Karl Held – Emilio Muñoz

El Estado democrático

Crítica de la soberanía burguesa

Introducción § 2

§ 1
La libertad y la igualdad.
La propiedad privada.
La voluntad libre abstracta.

El estado burgués es el poder político de la sociedad capitalista. Somete bajo su dominación a los agentes del modo de producción capitalista abstrayendo de sus diferencias naturales y sociales para garantizarles la consecución libre de sus intereses particulares antagónicos: la libertad y la igualdad. Así el poder les obliga a practicar la competencia económica respetando la propiedad privada. Constreñidos a reconocer la disposición exclusiva sobre la riqueza de la sociedad los ciudadanos todos deben hacer de ello el principio rector de sus actividades económicas. Como los miembros de la sociedad capitalista al perseguir su propio beneficio realizan el perjuicio de otros individuos tienen que depender de un poder que, separado de la vida económica, asegure la protección de las personas y la propiedad. Completan las relaciones negativas entre ellos sometiéndose colectivamente a un poder que limita sus intereses particulares. Devienen fuera de sus quehaceres económicos ciudadanos, hombres políticos, partidarios de la dominación estatal, ya que sólo pueden hacer valer sus intereses privados si de ellos abstraen. La emancipación de esa voluntad libre abstracta del ciudadano es el estado burgués.

a) La definición primaria del estado, su concepto abstracto, contiene ya la causa y con ella también la finalidad de la instancia pero todavía separadas de las formas concretas en que ambas se relacionan con los ciudadanos. Una cosa, sin embargo, aparece ya clara en esta definición abstracta del poder: la vigencia real de la libertad y la igualdad es un hecho nada agradable. Primero porque se debe a antagonismos económicos, y segundo porque su objeto, mediante el empleo del monopolio de la fuerza, es sostenerlos.

Aún sin tener en cuenta la economía, el modo de producción, que el poder estatal hace funcionar, es seguro que se trata de un estado de clase: a través del sometimiento de todos por igual el estado garantiza la conservación de todas las diferencias sociales grandes y pequeñas. Está entonces fuera de discusión cuál es el provecho que de él sacan los diversos agentes del modo de producción capitalista. La libertad que el estado les asegura con su trato idéntico, consiste en la concesión amable del derecho, siempre según los recursos económicos que posean o no, a apropiarse de una parte de la riqueza social, y de hacerlo respetando a quienes hacen lo mismo por su cuenta y contra otros.

Por esa libertad les interesa el estado, sin él no podrían servirse de los medios que poseen como ciudadanos. Para su punto de vista práctico el poder estatal aparece como la condición de la libre competencia, y entonces quieren ser ciudadanos reconocidos, porque tienen que serlo por sus intereses económicos.

La colectividad, la voluntad política colectiva en el estado, descansa en una contribución forzosa de la voluntad individual, que por el provecho privado que es lo que le interesa, aparece aún como voluntad general abstracta: "la separación entre sociedad civil y estado político, aparece necesariamente como separación del ciudadano político de la sociedad burguesa, de su realidad verdadera, propia y empírica, ya que como idealista del estado él es otro ser, distinto, contrapuesto y diverso de su realidad" (K. Marx. Obras Completas, T.I, pág. 281 de la edición alemana).

El significado de esa contribución para las personificaciones propias del modo de producción capitalista, en qué medida y para quiénes el estado, por su fuerza, actúa como recurso no es ningún misterio: el sometimiento de todos por igual tiene que ser una ventaja para aquellos que están en ventaja económicamente. En los próximos capítulos se mostrará entonces lo que el estado les reclama y permite a las diversas clases sociales, al hacer de la libre competencia un asunto oficial.

b) Cuando el estado permite la realización de la competencia, reglamentándola a la fuerza, conserva así una economía en la que la dependencia de los individuos de la producción de riqueza social está organizada de forma tal, que al perseguir sus intereses ellos se impugnan mutuamente el participar de esa riqueza.

Porque la satisfacción de un interés particular niega otro, tiene lugar el sometimiento de todos bajo la fuerza estatal, el cual posee, para cada individuo, un significado negativo y excluyente. Con ello por supuesto que las colisiones sociales no desaparecen, sino que son instaladas de tal forma que todos se dejan prescribir por el estado la libertad del otro como la limitación de la propia libertad. El hecho que los sujetos económicos se dedican a una cooperación social mediante la que se excluyen unos a otros de los medios necesarios para existir, o sea que están trabados en lucha constante, el estado lo trata ordenando la exclusión y prohibiendo el ataque a los recursos y a la vida de otros individuos. Cada uno se las debe arreglar con sus medios en la dependencia de los demás, quienes emplean los suyos. La obtención diaria de los bienes producidos debe hacerse respetando la persona y la propiedad. La propiedad privada, la disposición exclusiva y excluyente sobre la riqueza de la sociedad, de la cual otros dependen para vivir, o sea que deben usarla, es la base del provecho individual y también del perjuicio individual. A ella se debe la forma moderna de la pobreza asalariada que se tiene que conservar a sí misma como medio de la propiedad ajena, cuyo crecimiento tanto le importa al estado. Por último diremos que la propiedad privada no es una cuestión de cepillos de dientes y gaseosas, aunque haga sentir sus efectos en la esfera del consumo personal. La dependencia de eso que pertenece a otro se manifiesta en el terreno de la producción y reproducción de la riqueza social. Al disponer de manera excluyente sobre los medios de producción y con ellos sobre los productos, la riqueza adquiere el ímpetu para cuestionar la existencia de quienes no la tienen.

c) Si el idealismo sobre el estado que practican hoy clases antagónicas no representa paraíso alguno, menos armoniosa aún fue la integración voluntaria social en el estado, su fundación, cuyos aniversarios son en toda nación motivo de solemnes festejos. Los estados burgueses son el producto de un terrorismo eficaz, algo que sus propagandistas por lo general olvidan, no sólo en el caso de la gran Revolución Francesa o de la moderna y social República Federal Alemana.

El interés común en la eliminación de las formas preburguesas de poder político, que llevó a clases antagónicas a la lucha revolucionaria unida, incluía ya de entrada reclamos diferentes: unos veían en el viejo régimen y los estamentos que lo sostenían obstáculos para sus negocios, y otros luchaban por su existencia que tenían que ganarse trabajando. La meta alcanzada en común por supuesto que no conformó a ambas clases, ya que la posibilidad, amparada por el estado democrático, de obtener el sustento sirviendo a la propiedad ajena, devino enseguida una amarga necesidad. Que los proletarios, que lucharon e impusieron la república democrática burguesa, tuvieran que destruir el viejo estado para vivir, no quiere decir que el nuevo estado estuviera para servirles.

d) El descontento con el duro mundo de la propiedad es fuente para muy perdurables ideologías. De todas las consecuencias desagradables (que se verán más adelante) de la libertad y la igualdad, gente de izquierda suele sacar la alusión de una realización incompleta, defectuosa, de esos dos objetivos de la Revolución Francesa. Esta gente duda de la realidad de la igualdad ante el poder del estado, por las diferencias notables que existen en la sociedad, y hace de la igualdad un ideal, cuya realización práctica recomiendan al estado y quieren imponer en él. Que una libertad sostenida por la fuerza no puede ser trigo limpio motiva poco su extrañeza y la fantasía de una comunidad organizada donde se eliminan las diferencias entre la gente, menos su imaginación. Esa fantasía, al revés que los idealistas de izquierda del estado, es muy popular y se puede admirar en utopías literarias y fílmicas. En boca de políticos descalifica toda crítica al poder, en la forma de un rechazo generoso al igualitarismo. Con tal crítica a los reclamos hacia el estado se publicita un justo entusiasmo por el poder público y de paso, mediante la desabrida comparación con "antes" y el comunismo, se suele descubrir la estúpida "contradicción entre libertad e igualdad". Más de una, se supone, sólo se consigue con menos de la otra, así que de todas formas no se puede tener de todo y lo mejor es conformarse frecuentando el tercer gran valor fundamental, la fraternidad, hoy llamada solidaridad. Aquí se ve también que el descontento con el descontento de otros impulsa con vigor los pensamientos erróneos sobre la más abstracta de las definiciones del estado. El interés en el estado, la toma de posición positiva hacia él, invoca encarecidamente la aspiración común e intenta, con una explicación del estado de propio cuño, un mal necesario, hacer más aceptables las desventajas evidentes derivadas de los actos del poder soberano.

La deducción del estado a partir de la naturaleza humana pertenece al repertorio standard de todo profesor y educador esclarecido, esta vez gestionada con la ayuda de los antagonismos de la sociedad capitalista, y no con sus simpáticas diferencias sociales. Para que la deducción camine se pasa por alto la coerción a competir, que el estado ejerce, junto con todas sus características económicas, y entonces el puro uno contra otro queda explicado como una emanación de la naturaleza humana. Homo homini lupus, por consiguiente un par de lobos debe vigilar para que el resto no se devore entre si, y eso es el estado. En el trajinar cotidiano el rechazo de toda crítica que juzgue al accionar estatal de acuerdo al interés de usarlo como recurso propio, se abrevia hasta la confirmación de la necesidad del orden: "¡adónde iríamos a parar si todos fuesen dueños de todo!".

La disposición a competir con los demás en interés propio y al mismo tiempo a tomar partido por las trabas que el orden impone a los otros, florece en la democracia; también en su variante fascista que censura el interés de competir y conmina al individuo a poner sus anhelos y esfuerzos al servicio total de la comunidad organizada, lo que sería la verdadera libertad.

Los propagandistas oficiales de la libertad y la igualdad que quieren ver en cada estado el tipo de orden adecuado para el ser humano respectivo, encuentran la confirmación detallada de esta insolencia en la literatura científica sobre el tema. Ninguna de las ciencias humanas y sociales deja pasar la oportunidad para entregar una definición del ser humano en la que las pequeñas variaciones en tomo al principio: "el hombre es por naturaleza una bestia pero se muestra por lo común capaz de algo más elevado", reflejan el interés particular real de cada rama científica en querer participar en la conformación de lo "más elevado". El ciudadano con sus dos partes, el materialismo de la competencia y el idealismo sobre el estado, dictado por su dependencia de él, lo hacen aspiración suya, científica, lo fabulan en una constante antropológica, de tal modo que el adiestramiento de la voluntad aparece como una confirmación pura de lo humano en todos sus aspectos: psicológico, pedagógico, politológico, empresarial, literario y lingüístico. Como si la aplicación de estas ciencias no estuviese precisamente basada en que sus obras, abstrayendo de la individualidad, la enfrentan para educarla.