Karl Held – Emilio Muñoz

Perestroika

Moral, en vez de socialismo

II. IV.

III. Activa intromisión en los asuntos imperialistas para promover la paz mundial, en vez de un proyecto revolucionario mundial.

1. La política exterior del PCUS

El PCUS tuvo que construir su estado socialista siem­pre bajo la constante amenaza de guerra, y en medio de la guerra. Para no ser aplastado debió realizar ingentes y continuados esfuerzos militares. Tuvo que habérselas con Hitler, y una vez acabada la guerra con la hostilidad concentrada de las democracias occidentales, hoy aliadas en la OTAN y dispuestas a convertir el espacio cósmico en un bastión militar dirigido contra la Unión Soviética. Eso es una cosa.

Frente a ese mundo imperialista hostil el PCUS adop­ta una posición para mejorarlo, corregirlo, “humanizar­lo”. Y eso es otra cosa.

Se abstiene de combatirlo, de propiciar los cambios revolucionarios en los estados enemigos, porque se ha decidido por la empresa, necesariamente sin fin, de actuar como factor de moderación y de distensión sobre los dirigentes políticos y los gobiernos de esos estados.

La Unión Soviética no se ahorra con ello ni gasto ni esfuerzo militar alguno. Se gana, eso sí, un excéntrico puesto en la puja imperialista permanente por el reparto del mundo, que le exige esfuerzos políticos, diplomáticos y militares adicionales.

A su pueblo, que debe solventar esa política, el PCUS no le dice la amarga verdad que hay que estar continuamente preparado para la guerra. Prefiere “orien­tarlo” a través de un credo político donde se unen el orgullo militar en un poderío defensivo “invulnerable” con un amor a la paz ardiente, sincero y vacío.

Y haciendo suyo el ideal imperialista de “la amistad de los pueblos” el PCUS borra del recuerdo todo trazo del proyecto revolucionario mundial.

Al instaurar el estado socialista soviético el PCUS se enfrentó al mundo de los estados burgueses y a su expan­sión imperialista. Y al proclamar a la paz una meta del nuevo poder niega que haya “motivos sanos”, como para los demás estados, que justifiquen las amenazas y las acciones militares.

Pero esa proclamación también implica que el PCUS no quiere en absoluto desinteresarse del resto de los esta­dos –a cuyos conductores se sabe que nunca les faltan motivos, dada la naturaleza extorsiva de las exigencias recíprocas que se hacen, para mandar a los pueblos a la guerra– y dedicarse pura y únicamente a la agitación revolucionaria de las masas populares. Porque, precisa­mente ha hecho de la paz un asunto de estado, de todos los estados. Paz es para el PCUS la forma ideal del trato entre todos aquellos que ejercen el poder y en consecuen­cia comandan fuerzas armadas. Se propone entonces ac­tuar con toda esa gente para humanizar las relaciones internacionales, en bien de los pueblos del mundo.

El PCUS arguye una razón, como irrefutable y decisi­va, que lo apremia a comprometerse con la paz: la seguri­dad que la guerra atómica mundial significa, hoy más que nunca, la destrucción completa de la civilización, y por ende también del socialismo, la meta del partido. Pero el diagnóstico, que suena trivial, es además falso. Porque encubre que para “la locura total” de una guerra nuclear –lo demencial impone evitarla– se necesitan dos bandos, y uno de ellos es precisamente el poder soviético, el mismo que el PCUS desea poner totalmente al servicio de la lucha contra la guerra. La contradictoria ideología que afirma de las armas nucleares que fueron concebidas para imposibilitar que sean utilizadas no mejora aunque sean los rusos quienes la propaguen. Sin la firme voluntad, también del lado soviético, de librar si es necesario una guerra nuclear, no existiría el inminente peligro a evitar. Y entonces, ¿por qué no reconoce el PCUS que cuenta con enfrentar a las armas atómicas del enemigo imperialista con las suyas propias? Eso sería por lo menos un punto a su favor, frente a los profesionales democráticos de la hipocresía y el engaño. Pero también un punto en contra de su política pacifista, pues equivaldría a reconocer que ella no tiene ni como punto de partida ni como objetivo supremo a “la paz”, sino a la defensa de su estado frente a un bloque de estados enemigos pertrechados con armas atómicas. Entonces sería una contradicción manifiesta que el PCUS se arrogue el derecho de patrocinar el gran proyecto mundial de liquidar cualquier peligro de guerra nuclear, nada menos que porque se prepara para, llegado el momento, librarla. Y una cuestión decisiva para el PCUS estaría sobre el tapete. Pues conformándose a que la URSS sepa sólo defenderse en un mundo hostil negaría la misión, que ella como estado socialista y potencia mun­dial posee y es capaz de cumplir, de promover la paz internacional. Si no pudiese afirmar que la supervivencia estatal más o menos garantizada de la Unión Soviética es un enriquecimiento cualitativo de la vida internacional, una victoria en la lucha que tiene como meta final hacer al mundo más justo y más pacífico, no sabría como diferen­ciar a su estado del resto de los estados burgueses. Pero así el PCUS adopta una posición ideológica sobre el poder estatal curiosamente común con la de su enemigo imperia­lista. Pues todo gobierno imperialista sabe muy suya a la paradoja que la violencia militar propia sólo está para poner límites a la violencia en general entre los estados, y en consecuencia cuanto más poderosa sea, más “paz” crea. Sin embargo el programa de paz soviético es el resul­tado de una trayectoria política propia y específica del PCUS. El primer paso del partido fue decir ¡no va más! al negocio imperialista y belicoso cuya agencia es la diploma­cia, y el segundo acudir a ella con una propuesta construc­tiva de paz y cooperación; necesaria y urgente debido a “la gravedad de la situación mundial”. La “gravedad” denota el punto de partida negativo, contradictorio, de su aporte constructivo. El PCUS, que no tiene pretensiones de manejar al mundo en su provecho, a la porfía con la que sus enemigos imponen estratégicamente sus intereses imperialistas globales le cuelga la fraseología de una res­ponsabilidad colectiva de las grandes potencias ( ¡justo de ellas!) por la paz mundial. Se equivoca, y muy feo, porque tiene ante sí al derecho militar de las democracias aliadas a establecer su orden mundial, un derecho que precisamen­te define al estado soviético como una anómala excepción, una perturbación y un problema para la seguridad interna­cional. La Unión Soviética tiene que armarse y prepararse para la guerra, porque eso es el requisito sine qua non para que una sociedad pueda existir como sujeto político autó­nomo en el mundo de los estados modernos. Tiene que saber aguantárselas en una lucha cuyas causas, fines y medios no los ha establecido el PCUS, sino que han sido determinados por los intereses imperialistas en controlar, vigilar y aprovechar de todos los recursos humanos y naturales del planeta. Mientras que el PCUS sostiene que la preparación militar permanente y creciente a la que la URSS está forzada es en realidad algo completamente ajeno y contrario a su proyecto de construir una sociedad socialista, no considera a la coacción que significa tener que soportar la competencia militar con los estados enemi­gos como la prueba que entre los estados rigen únicamente reglas de juego imperialistas. Que el poder soviético sepa sobrevivir en un mundo imperialista que le impone cómo y a qué costo hacerlo, muestra según el PCUS, que es posible abatir las leyes de la competencia imperialista y colocar en su lugar a los principios del partido como guía para el trato entre las naciones. En qué berenjenal se ha metido, el partido ni siquiera quiere fijarse cuando convier­te, siguiendo su propia lógica, a los obstáculos a su pro­yecto de “humanizar las relaciones internacionales”, en la advertencia falaz sobre los peligros de una guerra nuclear que supuestamente no se propone librar. Algo que mucho se parece a la fraseología de las potencias imperialistas sobre “la inmensa responsabilidad” que por la paz asumen, con la cual realzan ideológicamente sus derechos a domi­nar el mundo.

Que algún estadista occidental “conceda” por ahí que la paz y la seguridad son problemas “comunes” al partido ya le basta como “signo positivo” de una “coalición de la razón” con sus enemigos, y como indicio que sus adverten­cias han sido captadas. Así ve confirmada su propia ficción de un orden imperialista mundial en vías de rectificación debido, ¡nada menos!, al hecho que la Unión Soviética, gracias a las necesarias armas nucleares, es capaz de aguantarlo.

Con esa mentalidad el PCUS se convirtió en el cam­peón de las conversaciones diplomáticas sobre los armamentos. En las tratativas reclama del enemigo principal acordar el cese conjunto de los preparativos militares para una guerra atómica, dado que ninguno de los beligerantes puede aspirar a sacar provecho alguno. Para que los Esta­dos Unidos renuncien a sus planes de lograr una superio­ridad estratégica decisiva al PCUS no se le ocurre engañifa mejor que aludir a que sus propios arsenales nucleares están tan pletóricos, tan a punto y tan modernizados como los de su enemigo. Luego agrega que está dispuesto a tener en cuenta, con espíritu constructivo, todas las preocupaciones defensivas de la OTAN, siempre que los Estados Unidos desistan de la idea de hacer del espacio un bastión militar estratégico. Una oferta ficticia. Porque, ¿qué puede ofrecer la URSS que se compare con el progre­so estratégico militar que significan las nuevas armas espaciales, y que los Estados Unidos buscan? Nada. Si pone a sus arsenales nucleares sobre la mesa a cambio de la IDE, es para volver, de otra manera, a reclamar siempre lo mismo: que los Estados Unidos cesen de amenazar a la Unión Soviética con la guerra nuclear. La respuesta nor­teamericana a tamaña impertinencia ha sido en todos los casos un no tajante, ya que como potencia imperialista no tiene realmente otra cosa que ofrecer. A pesar de todo el PCUS insiste en su petición de paz, y acaba de trozar su ficticia oferta negociadora según los tipos de armas, para obtener un tratado sobre la retirada de los misiles de alcance medio de Europa que no ha influenciado en abso­luto los planes norteamericanos de guerra de las galaxias. ¿Qué gana el PCUS con ello? Pues que continúa hablando de los armamentos atómicos con el enemigo. Lo que le parece positivo, ya que si amenazó con la ruptura de las negociaciones fue sólo para que pudiesen continuar. ¿Qué gana el imperialismo? Dos libertades. Una, dada la volun­tad soviética a toda prueba de proseguir las tratativas diplomáticas sobre el tema guerra nuclear, la libertad para encajarle a los diplomáticos soviéticos la responsabilidad por la ruptura o la continuación de las negociaciones. Y la otra, la libertad para dictarle a la URSS las condiciones de un tratado “fructífero” sobre cierto tipo de armas, donde ambas partes se comprometen a reducir sus poten­ciales, destruyéndolos y retirándolos de los frentes según las modalidades que consideran ventajosas o que no afec­tan al planeamiento estratégico de la guerra nuclear.

Así el PCUS a su país y a su pueblo no le ahorra ningún esfuerzo militar, y a su enemigo le da seguridad. Pues la OTAN sabe ahora que la única maniobra de presión a temer de los rusos es una oferta de desarme.

La aspiración de promover la paz mundial le abre al PCUS un campo muy amplio de actividades internaciona­les. La diplomacia, en todas sus variantes, debido a la posición algo marginal de la URSS, ejerce un fuerte atrac­tivo sobre los comunistas soviéticos. Pero la diplomacia también es el campo de acción genuino de sus enemigos. Porque en el mundo imperialista cuando los estados quie­ren imponer sus sagrados intereses nacionales buscan la complacencia de las soberanías foráneas, justamente por­que las lesionan. Necesitan entonces de un “intercambio de ideas” permanente, donde a las exigencias que se for­mulan las subrayan con los medios de presión y chantaje de que cada uno dispone. A cargo del personal diplomáti­co corre además fijar en tratados el nivel de la extorsión que cada una de las partes, por el respeto y el interés que tiene en la otra, está dispuesta u obligada a aceptar. En la ONU por ejemplo, la más grande bolsa diplomática del mundo, el alto bien “paz” se cotiza siempre con sus condi­ciones, que incumplidas por un estado son condiciones de guerra para otro. Porque cuando conciertan tratados inter­nacionales los poderes soberanos saben de una sola instan­cia que garantiza que la otra parte, aún a costa de sus intereses, cumpla lo pactado: la propia fuerza.

Este afable asunto que es la diplomacia no cambia ni un ápice porque en él participe la patria de Lenin, un estado que niega que la materia y el significado de la diplomacia sean las razones y las condiciones que los estados tienen para hacerse la guerra.

Sin embargo, vista la URSS desde el punto de vista estrictamente diplomático, ella es una potencia militar muy bien armada y dispuesta a combatir y por lo tanto una referencia obligada con la cual todos los estados, es decir, su diplomacia, pueden y tienen que calcular. Sola­mente por eso la URSS encaja en la competencia interna­cional. La negativa soviética hacia los planes guerreristas del imperialismo juega entonces un papel importante en tanto constituye para la diplomacia occidental una amena­za de guerra adicional y global, que a ciertos estados les brinda protección para defender sus intereses y a otros les acarrea problemas cuando despliegan sus medios de pre­sión. Al mismo PCUS no se le ha pasado por alto que no basta con reconocer el noble carácter de las relaciones internacionales para mejorarlas. Porque a su inquebranta­ble voluntad en una “solución pacífica de los conflictos mundiales” sólo ha conseguido que se la respete en la medida del poderío militar con el que amenaza. Su reac­ción ha sido entonces dotar a las fuerzas armadas soviéti­cas de medios abundantes para facilitar cualquier tipo de intervención constructiva en las continuas agarradas entre los estados miembros de la ONU. Así el partido empuja a la Unión Soviética a incorporarse a la competencia inte­rimperialista, confundiéndose en ella con las demás poten­cias, sin que tenga los intereses imperialistas de estado que para las naciones occidentales son el punto de partida natural de sus actividades políticas externas.

Por ejemplo, ¿qué tienen que hacer, desde el punto de vista del socialismo, las naves de la flota roja en el Golfo Pérsico?, ¿o tanques de fabricación soviética en los arsena­les del ejército egipcio, e hindú?, ¿o soldados soviéticos en Etiopía y en Angola? Estos actos sólo tienen sentido como parte integrante de la desatinada empresa de cooperar con ciertas autoridades en la solución de sus problemas, para de paso contribuir a mejorar las relaciones internacionales. Si se les da tanto valor a los diplomáticos, entonces para conservarlo hay que enviar, tarde o temprano, misiones militares y pertrechos.

El carácter político anormal de las intervenciones mi­litares soviéticas se puede con frecuencia observar en el hecho que, desde el punto de vista imperialista normal, no hay relación positiva alguna entre los gastos y el rédito de tales empresas. No son las operaciones de aniquilación acostumbradas, como la de los norteamericanos en Vietnam, o las de Israel y Sudáfrica contra sus vecinos y una parte de sus súbditos. La utilidad estratégica es en conse­cuencia escasa o nula, mientras los costos militares, dado la finalidad político-pacificadora de las intervenciones, au­mentan. Es que precisamente, para el PCUS la política internacional de paz de la URSS no debe ser lo que la política imperialista de pacificación es: un terror militar de superioridad aplastante. Pero esta reserva ni siquiera redu­ce los costos morales de la política exterior del campo socialista. Para la opinión pública democrática, la presen­cia político-militar de la Unión Soviética en cualquier punto del globo, medida según los valores standards de la diplomacia, desenmascara a la voluntad soviética de paz como una frase de propaganda que carece de toda credibi­lidad, comparada con la frase occidental “paz en libertad”, que sólo está premeditada para adornar los logros de una violencia militar sobradamente eficaz.

El PCUS impone ideológicamente con éxito a sus masas populares los ideales pacifistas que carecen de toda vigencia en la realidad imperialista de las relaciones inte­restatales. Continuamente difunde la idea de un mundo armonioso, donde las naciones aman la paz, y nadie quie­re la guerra, fuera de una ínfima minoría ávida de dinero y poder, digna del desprecio moral y la ignorancia teórica. Así el partido fomenta un enigma, porque, ¿cómo puede ser que los malos, con ser tan pocos, se impongan y obliguen continuamente al estado y al pueblo soviéticos a realizar enormes esfuerzos defensivos para asegurar la su­pervivencia nacional? Quizá haya logrado desacostumbrar a su propio pueblo a la necesidad de aclarar las contradic­ciones de su propia propaganda. Como quiera que sea el partido tiene siempre a mano el adjetivo “complejo” para salir del paso: así omnipresentes y “complejas contradiccio­nes” hacen que “la situación internacional permanezca complicada”. Además el PCUS cultiva una gran visión nacional de la Unión Soviética, como una marcha triunfal de la paz a través de la historia, saludada con amor y respeto por todos los pueblos del mundo. Y mucho ojo en no compartirla, sea por lo que sea, pues entonces los comunistas soviéticos se ponen furiosos.

Todo lo que el PCUS entiende y practica como solida­ridad internacional de clase consiste entonces en que se considera a sí mismo como el paladín del idealismo de la paz mundial, y en que como gobierno procura en la medi­da de sus fuerzas desarrollar la misma voluntad de paz y justicia en otros gobiernos. Así coinciden el patriotismo soviético con el internacionalismo proletario, casi como se lo imagina en el mundo imperialista un sentimiento cívico nacional cualquiera.

2. El comercio con los países capitalistas

El PCUS, al introducir la economía planificada arre­bató a los intereses del capital imperialista la posibilidad de meterle mano a las riquezas del país y a su pueblo, inversamente, las empresas socialistas no tienen ningún interés comercial en mercados, riquezas y pueblos de otros estados. Sin embargo la URSS participa en el mercado mundial, se endeuda en moneda “fuerte”, e invita a capitalistas foráneos a que se asocien, en “joint-ventures”, con empresas soviéticas.

El PCUS por un lado es indiferente al acontecer económico del capitalismo, pues no le interesa importu­nar para nada a las naciones capitalistas exportando la revolución. Pero por otro lado tanto le atraen los frutos de la explotación capitalista en el extranjero que no desea que haya límites para exportarlos o importarlos. Lo ideal le parece tener en el comercio, de socios, a capitalistas extranjeros.

Tal es, según el partido, la forma apropiada de librar “la competición de sistemas”, con la que ni siquiera aso­cia la idea de arrumar económicamente al capitalismo. El estado soviético se incorpora entonces al mercado mun­dial como si al hacerlo las pautas económicas socialistas de su sistema se esparcieran por el globo. A los tratados comerciales el partido los maneja como si fuesen pruebas fehacientes de lo beneficioso que resulta comerciar con el socialismo real, para impresionar a los estadistas y nego­ciantes extranjeros y convencerlos, si no del socialismo, por lo menos de las ventajas de hacer las paces con él.

En nombre de esa ficción el PCUS devuelve al capital internacional y a sus custodios nacionales parte de lo
que les había quitado. Una manera de contribuir a desestabilizar su propio sistema.

El partido también se preocupa por el sentimiento internacionalista de las masas populares y lo atiende con victorias socialistas en las olimpiadas.

¿Qué demonios tienen que hacer los comunistas en competiciones deportivas internacionales, o en festivales de ópera? ¿Para qué producir niños campeones que se descoyunten haciendo gimnasia, o fracs para los músicos de gira en el extranjero? ¿ caso son estos los productos adecuados para reemplazar al artículo “revolución”, borra­do de la lista de exportaciones? ¿Para qué precisa el PCUS esas ridículas manifestaciones de performances nacionales, que a los estados burgueses les sirven para alimentar el nacionalismo de sus ciudadanos y agradar el bouquet no menos nacionalista de los mirones foráneos?

El PCUS ha abandonado completamente la agitación y la propaganda comunista por el culto de una imagen nacional de la URSS, y ojalá fuese eso lo peor de su línea política internacional guiada por el principio de “la com­petición entre sistemas sociales diferentes”.

Porque resulta que los comunistas también trafican en los mercados del mundo capitalista. A los europeos occi­dentales les compran tuberías caras, y se las pagan con mucho gas barato. Si de trigo se trata comercian con el enemigo principal, o con sangrientos generales sudameri­canos, y les paga con divisas que engrosan el negocio de los bancos intermediarios y la penuria financiera de la URSS. En vez de andar de un lado al otro concertando negocios más que dudosos, ¿por qué no construyen donde mandan, más de la sexta parte del globo, un paraíso de los trabajadores, autárquico, bien provisto e inexpugnable?

El PCUS alega una razón para todo lo que hace que parece materialista pero que no lo es, y por supuesto que comunista menos. El comercio internacional, sostiene el partido, es de “provecho mutuo”. ¿Ha pensado tan siquie­ra un momento en cuál es esa “otra parte” cuyo provecho quiere fomentar? Y en su balanza comercial con el impe­rialismo, ¿qué provecho anota, fuera de las deudas y la escasez de divisas?

Lanzado a propagar las bondades de un comercio próspero el PCUS adopta una posición muy similar en cierto sentido con la de su “competidor” occidental. No quiere saber absolutamente nada ni del sistema que tiene enfrente, ni de sus fines, ni de a qué clase de muy bien organizados condicionantes se aviene cuando comercia. Supone que su socio comercial es el reflejo ligeramente deformado de su propia imagen. Igual proceden los capi­talistas, y la jauría periodística a su servicio, cuando toman a la economía planificada del socialismo real como una oportunidad como otra cualquiera para hacer buenos negocios, donde por supuesto falta un mercado libre y el instrumentario variado y práctico de una economía abier­ta. El PCUS, simétricamente, toma al capitalismo como si fuese un sistema de palancas para producir bienes útiles, que según los principios del sistema de cálculo económico se complementa magníficamente bien con la economía planificada, si bien no cumple en su totalidad con los criterios de un abastecimiento planificado, de las masas populares por supuesto.

Así, con esas ideas sobre demanda y consumo, los comunistas soviéticos en reuniones con empresarios occi­dentales, que sólo tienen tasas de ganancia en el magín, logran hablarle a la pared, para luego cerrar trato y brin­dar por el provecho mutuo. De esa forma consiguen hacer caso omiso de todos los intereses antagónicos que realmen­te tienen encima. Abstraer del antagonismo entre el mun­do de los negocios, en el que quiere tomar parte, y la clase obrera occidental es lo que al partido le resulta más fácil. Sabiéndose al frente de toda una gran potencia económica que no tiene por qué reconocer otros principios que no sean los suyos el PCUS atribuye a los asalariados occiden­tales el mismo provecho de su comercio con el capitalismo real que siempre promete a sus trabajadores, es decir, un abastecimiento mejor. Pero el partido tiene en la manga todavía otro beneficio para los trabajadores occidentales mejor que los Lada, las pieles y el caviar que sus empresas vuelcan sobre el mercado libre para que el obrero se sirva: sus compras. Ellas son pedidos que “aseguran” puestos de trabajo. Quiere decir que el PCUS conoce muy bien la dependencia de los asalariados occidentales del éxito co­mercial de las empresas que los explotan, pero como se ve por el autoelogio de los puestos de trabajo no la encuentra en sí criticable. Justo donde se observa que el capitalismo funciona de otra forma completamente distinta al socialis­mo real, el partido descubre que el capitalismo anda mal, pero que podría andar mejor si se lo abastece con órdenes de compra. Así piensa que contribuye a mejorar la situa­ción social de la clase obrera de los países occidentales.

De paso el partido está seguro de haberles hecho un favor a los empresarios “serios y reponsables” y a las figuras políticas al frente de los ministerios de economía y trabajo, pues ellos ni son los buitres de la competencia –la misma de la que los agentes comerciales soviéticos tratan de sacar partido– ni tampoco cínicos que calculan día y noche cómo abaratar la mano de obra. Son hombres abrumados por problemas, a los que el partido les ofrece cierta ayuda práctica y el ejemplo de su propio sistema. A la mafia político-empresarial occidental el PCUS le presen­ta al estado soviético como modelo para que los estados capitalistas y sus sociedades observen que pueden funcio­nar mucho mejor si prestan más cuidado a los trascenden­tes aspectos sociales de la economía. Esa es toda la crítica constructiva que los comunistas soviéticos hacen al capita­lismo que florece en su derredor. Asumir más sus intereses materiales contra los estados donde impera “otro orden social”, es algo que afirman no querer ni haber querido nunca.

¿Pero es que acaso se nota siquiera allí donde ciertos efectos del negocio mundial con créditos, dinero y mercan­cías han llevado a la generalización de la miseria, que eso que llaman hoy “marginación social” pueda ser un “pro­blema” para los dueños del poder y del dinero en los países imperialistas? Ese drama del “tercer mundo” el PCUS lo conoce muy bien, sabe que es el resultado de cuarenta años de “integración y desarrollo”, y rechaza cualquier responsabilidad por esa situación. Hasta nombra a los responsables cuando se refiere a “las transferencias netas de capital” por valor de miles de millones de dólares de la periferia empobrecida y sobrendeudada hacia las ricas metrópolis, sobre todo hacia los Estados Unidos, o cuando estigmatiza las injusticias manifiestas del comercio internacional. Sin embargo, nada de eso para el PCUS justifica el liquidar todo tipo de colaboración constructiva con el sistemático saqueo imperialista.

El PCUS se conforma con descubrir las grandes injus­ticias que cometen los poderosos, y para repararlas presen­ta una serie de recomendaciones en nombre de los maltra­tados y dirigidas a quienes detentan la “responsabilidad del poder”. En vez de criticar al sistema imperialista, a su forma metódica de meterle mano a todas las riquezas del planeta, propaga la contrarrevolucionaria sandez de mejo­rar el empleo del instrumentario que posee tanto el comer­cio como el mercado mundial. Entonces, imagina el PCUS, deberá concretarse el verdadero significado planificador del comercio y del crédito, del FMI y el GATT, del Banco Mundial, el oro y el dólar: promover una “división inter­nacional del trabajo” socialmente beneficiosa para el sur, el norte, el este y el oeste.

Esto indica que al PCUS, de cierta manera, le gusta intervenir en los antagonismos propios de la vida económi­ca capitalista, pero no para imponer sus propios intereses materiales sino para dar a conocer un punto de vista muy extraño como competidor en una “competición de siste­mas” que no entiende como la pugna de alternativas que se excluyen, sino como una especie de concurso entre soluciones diversas para problemas idénticos; tales como una producción más eficiente, un mejor abastecimiento, una distribución más justa, etc. Pero este punto de vista resalta lo inconmensurable de ambos sistemas, porque el capitalismo no tiene esos problemas, cuya solución según el PCUS está en su propio “modelo social”. Lo que el capitalismo, y su necesario funcionamiento imperialista generan, son continuos antagonismos, que a la economía planificada le son completamente ajenos, y que actúan precisamente contra ella, ni bien los planificadores socia­listas se avienen a establecer relaciones comerciales finan­cieras y crediticias con el mundo capitalista. Los negocios entonces se concretan siempre que los agentes comerciales socialistas se comporten como competidores normales en un mercado capitalista, en la medida que dispongan de un poder de compra sólido, acuñado en una moneda capita­lista aprovechable y de una oferta de artículos a precios competitivos. Estos “condicionantes” implican criterios de rentabilidad que atentan contra el “sistema de cálculo económico” de las empresas socialistas y contra sus norma­tivas burocráticas y sin apuros. Además la necesidad de procurarse divisas se renueva una y otra vez, y los admi­nistradores del plan saben muy bien que si eso se convierte en un problema ya no tiene arreglo, y se agranda, pues le sigue la obligación de tomar créditos, el endeudamiento y la extorsión.

Toda la ciencia de los institutos de investigación eco­nómica del PCUS no alcanza para entender estas pequeñe­ces. Porque el partido prefiere convertir los antagonismos con el capitalismo, contrarios a los intereses materiales de su propio modo de producción, en problemas necesitados de una solución constructiva. Ya que se trata de la tarea común al capitalismo y al socialismo que se llama “compe­tición de sistemas”, donde la economía socialista, por su parte, debe “luchar por alcanzar un nivel internacional”. ¿Qué se cree el PCUS?, ¿que “el nivel”, es decir, los magníficos rendimientos de la explotación capitalista tie­nen como su significado económico a la clave para resol­ver el problema de la productividad en el socialismo real? Al compararse, y autocriticarse, frente al progreso capita­lista los comunistas del PCUS revelan quien realmente mide a quien, fuera de cualquier interpretación ideológica y sin contar con todos los efectos necesarios que pesan sobre quienes trabajan. Son ellos los que se someten a una medición de “fuerzas” bien concreta que se ejecuta a través de una comparación de precios con base en dólares y según las condiciones que fija el mercado mundial. ¡Otra que facilitar el abastecimiento y promover el progreso tecnológico!

Cuando los capitalistas utilizan la oferta mercantil del socialismo real o penetran en su mercado no necesitan modificar nada. Que se equivoquen sobre lo que es la economía planificada y cómo funciona, quizá, pero qué les importa. Ellos ganan dinero, y eso, al fin y al cabo es lo único que les interesa, sea el mercado libre o planificado o lo que sea. Los gobernantes comunistas, por el contrario, se ven confrontados con oscilaciones de precios que no pueden manejar en el sentido de su planificación. Enton­ces en medio de su economía planificada deben instalar zonas preferenciales para el comercio con el Occidente, provistas de “estímulos” adecuados para que corra el dólar y no el rublo.

En Polonia, donde los gobernantes socialistas recurrie­ron al crédito capitalista en gran escala para poder sopor­tar “el nivel” del comercio con Occidente, luego, el carác­ter coactivo del servicio de la deuda externa desmanteló el modo de producción e hizo de la economía polaca, para los acreedores, la masa de una quiebra que les rinde un interés y les da muchos derechos, y para la URSS y sus aliados un negocio a pérdida con la obligación política de subvencionarlo. Los bancos imperialistas cobran y el socia­lismo paga. He aquí a la nueva “división internacional del trabajo” realizada en el marco de “la competición de siste­mas con diferente orden social”.

Pero el PCUS tiene en menos a estas razones porque especula con la modernización que compra y paga, y además con un rédito político del comercio con los países capitalistas. El partido está convencido, y quiere probarlo a toda costa en el negocio internacional nada menos, que los amos del mundo tienen que tener un enorme interés en la paz mundial, porque la guerra sería el derrumbe general del lucrativo trajín con mercaderías, deudas y créditos a lo largo del globo. Tal razonamiento es falso por los cuatro costados.

Primero porque los artífices económicos y políticos del mercado mundial no están interesados en la prosperi­dad “del mercado”, sino unos y otros en el éxito de su patrimonio privado y nacional respectivamente. En la lu­cha por lograr tal fin, la puja del competir, quedan en el camino, arruinadas sin remedio, empresas, ramas comple­tas de la economía y también estados. Vale decir que la floreciente competencia internacional con sus despiadadas prácticas comerciales crea continuamente conflictos que pasan a la esfera política. Una vez allí competen exclusiva­mente a los poderes políticos soberanos, y puede ocurrir, como ocurre, que un gobierno cualquiera llegue a la con­clusión que el camino que tiene para salvaguardar el inte­rés nacional es el uso de la fuerza. Las naciones imperia­listas tienen motivos sobrados para la guerra porque pre­cisamente sus negocios han tejido una red mundial de circulación y acumulación de capital que ha arrastrado a todos los estados a una lucha constante y sin cuartel por la existencia nacional, que entonces crea en todas partes la necesidad de controlar y vigilar mediante la amenaza con el uso de la fuerza.

Segundo, que debido a lo anterior uno de los deberes más fáciles de la política imperialista es justamente la interrupción de los negocios, por los cuales vela, en interés del control general sobre el todo político-social. Ningún estadista burgués es de la opinión que la puja del compe­tir, a cargo de sus capitalistas, sea el asunto casi idílico de una “emulación pacífica”. Saben muy bien de las cualida­des extorsivas de todo gran negocio, y de los medios comerciales que allí se usan y de allí se sacan. Y también saben que el poder les da la libertad y la responsabilidad plenas para preferir el chantaje al provecho comercial si la situación lo exige.

Tercero, que el negocio de las naciones capitalistas con el socialismo real es la sección del mercado mundial que justamente está sometida a una reserva política explí­cita. Aquí los políticos imperialistas, que normalmente calculan cómo activar sus balanzas nacionales cifradas en dólares, se olvidan de los dólares, casi igual que los clien­tes socialistas que desean adquirir facilidades de acceso a ciertas tecnologías, y frenan a sus hombres de negocios con listas de embargo (COCOM se llama el comité encar­gado de elaborarlas, bajo la dirección del gobierno nortea­mericano) y restricciones a las exportaciones con el fin de dañar la productividad socialista. Esto significa que la supervisión política del comercio de los países capitalistas con el campo socialista tiene la calidad del sabotaje. Y si los propios farmers se arruinan con el embargo, la respon­sabilidad por la seguridad nacional en una democracia lo contabiliza como costos de la libertad, que se sabe no tiene precio.

No hay pues en el comercio mundial ningún elemento que favorezca o condicione la paz, y sí necesidades perma­nentes de vigilar, amenazas y llamadas al orden entre competidores, todas altamente belicosas. Por si fuera po­co, frente a la Unión Soviética las naciones capitalistas colectivamente asumen un interés en la seguridad global de su sistema, por encima de la competencia entre ellas. Aplicado a las relaciones comerciales con la URSS ese interés hace que con frecuencia primen las consideraciones político-estratégicas sobre el comercio. Sería sin embargo un error suponer, a la inversa, que el mantenimiento y la ampliación del comercio anule la estrategia imperialista de pacificación contra la URSS. Porque lo que sale del co­mercio, su parte del “provecho mutuo”, los imperialistas lo examinan como medio de presión y de sabotaje, y si los políticos occidentales, imitando a sus colegas soviéticos, a veces subrayan el aspecto pacífico de un tratado comercial, que mejor signo para saber que siempre tienen muy pre­sente al antagonismo insuperable y belicoso contra el cam­po socialista.

El gran servicio a la paz mundial del PCUS consiste en ignorar que las potencias imperialistas con la apertura de relaciones comerciales fructíferas abren un nuevo frente político contra los países socialistas. Impasible, deja hacer al enemigo porque ha previsto al comercio internacional como elemento dentro de su economía planificada, y tam­bién como valioso factor para promover la paz mundial. Y eso, afirma el partido con la confianza que le otorga el mando sobre todo un mundo socialista que obedece a sus propios principios, objetivamente es así. Soberanamente omite que el capitalismo funciona de otra forma, opuesta al socialismo real, y de hecho se somete así a los criterios que rigen el comercio mundial que son los del imperialis­mo porque él los impone. A su pueblo el PCUS mediante los negocios con Occidente no le ahorra nada, sino que le impone nuevos deberes económicos, cargas palpables que debilitan la capacidad de resistencia de los estados socia­listas a la presión imperialista. La oferta del sistema socia­lista como modelo social no atrae a estadista o político occidental alguno, y de la clase obrera mundial el PCUS ya ni de influenciarla se acuerda. Competir a costas del capitalismo tampoco quiere. A quién va a impresionar entonces el PCUS, sabiendo que las democracias imperia­listas en el arte de esquilmarse económicamente entre ellas y de expoliar al resto de los países son cien veces más eficaces y logreras. Claro que arreglado estaría el mundo si la URSS, imitando fielmente a sus enemigos, respondie­se a cada ataque a sus intereses nacionales con la misma moneda. En ese caso lo que sería la competencia mundial entre las naciones es mejor no pensarlo. Que nadie vaya a negar pues, un aporte del PCUS a la causa de la paz: el haber hecho de la Unión Soviética un adversario tan fácil de calcular para el imperialismo.

3. El PCUS y el comunismo mundial

Para la izquierda occidental el PCUS ha echado a perder la atractividad del socialismo con el mal ejemplo que el estado soviético transmite, y es en consecuencia el responsable del fracaso de las “fuerzas revolucionarias”. Mal dicho.

Primero porque ningún anticomunista sea o no de izquierda ha hecho que sus posiciones políticas dependan de una investigación objetiva del socialismo real. Y segun­do porque quien vacila en criticar al capitalismo por los errores de los comunistas soviéticos, ¿se puede saber qué revolución piensa hacer?

Si el PCUS ha dañado la causa mundial del comunis­mo es por haberse propuesto impresionar al resto del mundo mediante los grandes éxitos en la construcción de una obra nacional. Realizar la idea del mejor estado es lo contrario de un proyecto revolucionario mundial. Me­diante su política de tratar de ganar a los demás estados y a sus conductores políticos como cómplices de su vo­luntad de paz, el PCUS ha liquidado al movimiento comunista internacional. Por su empresa de paz sacrificó a ciertos partidos hermanos y señaló a las más poderosas formaciones comunistas el camino del “eurocomunismo”. Hoy en el mundo imperialista ya no existe ni oposición ni rebelión alguna detrás de la que “estén los rusos”. Así se paga el error de pretender reemplazar la lucha de clases internacional por la política exterior.

El PCUS no tendría por qué preocuparse de la lucha de clases en otras latitudes. Podría asumir serenamente que le basta y sobra con la tarea de edificar un próspero comunismo y que de todos modos la lucha de clases en otras sociedades debe ser librada y ganada por los comu­nistas y los trabajadores de los países en cuestión. Nadie se lo podría echar en cara. Pero ya que cree que debe ocupar­se de las circunstancias políticas y económicas en todo el mundo, pues entonces que lo haga, pero por lo menos que cuide no complicarle aún más las cosas a los comunistas de otros países. Porque veamos, qué comunista, en cual­quier estado del sistema imperialista mundial no sabe de la amarga experiencia que significa encontrarse a los cuadros del PCUS de visita y del brazo de sus enemigos, ya sean estos políticos, capitalistas, o verdugos en uniforme. Y no se trata de encuentros ocasionales, sino de reuniones pro­gramáticas para tratar “problemas comunes”. Los políticos occidentales, no se jactan acaso de llevarse mejor con la dirección del PCUS que con la propia oposición comunis­ta doméstica, si ésta, totalmente desubicada, sigue critican­do al capitalismo en vez de asumir “las exigencias comu­nes de la era nuclear”.

Este triste resultado caracteriza un éxito que el PCUS se esforzó en obtener y ha logrado: ganar la respetabilidad de los imperialistas occidentales para la revolución antica­pitalista que encabezó en 1917, que le granjeó la violenta hostilidad imperialista contra la que tuvo que luchar con denuedo. La contradicción de ese éxito se tragó lógicamen­te a la revolución misma, tan profundamente odiada por los poderes políticos capitalistas porque justamente son su blanco.

El PCUS ha hecho todo lo posible por empequeñecer y hasta negar el carácter revolucionario de su poder polí­tico. Pareciera entonces como si el “nuevo orden social” nacido de la revolución fuera un miembro de “la familia universal de naciones”, pero no uno más, sino el guía que ha concretado un ideal que yace en todos los estados modernos, que ha sabido, según la fraseología del partido, encontrar “la respuesta óptima a la cuestión central de nuestra época”. Para el PCUS las naciones de hoy, a diferencia de la Rusia del ayer, no precisan de cambios revolucionarios para adoptar el ejemplo exitoso de la URSS como un estado justo y moderno. De esta manera el PCUS envenena las relaciones con los comunistas de otros países, que sin hacerse ilusión alguna saben que para abolir la propiedad privada es condición necesaria la des­trucción revolucionaria de los poderes del estado. Porque no solamente que no les ayuda en esa tarea debido a que ya dejó atrás el “dogma” de su propio Octubre, sino lo que es mucho peor, les recomienda otra que se las trae. Ésta consiste en que los comunistas del mundo desarrollen iniciativas para que las figuras políticas, empresariales, culturales, etc., de cada nación valoren las posiciones so­viéticas y se avengan, tanto a los puntos de vista del PCUS sobre los problemas políticos y sociales contempo­ráneos como a sus propuestas de solución.

Este encargo es, primero que todo, anticomunista.

Segundo, que no se lo cree nadie, ni menos aquellos a quienes va dirigido. Porque el catálogo de iniciativas, por más moderadas que sean, que el PCUS tiene listo para que los estados capitalistas lo copien, para que luego se conviertan en las deseadas “tareas comunes” tienen que primero cruzar el abismo de una revolución socialista, que separa a la URSS del mundo del capital. Y si los “amigos de Moscú” en un país cualquiera olvidan este detalle, el propio poder estatal al que quieren convencer se lo recuerda.

Tercero, que se vuelve contra los comunistas mismos. Ya que el discurso de los comunistas, las iniciativas, tienen que dirigirse a una conciencia ideológica de la problemáti­ca nacional fiel a la nación como tal, es decir a la comuni­dad organizada bajo el poder estatal. Esta postura política comprometida con el progreso nacional, que considera al éxito de la nación como la aspiración y el mandato supre­mos, debe ser instruida, aleccionada e influenciada por los comunistas mediante un ejemplo foráneo: el soviético. Una, la posición comunista que alude al éxito del socialis­mo, y la otra que reclama una política nacional exitosa, deben hallar lo que los une, en aras del futuro progresista de la sociedad nacional. De esto no puede nunca salir nada bueno.

Porque una postura nacional no sería auténticamente nacional si no incluyera la delimitación entre “nosotros” y “los otros”, la desconfianza frente a los ejemplos foráneos, y también el espíritu de la competencia, ya que si hay una razón nacional para aprender a fondo y sin reticencias del extranjero es precisamente la competencia, la lucha por la supervivencia nacional en un mundo de estados com­petidores.

La contradicción de querer entusiasmar al “campo nacional-popular-progresista” mediante el arquetipo grandioso de una nación extranjera golpea fuertemente a los partidos que siguen la línea del PCUS con el veredicto patriótico que están al servicio de una nación que no es la propia. Son, ni más ni menos, traidores.

¿Qué les queda entonces a los partidos prosoviéticos? Pues elegir entre dos fidelidades nacionales: o Moscú o los colores patrios. La causa de esta disyuntiva por supuesto que no es el hecho que al poder soviético se le atribuyan ciertos crímenes, que más bien sirven para ponerla al orden del día, además resulta evidente que todos aquellos partidos comunistas que se lo pueden permitir se separan completamente del PCUS para adoptar una auténtica po­sición nacional. A los eurocomunistas fue eso lo que se les ocurrió, porque otra cosa que patriotismo no habían apren­dido del PCUS. Si restaban fieles al ejemplo soviético seguían fracasando frente a un nacionalismo al que le basta tan sólo acordarse de “los rusos” para enseñar un anticomunismo feroz, y al que nunca ni quisieron ni supie­ron criticar.

Entre las iniciativas internacionales del PCUS por supuesto que no figura la de introducir, aunque sea poco a poco, el socialismo real en ningún lado, pues como “tarea común” sería imposible de cumplir. El “modelo soviético” que el PCUS propaga internacionalmente es simplemente el de una política exterior modelo, dirigida a lograr un cambio de mentalidad entre quienes conducen la política en los estados hostiles, para que comprendan que es posible y hasta favorable para ellos mismos hacer las paces con la URSS. Con esta iniciativa el PCUS conduce a los partidos amigos a un callejón sin salida. Porque estos partidos tienen que conducirse como los portavoces de la política soviética de paz, y eso es en el mundo democrático la tarea más ingrata que se pueda imaginar. Puede ser que los comunistas prosoviéticos no lo vean así, pero cuando se habla de “política de paz” se hace referencia a “peligros” impensables sin la presencia de una Unión Soviética arma­da y preparada para la guerra. Por tanto, para toda men­talidad nacional está claro que ser partidario del amor a la paz soviético también significa compartir las razones que la Unión Soviética tiene para combatir. La propaganda comunista por la paz es entonces la continuación de la política exterior soviética en el suelo patrio con los medios de una quinta columna disfrazada de partido, por eso toda persona de mentalidad nacional –la mentalidad que el mensaje comunista no quiere cambiar sino ganar para la paz– debe rechazarla con todas sus fuerzas.

El PCUS les exige así a los partidos hermanos un renunciamiento político mortal. Y quien sabe si se lo agradece. Porque yace en la misma lógica de la política de paz que los esfuerzos de los comunistas de un país deter­minado sean sacrificados sin muchos remordimientos, si con ello se logra que el gobierno respectivo sea permeable a las iniciativas de la política de paz soviética. Por la paz, que para el PCUS es lo mismo que buenas relaciones diplomáticas con otros gobiernos, el partido es capaz de cualquier maniobra cínica a costas de una oposición que con él simpatice o que inclusive él mismo haya contribuido a desarrollar. Cualquier cosa que afiance el reconoci­miento internacional de la Unión Soviética se llama paz y está justificada. El PCUS manifiesta así el grave error que significa pretender para su sistema disidente y mediante su política exterior la aceptación y el reconocimiento de los demás estados. Que ese fin para el imperialismo sea un motivo de guerra, el PCUS no lo impide, lo asume.

El PCUS asestó, con su política de paz, un golpe mortal a lo que una vez se llamó “movimiento comunista internacional”. Pero eso no le apena, porque según sus miras dispone de un magnífico reemplazo: nacionalistas, patriotas, gente que se preocupa, por la razón que sea, por el hambre en el mundo o la injusticia social, sin mencionar jamás la lucha de clases ( ¡faltaba más!), al partido le gustan tanto como los partidos comunistas que siguen su línea y mucho más que los comunistas de a pie. Porque esos amigos como no lo son por encargo, están libres de toda sospecha cuando abogan por una política soviética de paz, que al fin y al cabo lo único que quiere es que la opinión pública y los conductores de las democracias im­perialistas le presten el debido reconocimiento. Y si esa gente prestigiosa por ahí se acuerda de su anticomunismo, el PCUS también se lo perdona, en nombre de la paz y el progreso.

Según un esquema parecido el PCUS hizo del movi­miento de liberación anticolonial su aliado por muchos años, le prestó ayuda política, diplomática y militar. Los resultados no se hicieron esperar, con la conquista de la soberanía política y el inicio de la construcción económica nacional comenzó también el distanciamiento de los flamentes soberanos de su antiguo mentor, salvo que la subversión imperialista o una guerra con algún vecino hiciera necesaria la presencia de armas soviéticas, que el PCUS considera útil entregar. De la lucha anticolonialista hoy lo único que queda es la costumbre imperialista y neocolonial de identificar a “los rusos” como los instigado­res de cualquier trifulca en el mundo bajo el control militar fanático del imperialismo y donde rebalsa la mise­ria. El PCUS, aunque rechaza que él pueda andar metido en cosas tan feas, por otro lado considera a la acusación como la prueba que todo lo progresivo, justiciero, antiim­perialista y humano tiene en el partido a la verdadera patria.

Y en este sentido hoy en día al partido cualquier comprobante le viene bien. A las figuras del arte, la cien­cia, y la cultura occidentales las agasaja para que luego testimonien la generosidad de la hospitalidad soviética. Cada huésped prueba que un mundo más pacífico es posible. Con la clase obrera del mundo, que en las poten­cias económicas grandes y pequeñas trabaja y se arruina, el PCUS sólo se relaciona por intermedio de gente famosa que sabe entretenerla con canciones, filmes, novelas y moralejas filosóficas.

¿Qué tendrá que ver todo eso con la revolución mun­dial? Nada. Pero al PCUS qué le importa, si total no la quiere.