Tengo una pequeña crítica: No estoy de acuerdo con que ustedes consideren democracias a los Estados occidentales. “Democracia” quiere decir: soberanía del pueblo. En nuestros países, sin embargo, no gobierna el pueblo. Los económicamente poderosos tienen la influencia decisiva en las decisiones políticas. Esto sucede mediante entrelazamientos personales (p.ej. políticos trabajan como consejeros en la administración de empresas, gerentes económicos se convierten en titulares de cargos políticos y vice versa, empresas pagan a funcionarios y diputados). Consorcios económicos elaboran leyes y argumentaciones. Además se usan asesorías, el cabildeo tradicional, la influencia a través de los medios de comunicación y donaciones legales e ilegales a los partidos políticos. A esto se añade el fraude y la evasión fiscales, lo que conduce a que el Estado carezca de recursos financieros. Por lo tanto no vivimos en una democracia, sino en un sistema parlamentario dominado por la economía.
En tu “pequeña crítica” nos recriminas omitir una crítica de las democracias occidentales que a ti te parece importantísima: nos reprochas no quitarles un título de honor –“democracia”– que en tu opinión no merecen para nada. El reproche de ser poco críticos frente a las “soberanías del pueblo” occidentales te lo devolvemos a vuelta de correo: Pues no nos gusta para nada –ni tampoco nos parece muy crítico– confrontar el ejercicio de poder por parte de la soberanía democrática, que tú también aprecias, con el criterio imaginario de una democracia verdadera cada vez que uno crea infringidos los buenos modales del buen gobierno; y luego lamentar todo tipo de divergencias de este noble ideal, sin interesarse por la marcha real de las cosas ni sus causas y objetivos criticables. Como la confrontación de la soberanía con los ideales puestos en circulación y cultivados por ella misma es lo contrario de criticarla, tus objeciones contra la democracia real no sirven de nada, por muy radicales y fundamentales que sean las presentes.
¿Qué quieres criticar en cuanto a los cabildeos empresariales? ¿La causa, o sea el interés de los empresarios que representan a los consorcios económicos? ¿Tienes alguna crítica de este interés? ¿Quieres poner reparos a las consecuencias que tienen estos intereses para mucha gente si “la economía” los persigue con presión? ¿O no te molesta más que su indebida influencia en el ámbito de la política en el que siempre intervienen los “económicamente poderosos” sin que en tu parecer tengan derecho a ello? – ¿Y qué quieres criticar en cuanto a las condiciones políticas? ¿El sistema parlamentario? ¿O lo quieres defender contra la corrupción de los diputados? ¿Tienes algo en contra del uso de los impuestos? ¿O abogas por el pago debido de impuestos en vez de que se defraude? ¿Es el contenido de las leyes lo que no te gusta o son las maquinaciones ilícitas en la legislación? ¿Estás en contra de los proyectos políticos o lamentas el mal funcionamiento de la política o la amenaza de su éxito a causa de influencias ajenas a la política?
Lamentas la parcialidad del Estado a favor de los intereses de la economía. Estás convencido de que esta parcialidad no es una excepción, sino la regla que caracteriza a todos los “Estados occidentales”. Pero te niegas a sacar una conclusión en cuanto al programa político de estos Estados que explique estos hechos. En vez de ello, y sin que los hechos te confundan en tu juicio, estás convencido de que “las decisiones políticas” podrían y deberían tener otro contenido muchísimo mejor del que de hecho tienen (como tú mismo contestas y lamentas). Con tan gran aprecio y tanto sentido constructivo se puede hablar de la práctica del poder estatal si, abstrayéndose de las causas verdaderas, uno se empecina en que la profesión de la soberanía habría de consistir en servir a objetivos filantrópicos. Por consiguiente, no te interesan otras explicaciones aparte de la naturaleza de los obstáculos que impiden que los Estados hagan lo que precisamente no hacen, pero que a tu juicio deberían hacer. Al parecer, la simple pregunta de por qué los Estados hacen lo que hacen, te resulta poco interesante. Tu pregunta por lo que impide que realicen lo verdadero, lo bueno y lo bello como es debido, te desvía completamente. Todo lo que te ocurra relativo a esta pregunta, no tiene que ver con una explicación, sino que es un examen idealista para detectar divergencias, faltas e incumplimientos del deber con respecto a lo que se podría esperar de una soberanía políticamente correcta en una democracia verdadera. De esta manera –con comparaciones negativas que determinan lo que no es la cosa en cuestión, o sea lo que le falta para corresponder a su políticamente correcto ideal– te “explicas” la influencia del cabildeo, la corrupción, el favorecimiento injusto y también los “entrelazamientos personales” entre los gerentes económicos y políticos. ¿No te das cuenta de que los entrelazamientos personales se basan en que los intereses estatales y empresariales se entrelazan materialmente? ¿Nunca has notado que de “la economía” y su crecimiento depende, indiscutiblemente y “sin alternativas”, el bienestar, o sea el prestigio internacional, de la nación? ¿Y que por lo tanto los dueños de esta economía y los de la política tienen tantas importantes preocupaciones comunes?
En cuanto a tu simpatía por el pueblo, cuya soberanía echas en falta: Abogas por un papel político de este noble colectivo, del que es desprovisto injustamente en tu parecer, sin tomar en consideración siquiera el pueblo tal y como está y el papel que realmente desempeña en el sistema de dominación tan apreciado por tu parte. Este idealismo lo consideramos una extraordinaria falta de crítica – frente al pueblo y frente a la soberanía.
¿Sabes, en realidad, lo que es un pueblo? Tú te lo imaginas como una masa de gente humilde que lo único que quiere es divertirse un poco en la vida y educar en paz a sus niños. Esto no tiene nada que ver con el pueblo real. El pueblo es un conjunto de groseras contradicciones, organizadas hasta en los más mínimos detalles por su soberanía legislativa, jurídica y asistencial. No sólo los intereses de propietarios y no propietarios, compradores y vendedores, trabajadores y empresarios forman posiciones opuestas. Los intereses en el pueblo también son contradictorios si dos individuos quieren lo mismo y son por tanto, según la lógica capitalista, competidores. Hasta las más inocentes diferencias naturales entre jóvenes y ancianos, sanos y enfermos etc. se convierten bajo la dirección del Estado social en posiciones opuestas que se niegan mutuamente el pan y la sal. Todos los conflictos están meticulosamente reglamentados: Una poderosa máquina legislativa no se dedica a otra cosa que a hacer sostenibles las establecidas oposiciones entre las partes del pueblo y a hacerlas fecundas para el progreso de la nación. Cada recurso legal para su contienda está definido en cuanto a su carácter y a su alcance; todas las consecuencias positivas y menos positivas de las colisiones de los intereses se toman en consideración, ya se han anticipado y reglamentado por la ley o se atienden posteriormente.
La vigilancia de la competencia es el servicio estatal por excelencia que demandan los competidores como su imprescindible recurso vital. La voluntad común de subordinación a la soberanía estatal es lo que crea el rasgo común que hace de una población un pueblo: un colectivo político de competidores que complementan sus oposiciones por la paradójica disposición a abstraerse de ellas porque consideran que la continuidad que organiza el Estado es la condición fundamental de su propia existencia. En su calidad de masa organizada, el pueblo es el producto, la base y la herramienta de la soberanía estatal y no tiene otra voluntad que la subordinación a la fuerza estatal. Practicando esta voluntad, el pueblo nombra a sus agentes en elecciones democráticas y reclama, sumiso, que esta buena voluntad le sea recompensada con un buen gobierno.
¿Y este desagradable rebaño que es el pueblo ejerce en tu parecer demasiado poco poder en la democracia? Nosotros por lo menos ya llevamos bastante tiempo estando hasta las narices de él y de la constructiva colaboración democrática con su soberanía.