Teoría marxista. Crítica al capitalismo. |
Contacto
Editorial GegenStandpunkt Kirchenstr. 88 D-81675 Múnich Alemania gegenstandpunkt@t-online.de |
En la guerra, la moralidad de la sociedad burguesa se pone patas arriba: Lo que en tiempos de paz no está permitido a la gente bajo ninguna circunstancia –matar a otras personas– esto ahora se le ordena que lo haga; el derecho a la vida, cuya protección es uno de los valores más elevados de la constitución estatal, está sustituido por el deber de sacrificar la vida por el estado. El cambio tan profundo de los valores hace de la guerra un máximo desafío moral, de manera que la guerra provoca –precisamente– la necesidad de justificación. Líderes de opinión importantes y menos importantes con toda seriedad responden a la pregunta de para qué bando y por qué razones la gran matanza está bien. Tanto el partidismo incondicional, con el que en el Occidente de la OTAN se reparte culpa e inocencia en las guerras actuales y se sabe distinguir entre el derecho y el no derecho a bombardear, como también la pregunta de si es lícito hacer lo que hacen o cuál bando tiene derecho para hacer lo que hace (a la que algunos responden de forma diferente) es un completo error.
Es que los bandos en guerra sí tienen todo permiso para hacerlo. O por decirlo de un modo más correcto: "permiso" no es un criterio adecuado para juzgar las acciones de los más altos poderes, los poderes estatales, porque estos no conocen ninguna ley por encima de ellos y superior a ellos mismos, y esto lo demuestran con suficiente claridad cuando libran la guerra para determinar cuál de ellos puede con el otro y cuál tiene que aguantar eso. Si, después de la guerra, negocian una paz con relaciones clarificadas de superioridad y subordinación, ni siquiera entonces acatan ninguna ley, sino que establecen nueva ley. El papel imaginario de juez, que todos y cada uno puede y debe asumir, y los juicios con los que aprueban un bando y desaprueban el otro o desaprueban todos por igual, no cambian nada sobre la guerra, su curso o su resultado. No alcanzan a los enjuiciados. Pero sí cambian algo con los mismos jueces profanos: Incluso en la guerra, los que solo son afectados, que no tienen nada que decir ni decidir sobre el curso de la guerra, que están usados como la masa humana de maniobra de los comandantes políticos de la guerra, no obstante mantienen la ilusión como si ellos mismos fueran los verdaderos jueces y comandantes, como si ellos mismos hubieran encargado a los políticos que hicieran la guerra. De este modo, se convierten parcialmente en partidarios de un bando. Con todo, participan en la guerra adquiriendo un punto de vista muy constructivo con el que distinguen entre lo correcto y lo incorrecto de todo matar y morir.
De qué se trata en una guerra, no es ningún secreto. Los jefes políticos de la guerra lo dicen muy claro, sólo hay que escucharles: El presidente ucraniano Selensky, por ejemplo, defiende la soberanía y la integridad territorial de su país contra un ataque ruso y jura que no terminará la guerra hasta que los rusos sean expulsados de cada metro de suelo ucraniano, incluida la Crimea. Es decir, hay que matar y morir para que el poder del gobierno en Kiev mande también en Donetsk y Sebastopol y que ningún otro régimen político limite el dominio sobre la tierra y la gente en el territorio reclamado y restrinja la libre decisión soberana del gobierno en Kiev. Con este derecho a definir el alcance de su propia soberanía el gobierno no se hace dependiente de si la gente que vive en Crimea o Donbass prefiere ser rusa o ucraniana. No se les pregunta. En general, Selensky no justifica sus pretensiones de poder, no explica a sus ucranianos por qué la Crimea debe ser devuelta a su imperio y qué ganarían con ello. El anuncio del objetivo de guerra ya es su propia justificación y para los ciudadanos un imperativo que no pueden evitar.
Todo parece que "Ucrania" es la oposición más dura a la vida de los que tienen que arriesgar y sacrificar su vida para esta cosa llamada "Ucrania", y no importa si lo hacen gritando ‚viva la Ucrania’ o no. "Ucrania", esto no es "la gente común y corriente ucraniana", sino el mando político al que la gente obedece. Pues los que están muriendo no han elegido al enemigo. Tampoco han adquirido los medios con los que lo combaten a riesgo de sus vidas. Han sido reclutados, uniformados y equipados dentro de un aparato de poder político. Ucrania es, ante todo, esta misma relación: la separación entre titulares y funcionarios del poder estatal por un lado, y por el otro aquellos que estos envían para luchar ya que son la base y el instrumento de su poder. Esta oposición se está llevando a cabo con toda determinación contra la „gente ucraniana“. ¿Qué ocurre con aquellos para quienes es más importante su propia vida que el alcance del poder del estado? Las personas que quieren escapar son capturadas, los desertores son encarcelados, los llamados colaboradores son víctimas de asesinatos de los servicios secretos.
Para la autoafirmación de su poder soberano, los dirigentes ucranianos no solo queman generaciones enteras sino aceptan también la destrucción de todo lo que es condición de vida en el territorio nacional, en el que y de lo que vive la población local. Una ciudad perdida al enemigo ya no existe para la sede de gobierno porque ya no tiene más el mando allí. Peor aún, se convirtió en bastión y recurso del enemigo, por lo que el estado autóctono deberá reducirla a escombros ahora más que nunca. Es decir, la vida y las condiciones de vida de la población merecen perecer si solo sobrevive y se impone el poder del estado contra su enemigo. Eso aclara las prioridades.
Por supuesto, lo mismo puede decirse del estado ruso y de sus pretensiones de poder. Y parece superfluo decirlo porque es exactamente lo que Occidente está diciendo sobre Rusia todo el tiempo, pero de tal manera como si sólo se aplicara al estado ruso y no por igual a sus oponentes occidentales. Sí, obvio que la superpotencia rusa con armas nucleares define su soberanía de forma más ambiciosa que lo está haciendo Ucrania; Rusia hasta ahora no está luchando por su existencia territorial. Pero si uno no lo condena simplemente moralmente como "injusticia", sino que se pregunta por qué los dirigentes rusos consideran necesaria esta guerra, entonces se acaba llegando a la conclusión de que también esta potencia es soberana y define de forma autónoma lo que es y lo que no es compatible con su propia integridad y seguridad nacionales. Rusia no está dispuesta a tolerar una Ucrania-OTAN fuertemente armada en su frontera occidental; lo considera como un ataque a su estatus de potencia mundial, y no quiere que este estatus le sea negado por el constante avance de la alianza militar occidental. Esta es la razón por la que Rusia está sacrificando a masas de población a las que no se les pregunta lo que vale para ellas una potencia mundial rusa.[ * ]
Al mismo tiempo, el poder político en la guerra insiste en la identidad absoluta de sus ciudadanos con el estado, precisamente cuando utiliza sus ciudadanos como material de desgaste para afirmarse como poder: Todo lo que el estado ucraniano hace y consigue para sí mismo, lo está haciendo para el pueblo ucraniano. Cada nuevo misil de Occidente que golpea al enemigo salva vidas ucranianas; cada reconquista de un páramo de ruinas, donde nadie puede vivir y casi nadie vive más libera a los ucranianos. El bando ruso está haciendo lo mismo: si destruye la Ucrania y se apropia de algunos de sus oblasts, no es más que protección para la población prorrusa de Donbass, que "cuenta con nosotros y a la que no debemos abandonar" (Putin).
En todas partes del mundo, el que el estado se afirme de su poder contra un enemigo exterior debe entenderse como el cumplimiento de una promesa de protección a las personas que pertenecen al estado; especialmente en Israel, que como estado se fundó y ha seguido expandiéndose tan sólo para proteger a la vida judía en un entorno hostil. La verdad de esta protección consiste en que un estado considera y protege a las personas al igual que el territorio sobre el que gobierna, como su propiedad. Las pretensiones de otro estado de incorporar a esta población o ataques como los de Hamás contra sus ciudadanos, el estado israelí los reconoce como ataques a su soberanía: no puede tolerarlos. Y contra de estos defiende precisamente su soberanía utilizando sus recursos humanos. La protección de sus ciudadanos, que se atribuye a sí mismo como tarea, coincide con su victoria sobre el atacante, o no. No hay otra protección.
La identificación establecida entre el estado y las personas sometidas a su régimen no es sólo una mezcolanza propagandística, es la práctica. El poder estatal no sólo proclama a sí mismo, sino hace de sí mismo la primera condición de vida de su población, de manera que no conoce ni reconoce como válida ninguna vida fuera de su mando. Esta relación con sus súbditos la practica el estado también en tiempos de paz: su monopolio sobre el uso de la fuerza obliga a los ciudadanos a renunciar al uso de la fuerza, y así forma la base indispensable para la coexistencia de los ciudadanos dentro de una competición capitalista, y es por eso la primera condición de la vida en la sociedad burguesa. En tiempos de paz, el poder del estado con sus leyes determina los caminos y las oportunidades de la existencia individual. En tiempos de guerra, cuando el estado lleva a cabo una disputa violenta con otro poder estatal competidor y se juega para ella la vida de sus ciudadanos, estos tienen que asumirlo como una defensa de sus condiciones de vida, hasta defensa de sí mismos y de su libertad: Sin su estado, no hay vida, porque no permite ninguna.
Es una ironía brutal: la identidad falsa entre el ser humano y el estado se vuelve verdadera para cualquier súbdito cuando el estado en la guerra con fuerza impone la sumición total del ser humano bajo el estado. El estado envía a sus soldados al fuego, expone a sus civiles a los bombardeos enemigos, de modo que la supervivencia de los ciudadanos en realidad depende del éxito de sus propias tropas. La confrontación hostil en la que son colocados por su estado les obliga a identificarse con su papel como recurso de poder para la nación. Los soldados se enfrentan a sus oponentes del lado enemigo en una calidad común que todos comparten: seres completamente reducidos a su nacionalidad, que se enfrentan en esta y sólo en esta calidad y así se vuelven peligrosos los unos para los otros. En la más impersonal oposición al otro, al que no conocen y contra quien no tienen nada como ser humano, tienen que disparar más rápido que el otro para salvar sus propias vidas. Y luchando por sus vidas cumplen su función de violento instrumento para su poder político.
Aunque la oposición absoluta del estado y el ser humano se hace evidente en la guerra, todas las preguntas se basan en la identidad incondicional de ambos cuando tratan de determinar cómo pudo producirse un tal accidente de la historia, o por qué, llegado el momento, debe suceder lo que sucede.
Una pregunta como esta tan común en el jardín infantil, la consideran adecuada los adultos para orientarse en el mundo del imperialismo, y para encontrar al culpable en los enfrentamientos violentos entre poderes soberanos políticos, sabiendo distinguir entre violencia y violencia. Uno se imagina un estado previo de acuerdo entre las más altas potencias: la paz, que en algún momento uno de los dos bandos termina y lo sustituye por una posición y una acción contraria, hostil, y por supuesto „no provocado“.
En caso de la guerra en Ucrania, la opinión pública alemana sabe claramente como son las cosas: se trata de "la guerra de agresión rusa". Es la única y toda la explicación. No hay más que esa. Rusia empezó. Invadió el país vecino. Según el esquema de acción y reacción, es la única culpable de esta guerra; Ucrania, como víctima inocente, sólo se defiende y, por lo tanto, tiene todo el derecho a hacerlo. Toda la implacable voluntad de dominio político se encuentra únicamente en el lado del soberano ruso, el combate para la soberanía por parte de Ucrania es una necesidad y coincide con la protección de la vida ucraniana.
Todo el mundo lo ve así, a no ser que uno lo vea como los rusos. Ellos sitúan el inicio de las hostilidades en otros momentos históricos, como las diversas expansiones de la OTAN hacia el este desde 1990 o el armamento occidental de la vecina ex república soviética. Dicen que no han hecho nada otro que contrarrestar la amenaza de una "anti–Rusia" hostil en territorio de la vecina Ucrania, y que no quieren permitir que se materialice un posible ataque occidental desde el vecino cercano. También ellos afirman que sólo han reaccionado.
La pregunta con respecto al principio de la guerra, con la que se quiere determinar la culpabilidad para la guerra y explicar el partidismo por el bando inocente, no explica nada. Presupone el mismo partidismo que se supone que se deriva de ella. El error consiste en retroceder paso a paso en la prehistoria de un conflicto y detenerse simplemente en el momento adecuado para que las acciones violentas del bando al que se quiere acusar aparezcan como acciones libres – "arbitrarias"–. Si alguien quiere acusar a la otra parte, tiene que simplemente retroceder aún más o menos.
En el fondo todo el mundo conoce lo deshonesto de este tipo de justificación en el caso de la guerra de Gaza. En Alemania, por ejemplo, es prácticamente tabú querer nombrar el inicio de las hostilidades antes del 7 de octubre de 2023. La mera mención del contexto histórico – la expulsión de los palestinos de sus zonas residenciales, su desplazamiento cada vez mayor de Cisjordania bajo el régimen de ocupación de 50 años, etc. – está prohibida por Israel y sus partidarios. Israel y sus partidarios rechazan esto como una "contextualización" inadmisible, que distrae del acto asesino de terror y sólo relativiza la culpabilidad de Hamás y el derecho de Israel a hacer todo lo que está haciendo ahora. Cuando el Secretario General de la ONU, Guterres, menciona cuidadosamente que el ataque "no tuvo lugar en el vacío", el representante israelí de la ONU le ataca como antisemita. Parcialidad y prejuicio: de este tipo son las acusaciones que todas las partes contendientes se lanzan mutuamente. Y esto no es nada sorprendente, porque si los hechos sólo se citan para legitimar o deslegitimar actos de guerra, entonces incluso el más alto representante no partidista de las Naciones Unidas también está señalando la historia del conflicto con el único propósito de deslegitimar la reacción belica israelí, la que el bando israelí quiere legitimar señalando a los actos belicos de Hamas.
En general, la "explicación" de los estallidos de violencia entre estados (o aspirantes con voluntad para serlo) según el esquema de acción y reacción es errónea. En ninguna parte, ni siquiera en Oriente Próximo, la violencia de un bando "se sigue" de la del otro, así como si esto se pasara automáticamente; allí, también, la "respuesta" se sigue del programa político que sus protagonistas ven atacado y para cuyo mantenimiento toda la violencia que puedan movilizar es el medio adecuado.
Con el partidismo adecuado para el bando propio o favorecido, la discusión sobre la culpabilidad de guerra también puede llevarse a cabo, por supuesto, de una forma completamente diferente, a saber, autocrítica. Aunque esto convierta en absurdo todo el disparatado debate sobre el ataque ilegítimo y la legítima defensa, no hace nada para disminuir la autojustificación del propio partido de la guerra o del favorecido: recientemente, por ejemplo, el semanario alemán ‚DER SPIEGEL‘ publicó un artículo de portada en el que afirmaba que la actual guerra en Ucrania ya era inevitable con la cumbre de la OTAN de 2008, porque la canciller alemana Merkel se había negado a admitir a Ucrania en la alianza en aquel momento. Los rusos por su parte ven la guerra actual como una consecuencia del hecho de no haber frenado al Occidente mucho antes. En Israel existe la opinión popular de que ahora no habría necesidad de limpiar la Franja de Gaza si en 1948 no se hubieran hecho las cosas a media. Los palestinos (por ejemplo, Tamim al–Barghouti) atribuyen la tragedia actual al hecho de no haber impedido el estado de Israel en 1948. La guerra de hoy es necesaria, según la autocrítica de todos los bandos, porque ayer la evitaron o porque ayer la habian declarado terminado demasiado temprano, o simplemente porque no empezaron antes. Al menos esto deja claro que el poder del enemigo es desde hace tiempo incompatible con el suyo propio y con sus intereses vitales, por lo que no puede hablarse de un acto unilateral del malvado otro bando que rompa la paz.
Con tal especie de formación, la opinión pública desarrolla una conciencia totalmente acrítica y nada objetiva de los fines y causas de la guerra, y muestra la falta de toda idea de los verdaderos fines y causas de la guerra, residiendo en la razón de ser de un estado, cuando pone preguntas como:
¿Deberían los ucranianos, los rusos, los israelíes, los palestinos haber soportado la invasión, la amenaza, la ocupación, la dominación extranjera del enemigo? Esta pregunta nada seria sobre una alternativa a la guerra se dirige a los habitantes de un país para los que sólo debe contar su nacionalidad; la pregunta evoca la identidad del ser humano y el estado, tan absurda en la guerra. Queda claro el sinsentido de la pregunta, si se la pone a Putin, Selensky, Netanyahu, etc., porque para esos lideres la pregunta ya está respondida: ellos no buscan una alternativa, ni carecen de ella; porque no conocen nada más elevado que la defensa de la soberanía de su poder tanto en el interior como en el exterior, que persiguen con la mayor coherencia. Y precisamente esa es también la única respuesta válida y completa para los habitantes rusos, ucranianos, etc. cuando se hacen esa pregunta: ellos no tienen alternativa, y por una razón completamente distinta a la que sugiere la pregunta. Ellos no deciden nada; se les ordena ir a la guerra, son reclutados, y cualquiera que se largue o se niegue a ir a la guerra es encarcelado. El viejo dicho del movimiento pacifista: "Imagina que hay una guerra... ¡y nadie va!". – no es más que un sueño dorado: la guerra llega entonces a la gente en forma de órdenes de reclutamiento para unos, en forma de bombardeos zonales para otros.
La pregunta, que no es una pregunta, porque sólo exige el consentimiento a la guerra, quiere sugerir que las personas afectadas por la guerra tienen sus propias buenas razones para querer lo que tienen que hacer de todos modos en virtud del estado: Se dice que los palestinos de Gaza y Cisjordania necesitan un estado que les proteja de lo que los colonos y el ejército israelí les están haciendo y de lo que el estado israelí –ya no sólo su ala radical– pronto les hará. Razón aún más para que los judíos necesiten una patria defensiva que les proteja del odio contra los judíos en otros países; los ucranianos sólo pueden ser libres en un estado ucraniano... y así sucesivamente. Sí, el estado protege a su pueblo mediante su propio dominio sobre él: contra dominio extranjero, al que mantiene fuera de su territorio por la fuerza. Para ello, utiliza a sus hombres y mujeres como recurso de poder, poniendo así en peligro sus vidas al instrumentalizarlas para su enfrentamiento con soberanos políticos rivales.
El carácter convincente de la pseudopregunta anterior se deriva del hecho de que hoy en día tampoco existe alternativa para la humanidad a este respecto: En primer lugar, no existe tal cosa como vivir sin dominio político en este globo dividido entre soberanos políticos y, en segundo lugar, el papel del apátrida en un mundo de estados es aún más desesperante: los palestinos, como miembros de un pueblo sin estado, son marginados como pueblo extranjero por el poder estatal a cuyo alcance viven, y están sometidos a su violencia y dominio sin ser reconocidos por él como parte de su base y, en este sentido, como ciudadanos legítimos. El hecho de que esto sea una desgracia no convierte la perspectiva de una soberanía "propia" en una fortuna. Ni siquiera comparativamente. Así lo demuestra la vida en el reino de Hamás, que, a pesar de su inferioridad respecto a Israel, utiliza y sacrifica su base como campo de reclutamiento y cobertura para su lucha por un estado propio. Hablando de sacrificios:
Objetivamente, las víctimas de la guerra en ambos bandos son documentos de la absoluta contradicción entre los habitantes del país y los poderes estatales, que utilizan y queman sus súbditos para sus enfrentamientos. Para la conciencia ciudadana son lo contrario: en todas las víctimas se descubre la naturaleza maliciosa y misántropa del enemigo. Así las víctimas de la guerra no son testimonios contra la guerra, sino contra la guerra del enemigo y por el derecho, incluso el deber, del bando propio o favorecido de librar y continuar y ganar su guerra contra el enemigo que tanta muerte provoca.
La visión partidista no se deja irritar por el hecho de que las víctimas de la guerra sean utilizadas como la buena razón de la guerra, hecho que muestra que no pueden ser la verdadera razón de la bélica enemistad, que en todo caso precede a la guerra. La demostración con imágenes y cifras de que el enemigo merece la guerra, que el propio bando está llevando a cabo contra él, es tan hermosa y tan convincente para las personas de mente recta que no se les pueden presentar suficientes soldados mutilados, aldeas bombardeadas y –sobre todo– bebés muertos como para sacar siempre la misma conclusión sobre el desprecio del enemigo por la humanidad. La oferta televisiva diaria de victimización es enorme; se supone que algunas imágenes son tan insoportables para los duros compañeros de infortunio frente a las pantallas que sólo se les pueden mostrar pixeladas, pero en este caso cien veces. El mendaz humanismo de los creadores de opinión y la controlable empatía de los espectadores son muy capaces de hacer distinciones: La compasión se dirige en primer lugar hacia los "civiles inocentes", preferentemente las mujeres, los ancianos incapaces de defenderse y, como ya se ha dicho, los niños; los combatientes muertos del propio bando también son, por supuesto, dignos de compasión, pero son menos adecuados para demonizar al enemigo porque, como autores reclutados a la fuerza, ya no son meras víctimas.
Para que el consumidor de reportajes de guerra entienda bien su mensaje, los profesionales que escenifican el argumento victimista deben saber dónde conviene la separación y oposición de estado y ser humano, que conocen muy bien, y dónde, en cambio, conviene la identificación de ambos, y en qué secuencia debe producirse la alternancia entre ambos.
Uno se entera, por ejemplo, de que el ataque de Hamás en el sur de Israel iba dirigido contra personas que bailaban, rezaban, hacían su vida cotidiana, sin un predicado nacional: "Tenían que morir sólo porque eran judíos". Aunque todo el mundo lo sabe mejor, en este caso nadie quiere saber que Hamás esté librando su guerra por su propio estado contra el estado de Israel, que no permite la soberanía palestina bajo ninguna circunstancia. En realidad, los combatientes islamistas no atacan a los habitantes de la región fronteriza de Israel como seres humanos o por su relación con su Dios particular, sino como partículas elementales y representantes de la nación israelí, quieran o no ser conscientemente esto.
El enemigo también les impone la abstracción que su propio estado les hace a ellos: son la base humana y la fuente del poder del estado – y, por tanto, el objeto de la violencia enemiga. Y después de que la opinion publica haya afirmado la misantropía de Hamás por su ataque a la vida pura, sus víctimas no más son personas abstractas con vida pura, sino israelíes, propiedad y objeto de protección de su estado. El estado no puede tolerar este ataque contra sí mismo y ahora está imponiendo su soberanía sobre Gaza mediante la guerra y, según su propia declaración, liquidando a Hamás y a todos sus activistas. Se supone que este acto de guerra – ahora a la inversa y sin tener en cuenta el hecho de que cause la muerte de rehenes israelíes en manos de Hamás, así como de un número desconocido de sus propios soldados – no es otra cosa que salvar vidas judías.
El hecho de que la parte contraria con el mismo derecho y diez veces más muertos, vea las cosas de la misma manera –sólo al revés– naturalmente no irrita a nadie en Israel y sus países socios: Entonces el otro lado está simplemente mintiendo. Porque cuando se trata de las víctimas que la guerra propia causa en el bando enemigo las cosas son diferentes. Si no se las ignora –como en el caso de las masas de muertes en Gaza–, para variar se recuerda la verdad, a saber, que la población es instrumentalizada por sus gobernantes como base y medio de poder en la guerra, y precisamente de ello se culpa al enemigo, diciendo que eso muestra su desprecio por la humanidad: las muertes en Gaza causadas por las bombas y proyectiles israelíes "son responsabilidad exclusiva de Hamás" (Netanyahu). En el caso de Hamas, utilizar a la población para la guerra es un abuso: como "escudos humanos". Este exponer a su propio pueblo a tales peligros es un crimen. Por supuesto, los humanitarios de la cúpula militar israelí no se dejan impresionar por tales trampas morales y no se dejan seriamente obstaculizado en su operación de limpieza de escudos humanos.
Esto nos lleva al tema de la última pregunta de prueba, con la que se forma el entendimiento correcto en asuntos de guerra:
La oposición absoluta entre el estado y el ser humano es muy bien conocida en este mundo de estados. Sólo hay que saber donde tiene lugar. Tiene lugar al lado del enemigo. Al enemigo se le niega el falso "nosotros", la indisoluble unidad nacional, que siempre se sostiene en el bando propio. Al lado del enemigo, el mantenimiento de su poder estatal no es un auténtico mandato por el pueblo ni una necesidad popular, sino la ambición ególatra, posiblemente megalómana, de algo como un tirano o parecido.
Esta distinción define también el papel de los instrumentos humanos de poder utilizados en la guerra. En el caso de la Ucrania amiga y armada, a los soldados ordenados al frente, cuya esperanza de vida es cercana a cero, se les corteja como los sujetos de la guerra: se defienden a sí mismos, y si mueren, no son simplemente victimas, sino que hacen un sacrificio por su pueblo y su futuro. Son héroes. Los mismos soldados del otro bando, que hacen lo mismo en la misma situación, son carne de cañón, mueren sin sentido, no defienden algo valoroso como el "nosotros", sino que son víctimas maltratadas de una voluntad personal de poder sin razón juiciosa. Y cuando Putin concede medallas y organiza días conmemorativos para los héroes, todo el mundo reconoce el cinismo de esta acción.
*
La guerra, que no es la normalidad de las relaciones entre los estados, pero que principalmente amenaza con estallar y a veces sí se libra realmente, da testimonio de la base brutal, pero indispensable, de toda vida estatal: el mantenimiento del monopolio del estado sobre el uso de la fuerza en el interior y en el exterior es la primera condición de la existencia del estado. La soberana fuerza estatal define el alcance de su poder y así intenta hacerse respetar en una competición de fuerza contra sus iguales. De este mantenimiento de su poder el estado hace la condición de vida para sus ciudadanos, por la que deben estar dispuestos hasta dar sus vidas.
Ya no necesitamos trabajar contra la ilusión de que las cosas podrían ser diferentes en la Alemania civil después de tres cuartos de siglo de paz, de que el estado podría estar ahí para el pueblo y no al revés. Los políticos y sus portavoces periodísticos ya lo están haciendo ellos mismos, y con un celo y una claridad que no dejan nada que desear. El Ministro de Defensa elige expresamente la palabra "capacidad bélica", que el país debe alcanzar en pocos años. Un panel de periodistas en un programa de television publica alemana (llamado Maischberger, ARD, 14.11.23) aplaudió: Por fin un político como el Ministro de Defensa es honesto y dice la verdad al pueblo; hace tiempo que debería haberse dicho que matar y morir forman parte de la vida del estado. Así incluso se dijo textualmente. Uno de los participantes sugiere alegremente que debe reintroducirse el servicio militar obligatorio, otro que ahora también necesitamos armas nucleares porque podría ser que la fuerza de defensa estadounidense deje su servicio para Alemania. Juntos están de acuerdo en que "ahora" necesitamos un Día de los Veteranos y dan gracias a Dios por la afirmación de que el Día esté en introducción. También hay consenso entre los líderes de opinión en que todos tenemos que empobrecernos, y con esto no se refieren a sí mismos. La riqueza pronto será necesaria para armamento. Los alemanes ya están pagando miles de millones por la guerra de Ucrania, y estas sumas no son ni de lejos suficientes para los periodistas presentes. La ministra de Asuntos Exteriores Baerbock explica por qué todo esto es necesario: para "nuestra Europa de Lisboa a Luhansk", que no tolera ninguna influencia rusa en la zona de poder que Europa reclama y, por tanto, sólo encuentra seguridad para sí misma si de propia autonómica fuerza y capacidad puede hacer una exitosa guerra a Rusia. Alemania, que cada vez más abiertamente se describe a sí misma como la potencia central de esta entidad imperialista y que quiere desempeñar el principal papel militar en ella, está haciendo que la vida y las condiciones de vida de sus 80 millones de habitantes sirvan para esta "soberanía europea" así definida.
[ * ] En otros artículos de nuestra revista, pero no aquí, se trata del contenido concreto de los intereses nacionales en conflicto, que una y otra vez conducen a incompatibilidades y a su resolución violenta. Cuando se trata de la guerra, siempre es sólo el poder del adversario, su alcance, sus bastiones y medios lo que hay que destruir para quebrar su voluntad de afirmarse y hacer valer el propio poder.