Análisis de la edición “GegenStandpunkt” 2-11

Preocupaciones imperialistas por el dinero

en el año 5 de la crisis financiera mundial

Europa está arruinando su zona meridional. Destruidas por la competencia de las potencias líderes de la UE, Grecia y las demás naciones con su sobreendeudamiento son forzadas al empobrecimiento. Más exactamente: a una política de empobrecimiento que se caracteriza por dos particularidades. Quien se empobrece es el pueblo; y a la vez está claro que a través de esta medida el poder estatal no se saneará, sino que está arruinándose a sí mismo. Esta sobresaliente actuación económica va acompañada de un momento democrático estelar: sólo habrá ayudas a la supervivencia del poder público si el gobierno y la oposición en los países afectados se comprometen de antemano y de manera vinculante a reconocer incondicionalmente todas las condiciones que les impone la dirección de la UE, previniendo que elecciones libres puedan ocasionar algún cambio. El pueblo, cuando protesta, simplemente sigue sin entender nada...

Está claro que Europa no arruina su zona meridional simplemente porque le da la gana. Las potencias líderes están salvando de esta manera su dinero; más exactamente: su validez como instrumento de mando sobre el trabajo y la riqueza. Con este propósito organizan, con más deudas aún, un “fondo de rescate” de la confianza en las deudas que ya son demasiadas. En cuanto a la garantía para la solidez de su magnífica obra económico-financiera, no se fían de la impresión que las grandes cifras causen en el mundo financiero. La creación de la nada de sumas de miles de millonesde euros, la ligan a la introducción de un régimen político de vigilancia sobre los países socios cuyo uso malhecho del buen dinero común lo demuestra su menor calidad de solvencia. La dureza de este régimen ha de crear la confianza que necesitan las deudas para que merezcan el nombre de crédito y el tratamiento de capital. Y los mandatarios democráticos no se olvidan de rendir cuentas informando al pueblo en dos sentidos sobre el acto del rescate del dinero: la razón para dicho rescate radica en los habitantes del Sur de Europa que han vivido “por encima de sus posibilidades”, por lo tanto a costa ajena, o sea, a costa “nuestra”, teniendo ellos la culpa de las cargas que los vencedores de la competencia hacen caer sobre sus propios pueblos. El objetivo del rescate, de otra parte, es “nuestro” buen dinero y la Europa misma.

Lo último se acerca bastante a la verdad. Los activistas de Europa rescatan primero su dinero y segundo su proyecto de conquista pacífica del continente mediante la fuerza coactiva de la riqueza capitalista. Lo cual desde luego no levanta en ningún sitio el ánimo de nadie. Los pueblos de Europa están perdiendo la paciencia con su Europa. ¡Y cómo no! La unificación de Europa no suprime la competencia entre las naciones, sino que organiza sus duros resultados y su implacable continuidad. ¡¿Cómo esto no va a despertar entre la gente sentimientos diferentes a los de arrogancia nacionalista de parte del bando vencedor, y sufrimiento nacionalista en el bando perdedor?!

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En Norteamérica se profundiza la exaltación patriótica – hasta el punto de bloquear el poder estatal que se ha quedado sin dinero. El entrañable sentimiento de compromiso del todo buen americano por la causa de la nación está desuniendo profundamente la comunidad nacional: tanto los adeptos del change como aquellos del tea party se inculpan mutuamente de abandonar con sus respectivas recetas la senda del éxito de la nación, de traicionar sus ideales y de provocar el ocaso. 

De un lado, no se trata de otra cosa que del dinero que necesita el gobierno; y en este sentido las diferencias no son tan graves, ni mucho menos insuperables. Un bando aboga por un crecimiento capitalista libre de restricciones estatales y una depauperización del pueblo en pleno uso de su responsabilidad; el otro bando quiere renovar la potencia industrial de América empleando recursos presupuestarios del Estado y aprovisionándola con un material humano no solo barato, sino también en cierto buen estado de salud: la máxima elemental del capitalismo de que el bienestar de la nación requiere la productividad de la riqueza capitalista y la pobreza útil (“jobs, jobs...”) es la convicción común de ambos bandos. El hecho de que a pesar de ello sea imposible llegar a un acuerdo patriótico y al contrario se practique una negativa patriótica tan radical y sin compromisos hacia el adversario y sus programas, atestiguan un desconcierto fundamental de la política que, a su vez, refleja el desconcierto en que está sumida la nación. Es la materia en disputa lo que puede dar pistas sobre la razón y el contenido de dicho desconcierto: la fuerza productiva de la deuda estadounidense como fuente de dinero está en juego. Las deudas de EEUU funcionan en el mundo entero como capital-dinero convertible fácilmente en liquidez; sirven a Estados como tesoro, y a personas privadas como fortuna; entre las naciones, la moneda estadounidense sirve tanto para comprar como para invertir. De esto está necesitado el mundo; y esto no solo beneficia a EEUU, de ello vive además el poder financiero, imprescindible para el poderío financiero de la nación. Todo esto lo echó a tierra el capital financiero en su espectacular crisis. Pero este golpe no fue aceptado por el Estado americano; al contrario, lo rechazó con más deudas nuevas. Pero si vuelve o no a funcionar lo que tiene que funcionar para que la base económica del imperialismo estadounidense siga intacta –a saber, el reconocimiento incondicional del crédito que EEUU se otorga– esto, primero, no es tan seguro como ha venido siendo por más de medio siglo; y, segundo, ya no está exclusivamente en manos de la potencia mundial.

Conocer la razón del desconcierto nacional está de sobra tanto para políticos como para votantes sumisos a la hora de irritarse. Y la irritación termina siendo fuerte – en una nación que, acostumbrada al éxito imperialista, cree que el éxito indiscutido es su inalienable derecho.

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La misma crisis repercute sobre dos imperialismos afectando su recurso vital económico: la ecuación de deudas son iguales a dinero. El uno, la potencia mundial, pierde la certeza sobre las bases ancladas en la economía mundial. El otro, el rival europeo en su lucha por superar peldaños, hace frente a toda suerte de dificultades producto de la fundamental contradicción entre la unidad monetaria, materializada en el crédito común, y la competencia; contradicción que la crisis obliga a poner con violencia en la agenda de la política europea. Los pueblos afectados están indignados – pero no realmente por la razón de Estado que prevé recargar sobre sus cabezas un peso insostenible para superar las consecuencias de la crisis. Más bien prefieren oponerse los unos a los otros en la Europa de las patrias; mientras que en god’s own country lo practican  patriotas entre sí. Y seguidamente el mundo en conjunto se horroriza ante la catástrofe nuclear en el Japón; se alegra de que a Bin Laden lo hayan mandado al infierno, de que un Papa muerto llegue con título oficial a las puertas del cielo, y de que una pareja de yuppies en Gran Bretaña termine en la cama. Es el lujo que nos queda.