cuestión de gusto individual.3 Materialmente, lo que define las necesidades que se puedan satisfacer es el poder adquisitivo individual, y mientras exista este modo de producción seguirá pudiendo contemplarse el “contraste inmediato de pobreza y riqueza” en diferentes dimensiones. La consecuencia para lo que suele llamarse “la división del trabajo en la sociedad” tiene un carácter análogo: Sin duda alguna, en el capitalismo se produce de forma social; las mercancías no se producen para la subsistencia del productor, sino para la venta, y en este sentido están destinadas a las necesidades en la sociedad. Pero la relación entre los diferentes ramos de producción, que dependen materialmente el uno del otro, no es definida por la posición que tienen como trabajos parciales de la sociedad, sino que resulta de la relación antagónica entre los propietarios, que se niegan a cualquier cooperación planificada, pero que al otro lado se necesitan mutuamente como clientes capaces de pagar. El contexto necesario lo proporciona el poder privado del dinero; cuando éste se ha establecido con todas sus consecuencias, considerando nada más que el resultado final, parece como si existiera una colaboración de los participantes productivos en el mercado.4
Finalmente, el que cualquier actividad económica en el capitalismo aspire a ganar dinero, implica una actitud bastante perversa hacia el trabajo: En la economía capitalista, el trabajo no figura como el esfuerzo que es y que sigue siendo, y que por tanto habría que minimizar con todas las fuerzas, sino que se convierte él mismo en un objetivo. Pues cuanto más se trabaje, más propiedad se crea; la utilidad del trabajo no consiste en lo que produce, sino en el dinero que se gana con él, y por lo tanto, a todos los niveles de remuneración, el trabajo es tanto más útil cuanto más se trabaje. Si se tratara de organizar el trabajo necesario repartiéndolo entre los miembros de la sociedad, el crear riqueza verdadera y disponible para todos sería un asunto que terminaría en algún momento (considerando el nivel de la productividad ni duraría mucho tiempo siquiera); en cambio, el trabajo que se efectúa para ganar dinero no puede terminar nunca, los intereses puestos en que siga teniendo lugar son insaciables.5 El “aspecto” que determina la vida de aquellos a quienes les ha tocado el papel de trabajadores –o sea: dejarse el lomo y sacrificar toda su vida– no es digno de consideración en la lógica de las actividades económicas que aspiran a ganar dinero con el trabajo –un primer indicio de que este tipo de gente no son los que se benefician del capitalismo y de que la propiedad privada no fue instituida como finalidad del trabajo para hacerles un favor a ellos–.

Es, entonces, una ley universal del capitalismo que cualquier provecho depende de la propiedad. Para que esta dependencia negativa se convierta en una relación positiva, para que la propiedad adquirida garantice el provecho, la cantidad de la propiedad privada de la que uno dispone tiene que alcanzar una determinada cualidad.

2. La propiedad define una relación de clases: el trabajo sirve a crear riqueza ajena.

En el capitalismo se trabaja para ganar dinero; las actividades productivas que crean la riqueza social no tienen nada que ver con sus productos porque todo se centra en un sólo producto, la adquisición de dinero; este objetivo se considera tan normal que vice versa cualquier actividad que resulte en dinero se llama “trabajo” –como es sabido, los ministros, los artistas y los agentes de bolsa “trabajan” igual que los que ejercen la profesión de “trabajadores”– sin que nadie quiera notar en estas actividades económicas diferencias fundamentales. Estando así las cosas, lo importante y decisivo es una sola diferencia: Si uno ya tiene dinero o no.

- El que no posea propiedad en un mundo en el que todos los objetos útiles son propiedad de alguien, ni siquiera puede ponerse a trabajar y crear propiedad. Para ello le faltan los medios necesarios –que también son propiedad de alguien. Por tanto le hace falta un propietario que posea medios de producción y que le pague para que sea útil –útil, claro, para el propietario; si no, ¿qué razón tendría éste para pagarle dinero? Al fin y al cabo, el asunto del propietario también es ganar dinero y no regalarlo a cualquiera. Satisfacer este interés es la condición para que la persona que, por falta de propiedad, necesite trabajo, pueda ganar dinero. Con su trabajo tiene que crear propiedad adicional para el propietario que le emplea, para que éste le pague algo. La intención del trabajador no deja de ser ganar dinero para sí mismo; sólo se nota lo que significa tener que ganar dinero sin disponer ya de suficiente. En este caso, el trabajo se convierte en una fuente doble de dinero: Dota de dinero al que trabaja a condición de que enriquezca al que ya tiene dinero. Expresado así también queda claro que las dos partidas no salen igual de beneficiadas del trabajo. Para los que quieran participar en el capitalismo sin tener propiedad, es verdad que su único medio de subsistencia del que disponen es el trabajo; sin embargo, en el sentido estricto, no es su propio medio, sino que sólo se convierte en medio suyo en cuanto y mientras sirva de fuente de ingresos al propietario de una empresa. Los trabajadores producen propiedad, pero –contrario al sentido de la palabra– propiedad ajena.

- Vice versa, el que disponga de suficiente propiedad puede hacer de ella su fuente de ingresos invirtiéndola en una empresa y pagando a personas que necesiten dinero –para que trabajen allí y produzcan cosas para la venta; valores, que con el derecho del propietario le pertenecen a él y le aumentan, una vez vendidos, el dinero del que dispone. Utilizando su propiedad de esta manera, los propietarios ganan dinero sin tener que crearlo ellos mismos: Hacen que otra gente produzca propiedad – propiedad suya.

A los propietarios emprendedores, la propiedad les garantiza el provecho: Correctamente invertida, la propiedad aumenta por sí sola mediante el trabajo ajeno, es decir que define una relación social de producción; se convierte en capital.

La gente que trabaja también tiene lo que quería y necesita: tiene dinero. Sólo que su propiedad, como no es muy grande, desaparece pronto. Apenas ganado, su dinero se tiene que gastar en los medios de vida necesarios – refluye, pues, en su mayor parte a los empresarios capitalistas que realizan con él el valor de sus mercancías. Pues nada de lo que producen está a disposición de los trabajadores; ni siquiera a sus propios productos tienen acceso sin que los compren con su dinero, es decir: sin gastar su salario para ellos, si quieren consumirlos. Para ellos, la propiedad sigue siendo la exclusión de las riquezas producidas por ellos mismos; condición negativa de su provecho, a la que se tienen que subordinar para poder vivir, un poder ajeno de disposición sobre su capacidad productiva, que reproducen y aumentan continuamente con su propio trabajo.

No es de poca importancia mencionar que es exactamente el mismo principio capitalista: el dinero decide sobre la satisfacción de las necesidades y el provecho depende de la propiedad, el que crea estos dos caracteres económicos tan opuestos. En una sociedad donde se trabaja por dinero –o no se trabaja del todo–, el objetivo no es abastecer a todos con riquezas reales, sino que el objetivo es la riqueza abstracta. No es que los trabajadores dispongan de los frutos de su trabajo, sino que el poder particular de la propiedad que reside en el dinero manda sobre el trabajo y los trabajadores. No es que la gente sin dinero disponga de un método cómodo de distribución si como fruto de su trabajo reciben un salario, sino que de antemano no se produce otra cosa que propiedad: una riqueza en la inteligencia de que no pertenece a los que la crean. ¿En qué otra cosa podría consistir el sentido económico del dinero y de la propiedad? Por lo que a la productividad de los medios de producción se refiere, el hecho de que están bajo el mando exclusivo de personas particulares no sirve para otra cosa que para disociar el uso productivo de estos medios: el trabajo y los trabajadores por un lado, y el poder de disposición sobre el proceso de producción inclusive sus resultados por el otro, es decir: para impedir que tanto los medios de producción como los productos estén disponibles para quienes trabajan en las máquinas y necesitan los productos. El hecho de que el dinero ganado permite disponer de un trozo del mundo de las mercancías, sólo puede considerarse una ventaja a condición de que todos los bienes producidos de antemano no están accesibles, ya que son propiedad privada desde el momento de su producción. El hecho de que trabajando se puede ganar dinero –que además desaparece siempre de seguida–: ¿A qué sirve este tipo de negocio si no a que los trabajadores categóricamente no dispongan de lo que producen; sino siempre los que pagan el dinero? Serían medidas absurdas y trabas grotescas –si se tratara de producir bienes para el consumo y distribuirlos a la gente–. Entonces será que todo esto tampoco es el sentido detrás del dinero, la propiedad y el trabajo asalariado. Su “sentido” ya consistirá en lo que efectúan de verdad: establecer el principio capitalista de que cualquier provecho reside en la propiedad, que con necesidad crea los dos caracteres económicos contrarios y complementarios.6

Apartadas de la realidad están, por tanto, las ilusiones que afirman que la subordinación del trabajo bajo la propiedad es una cosa que se ha de aceptar porque de todas formas no se puede cambiar, o incluso porque cualquier cambio sólo puede resultar contraproducente, pero que las consecuencias tan antagónicas del dominio del dinero son otra cosa que se tendrían que curar aparte –quizás por el Estado que habría de servir al bienestar de todos y que tendría que nivelar los antagonismos extremos en la sociedad con su poder–. Esta opinión no es apartada de la realidad en el sentido de que la realidad burguesa ignorase tal tipo de juicio – lo contrario es el caso: Precisamente así se interpreta el capitalismo: como una economía nacional con una estrategia inteligente y a la vez libertaria de distribuir bienes, cuyos efectos miserables se podrían restar sin problemas, y el Estado de bienestar se entiende como una institución que verdaderamente hace desaparecer tales efectos. Sólo que no es verdad; y si la confianza en la Santísima Dualidad de capitalismo y democracia insiste en que “por lo menos debería ser” verdad, confiesa que no la es.

En el mundo real, antes de dedicarse a cualquier problema consecutivo, el poder estatal burgués pone en vigor la sumisión sistemática del trabajo bajo el imperativo de ganar dinero y bajo el poder de la propiedad, protegiendo por ley la propiedad y dotándola del derecho de comprar trabajo ajeno. Y el capital hace lo que puede: Se apodera del trabajo, es decir: de su capacidad productiva, como fuente suya (II.); la emplea para aumentar su superávit relativo a los gastos, es decir: para su tasa de ganancias (III.); la hace responsable de saldar y mantener un sistema de crédito, que a la vez favorece e ignora la base que tiene en la producción de beneficios (IV.), y la emplea como arma en su competencia internacional, lo que provoca al Estado a insistir en sus propias exigencias respecto al trabajo; y actualmente el capital, también apoyado por el poder estatal, carga el trabajo de la tarea de sacarlo de la crisis a la que le llevó su propia acumulación (V.).

Notas:

1 Las dudas que expresa la pregunta de si una economía planificada “puede funcionar” nunca se refieren de forma sincera a los medios que para ella se necesitan, sino que niegan el proyecto con el pretexto de que el crítico no puede imaginarse su realización. Claro que no es posible realizar una economía planificada sin que exista el correspondiente contexto social y la libertad de establecer prioridades económicas sin las “leyes económicas” existentes; y si la economía capitalista con las formas específicas de desenvolverse en ella y los objetivos de la gente que se derivan de ella, se suponen como el escenario dentro del cual habría que establecer la economía planificada. Compártase o no el interés por una organización libre y sensata de las necesidades y su satisfacción, es hipócrita fingir que uno estaría a favor de ella si sólo los comunistas pudieran presentar “recetas” y “modelos” practicables. –Éstos son lo más fácil una vez que una clase obrera despierta sabe lo que quiere–.
Sea este el lugar para mencionar una amarga ironía de la historia. El gran intento histórico de establecer una economía planificada socialista, cuyos propios dirigentes terminaron por calificar de intento equivocado, quitándolo finalmente de en medio, llevaba a la práctica precisamente este error: suponer toda la organización capitalista desde el salario por hora hasta el crédito como “la realidad económica” y –en vez de descubrir en ella su finalidad capitalista– desarrollar un modelo de cómo administrarla de manera favorable a los obreros. Desde luego, con ayuda de la fuerza estatal se pueden lograr muchas cosas; incluso el capitalismo verdadero se puede organizar con ella... Como si nunca hubiesen dejado de dudar de si una economía fundamentalmente diferente “puede funcionar”, los socialistas en los gobiernos del bloque del Este dotaron su chapucería con orgullo del título delatador de ser “real” y practicaron un socialismo en el cual todas las leyes económicas del capitalismo se manejaban como “palancas económicas” para el manejo complicado del “aparato” económico-nacional – con poco éxito, comparado con el original capitalista, por lo menos en lo que concierne la riqueza disponible para el poder estatal.

2En la sociedad burguesa también se suele criticar que “todo se centre en el dinero”. Lo que se critica con ello no es el sistema del dinero en sí –que se acepta como “principio de orden”–, sino que la gente, que intenta prosperar en el y que en su mayoría fracasa, se centre meramente en el dinero y no se adhiera además de ello a preceptos morales más elevados. Propagar así una actitud moral con la que la gente complemente sus actividades económicas, es la manera en la que uno se autoconvence de estar resistiéndose a ser subyugado por el vil metal –los vaivenes de una existencia en el capitalismo le ofrecen suficientes oportunidades para comprobar la solidez de tal honorable actitud–. Típicamente esta “crítica del capitalismo” no se refiere tanto a los ricos, a quienes no les cuesta demostrar que les importa mucho lo profundo, sino a los pobres, que han de complementar su indigencia con las virtudes de la renunciación. El cinismo de esta crítica consiste en partir del hecho de que la gente se tiene que estrechar porque no tiene suficiente dinero, y atribuirlo a la actitud “materialista” de la gente, así que al final son las víctimas quienes tienen la culpa.
La otra variante de esta reprimenda busca designar los ámbitos que tendrían que estar privados del “mero comercio” por el alto valor moral que tienen. Cualquier afirmación de este tipo implica que el capitalismo ya ha transformado también los bienes más elevados como Dios o el amor, la música o la justicia, la poesía o la belleza de la naturaleza en mercancía vendible, o que los ha sometido a las exigencias del objetivo de ganar dinero. Y ¿por qué no? Si estas ofertas de bienes de los ámbitos de la moral y de las necesidades profundas del alma y el intelecto no son ni más ni menos compatibles con los principios del trabajo retribuido (de los que se habla en este texto), ni tienen en el dinero una medida ni más ni menos adecuada que cualquier otro producto o servicio de cuya finalidad “comercial” nadie se queja. Y no es sólo que los comerciantes de este sector lujoso lo sepan; sino que su petición aspira a que al menos aquellos que propagan lo profundo hayan de poder vivir liberados de preocupaciones banales.

3En su imperturbable cinismo, las Ciencias Económicas han establecido con referencia a tal tipo de libertad el dogma de que por principio cualquier persona económica no se dedica a otra cosa más que a tratar en todo momento de llevar al máximo su satisfacción material, y ha derivado de ello modelos matemáticos de las actividades en el mercado que demuestran lo mucho que todo el mundo sale beneficiado, ya que incluso la más mínima suma de dinero transporta una “preferencia”.
Peor que estas teorías circulares, sin embargo, es la costumbre de los consumidores mismos de considerar el arte de estrecharse económicamente como la libertad hecha realidad, e incluso de desarrollar un orgullo perverso cada vez que logran superar las dificultades con poco dinero, ahorrando y comprando en las rebajas. Tales héroes de la libertad particular sólo se pueden imaginar una economía planificada como el contrario, es decir, como un sistema que administra la miseria. Esa equivocación es el fundamento no solamente de modelos teóricos, sino del sistema democrático de dominación.

4Ni siquiera lo más esencial y necesario se produce si falta la solvencia necesaria para adquirirlo; hasta se destruyen productos si esto sirve para ganar dinero. Por ello, el poder público que establece el sistema capitalista garantizando la propiedad privada, no deja de verse ante la necesidad de interferir para compensar los efectos de su economía. Que el sistema funcione aunque ni siquiera el poder público lo dirige de forma planificada, causaba cierto asombro y admiración por este sistema entre los economistas tempranos, y les hacía “concluir” que tenía que haber una “mano invisible” que a espaldas de los actores económicos, que no tienen otro objetivo que ganar dinero, coordinara sus actividades para hacerles contribuir al interés general. La menos devota verdad es que todo lo que existe de cooperación social en el capitalismo es la consecuencia (para nada intencionada) del intento universal de atraer el dinero de los demás. Y por consiguiente, en la vida económica de un país no se produce nada y no se presta ningún servicio que no sirva para ganar dinero.

5En sus derivaciones modelísticas de lo que sucede en el mercado, las Ciencias Económicas ponen la cosa patas arriba y proclaman que las necesidades humanas son insaciables, y que la producción capitalista, al limitarlas, las satisface de la manera óptima, máxima y más equilibrada posible. Hay que replicar que con toda la diversidad de intereses que se han desarrollado a lo largo de la historia es imposible que el ser humano tenga un materialismo ilimitado tal como se lo atribuyen las Ciencias Económicas. Lo hacen para justificar, como una lucha contra “la escasez”, la economía de la propiedad, que establece la exclusión de los bienes necesitados como base de las actividades económicas, y que organiza el trabajo de una manera que nunca hará desaparecer esta escasez.

6Por cierto, también hay otras profesiones aparte de obreros y capitalistas. El capitalismo conoce una inmensa variedad de personas que trabaja “por cuenta propia”, desde los campesinos hasta los médicos, que ganan dinero con la propiedad necesaria para su profesión y a la vez con su propio trabajo. Representan en diferentes dimensiones el antagonismo entre trabajo y propiedad en su propia persona, es decir que no lo relativizan mucho. Además está el Estado, que paga con dinero confiscado a personas sin hacerlas crear propiedad. Con toda su soberanía sobre las clases sociales, incluso él respeta, pues, el mando exclusivo del dinero sobre el trabajo (que él establece) pagando a sus empleados. Cuanto inferior el trabajo, tanto más se orienta el Estado en los criterios del pago de salarios en la economía privada. En general, no encierran ningún misterio las diversas subdivisiones funcionales de la sociedad capitalista –ya que ni siquiera las instituciones estatales tienen problemas en dividir a sus ciudadanos en clases económicas, cuando recaudan impuestos o cuando establecen la seguridad social–. Aparte de ello –esto como consejo metódico– los principios de la economía política del capitalismo no son etiquetas cuyo grado de verdad se manifiesta según cómo sirven para repartir a la humanidad y que deja lugar a dudas si existen casos problemáticos de etiquetar.