Karl Held – Emilio Muñoz

El Estado democrático

Crítica de la soberanía burguesa

§ 2 § 4

§ 3
La ley.
El Estado de derecho.
La democracia.

Con la Constitución el estado satisface el interés de sus ciudadanos en una forma codificada de la competencia, y se compromete a que la realización de todos sus actos tenga la forma de leyes, cuyo contenido procura la imposición de los derechos fundamentales. En tanto los representantes del pueblo legitiman sus actos con los derechos, y los corrigen si ellos contradicen la constitución, el estado es un estado de derecho. Como tal está emancipado en su accionar de voluntades particulares, y sólo permite juzgar el uso de su fuerza con la Constitución. La democracia es la forma adecuada de la relación estado-pueblo en tanto realiza la identidad de la voluntad popular con el poder del estado en abstracto, o sea separada del asentimiento de los sujetos privados a la promulgación y el cumplimiento de determinadas leyes. En este último caso no interesa el asentimiento sino la obediencia, y si ésta escasea no está en juego el estado sino el estado de derecho.

a) Como forma de gobierno la democracia es adecuada porque en ella el poder del estado impone restricciones a los ciudadanos sólo siempre y cuando el uso de sus libertades lesione la libertad de otros. El estado reconoce la particularidad de todas las personas privadas a las que somete bajo la ley, da a sus leyes vigencia general, refiere todos los actos a sí mismo, y no exige de ningún interés particular contribuciones especiales: fuera de aquellas que precisamente surgen de los recursos económicos. (Ya se verá con cuánta consecuencia lo exige.)

A diferencia del estado absolutista, la democracia no favorece a ningún estamento o clase social; todo el mundo goza de sus derechos, nadie tiene privilegios. No es a través de su parcialidad de su accionar directo para el interés de determinados sectores de la sociedad, que el estado sirve a una clase social. Es la ley, válida para todos, y la justicia, quienes organizan la ventaja de los ciudadanos pudientes y cimentan las desventajas de los de menores recursos. El estado democrático es depositario del poder de la propiedad privada, y se corresponde a las relaciones sociales al codificarlas.

b) El estado de derecho considera como un deber el uso del poder que la sociedad entrega a los órganos del estado sólo de la manera que corresponda a los propósitos de los ciudadanos. Lo cumple sometiendo sus colisiones con los ciudadanos al criterio de los derechos fundamentales. Generoso, se conforma con las restricciones que la Constitución marca a los ciudadanos. Su ir más allá, legítimo, de lo señalado por la ley fundamental, ocurre siempre que la existencia misma del estado se encuentre amenazada; cuando la rebelión de la parte legalmente embaucada de su pueblo se vuelve un peligro para su soberanía el estado democrático se permite a sí mismo el reaccionar sin miramientos para asegurar la comunidad organizada frente a las violaciones de los deberes fundamentales. La amenaza del incumplimiento de sus prescripciones la enfrenta con la recriminación del uso abusivo de los derechos, que entonces pasa a proteger aboliéndolos mediante leyes de excepción: la preparación legal para casos de emergencia, en los cuales un estado no quiere darse más el lujo de seguir siendo estado de derecho.

c) La forma democrática de gobierno es, junto con todos sus apreciados procederes, la institucionalización de los antagonismos entre el estado y el ciudadano. Cada vez que los ciudadanos reafirman al poder del estado como su recurso propio, lo es porque limita la libertad del individuo. La abstracción que los sujetos privados ejecutan en sí mismos, aparece frente a ellos como coerción que deben acatar. Porque necesitan de esa coerción para afianzar e imponer sus intereses individuales, pero también porque sólo la acatan por esos intereses, son demócratas intachables sólo donde la actividad del estado no los menoscaba personalmente. El ciudadano, frente a usufructuarios de derechos que para él son deberes, deja de ser demócrata en el acto, y enseguida tiene a mano alternativas mejores para el uso de la fuerza estatal. Es muy común entonces que en la más hermosa de las democracias ciudadanos decentísimos sean partidarios de formas más directas y simples de aplicar la violencia oficial, y que argumentos contra la dominación del estado sean rarezas.

Las estadísticas experimentan, a la inversa, que sus servicios al interés general pocas veces cuenta con la simpatía de los ciudadanos, y la observancia de las diversas normas democráticas no siempre ayuda a mantenerse y progresar en el cargo. Cuanto más tiempo ejercen la función pública, más se cansan de legitimarse democráticamente frente a los ciudadanos, y dejan de pasearse con la Constitución bajo el sobaco. Donde les hace quedar bien dicen que su poder ha sido democráticamente instaurado.

El concepto abstracto de la democracia es entonces de alguna utilidad para explicar el fascismo. Esta forma alternativa de dominación burguesa no solamente está presente de forma permanente en la democracia como deseo de políticos y de ciudadanos; también está al orden del día si ciudadanos y estado se ponen de acuerdo, con sus antagonismos, en que es el ejercicio ineficaz de la dominación política el culpable que en la economía las cosas no anden como debieran. De una mano dura en el poder sus partidarios esperan que impulse el espíritu de sacrificio y acabe con el protesteo de aquellos ciudadanos que no están dispuestos incondicionalmente a rendir más, política y económicamente. Y esa mano dura por lo general se instala sin mayores problemas porque para mejor el antifascismo, como programa de salvación de la democracia, nada tiene que oponer a los recursos políticos combativos de quienes aspiran, de otra manera, a salvar a la nación eliminando los elementos antisociales. La leyenda de la fracción chauvinista y extremista de la burguesía que primero seduce, luego conduce a un pueblo de demócratas cien por cien, y por último, debido a la relación de fuerzas es capaz de realizar sus planes diabólicos, da fe ella misma de un respeto nacionalista por una democracia de verdad que a la voluntad real de sacrificarse por la nación no opone otra cosa que la identidad ficticia de pueblo y estado. Además, el tránsito de la democracia al fascismo no contradice la afirmación que la democracia es la forma estatal adecuada del capitalismo. Como institucionalización de los antagonismos sociales que es, ella "funciona" precisamente en tanto que los ciudadanos, obligados al empleo legítimo de la propiedad privada, compiten como es debido, o sea en tanto quieran arreglárselas democráticamente con los más diversos resultados de la competencia entre ellos. Por lo que para vivir en democracia no sólo hay que haber sido educado sino que hasta hay pueblos que, según los demócratas, no están maduros para tan pretenciosa forma de gobierno. Estos examinadores metropolitanos conocen muy bien a los regímenes fascistas que en el "Tercer Mundo" rinden tan buenos servicios a la democracia que hasta ellos mismos los han instalado y los sostienen. Porque si el arte del autocontrol pertenece a la dominación política democrática y es celebrado por ella como una de sus virtudes cardinales, en las soberanías tercermundistas que gobiernan la miseria, si se permite primero el ejercicio de la libre voluntad después no hay modo de educarla.

d) Las colisiones entre el estado y el ciudadano, que se producen inevitablemente con el sometimiento colectivo bajo la ley, lleva a los ciudadanos a formas complementarias de aprobación y crítica del poder político.

Se puede:

1. participar de la vida democrática desaprobando actos del estado, y haciéndolo dudando de su legitimidad. En este caso siempre hay otros que toman partido a favor de tales actos y subrayan su legitimidad. Condena y aprobación cambian de bando según el carácter de los actos en discusión.

2. hacer del perfeccionamiento de la democracia una aspiración propia. Ya sea inventando una crisis general de la legitimación del poder político y exigiendo más consideración hacia los ciudadanos, agitándolos para que consientan mejor; o bien lamentando que el estado, poco seguro de su legitimidad real, dirija en un santiamén su accionar a ganarse la aprobación de los ciudadanos. Así hay, para unos, enemigos de la democracia. Y para otros, enemigos del estado. Estos últimos no lo pasan bien, por lo que recalcan permanentemente su buena voluntad hacia el estado, si es necesario también frente a los tribunales.

3. manifestarse como opositor al estado democrático negando su legitimación. Mientras que el revisionismo toma como motivo el reparto, indudablemente desigual, de daños y beneficios en el pueblo para denunciar el permanente abuso del asentimiento democrático hacia la confección de leyes soberanas, o sea que propaga un estado que se relativice frente a los intereses de las masas, los anarquistas se contentan con el descubrimiento de la violencia del estado contra los individuos. En nombre del pueblo se miden en ese campo con el estado, y deben experimentar que la voluntad popular no ve con malos ojos el uso de la violencia por parte de las instancias oficiales; porque están, de otra manera que los agentes del estado, separados de las masas, son acosados y víctimas, y sus victimarios, héroes de la democracia. Para los fascistas la legitimación del estado es una pura restricción para el cometido de sus tareas. Junto con la aprobación en principio del estado exigen del ciudadano que se someta sin condiciones, que renuncie a todos sus intereses particulares que limitan al estado. Los fascistas practican la política como la organización despiadada del pueblo para los fines del estado, la comunidad total y el terrorismo de estado.

e) Los estados democráticos tuvieron su origen por el hecho que hubo un interés común de dos clases antagónicas: Para ambas era útil que hubiese un estado que por sus propias necesidades obligase a cada una de las clases a tener en cuenta a la otra. La unidad de burguesía y proletariado era una unidad negativa y estaba dirigida contra un estado que era el instrumento de una clase improductiva. En Norteamérica creación directa de una autoridad soberana.

f) Mientras que la apología de la democracia, que no tiene nada que ver con su explicación, por lo común se vale de ventajas del sistema que no son las de la mayoría de los ciudadanos, los razonamientos de su defensa no se andan con vueltas. Con frecuencia la democracia recibe ovaciones mediante una "comparación" con situaciones lejanas, temporales (todas las épocas anteriores de la historia universal), o espaciales (la Amazonía), y toda crítica se declara sin fundamento ya que hubo y hay cosas peores. Si se toma la comparación temporal en serio se descubre en el progreso (reconocimiento de la voluntad libre abstracta, abolición de relaciones de dependencias personales, etc.) la coerción, a la que están sometidos sobre todo la mayoría de los ciudadanos libres. Porque todas las libertades van hasta donde el estado quiere, sus límites están institucionalizados y su autorización depende del uso que se haga de ellas. Aquí aparecen las tan queridas interpretaciones del mensaje de la democracia, confeccionados por lo común por los cagatintas democráticos, con la colaboración activa académica y extraacadémica, de los revisionistas. Para la vigencia de tales artes explicatorias juega un papel inmenso el dilema entre derechos y realidades: atreverse, demasiado o poco, a la democracia, conquistarla, vivirla...