Teoría marxista. Crítica al capitalismo. |
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Bajo el presidente Bush, los Estados Unidos de Norteamérica se dedican –como tantas veces en el pasado– a revisar sus relaciones con “las otras Américas”, los países del sur donde la gente habla en dialectos latinos. Tienen toda razón para ello. Algunos países, en vez de funcionar de la manera debida, declaran su bancarrota; otros o incluso estos mismos se muestran remisos; la miseria obliga a refugiados económicos a cruzar la valla en la frontera sur de EEUU en cantidades masivas que EEUU no ha pedido; fuerzas ilegítimas se benefician del sueño americano por medio del narcotráfico; gobiernos inestables que controlan mal sus países representan un riesgo intolerable en la era de la “guerra contra el terrorismo”. Además los europeos y los asiáticos orientales se meten en la región sin que nadie les hubiera llamado y eso más de la cuenta. Así, Washington se propone procurar “un verdadero progreso económico, político y social en las Americas” y “construir una comunidad de naciones en las Américas, unida por nuestro amor a la libertad, fortificada por las normas de la ley y prosperando en común por vías del libre comercio.” (R. Noriega, embajador estadounidense en la ONU y vicesecretario de Estado para asuntos del hemisferio occidental, en un discurso en el World Trade Center de Chicago, 17-12-2003)
Con estos proyectos de denominación tan altisonante, los presidentes de EEUU –y mucho más los propagandistas de un mundo mejor y antiterrorista actualmente en el gobierno– han hecho felices desde siempre a las más diversas zonas problemáticas del planeta. Pero lo que hace EEUU en y con América Latina y lo que se propone para esta región –eso también desde siempre– es distinto. Para Washington el resto del doble continente americano es su hemisferio; el control político y el dominio económico, un derecho particular adquirido, que tiene que ser defendido sin miramientos contra cualquier peligro y asegurado contra cualquier cuestionamiento.1 De esta manera, EEUU puso manos a la obra y de hecho obtuvo que América Latina no es una región como cualquier otra del mundo. La economía política y la posición estratégica de los Estados al sur del Río Grande son establecidas por su pertenencia al “hemisferio” de los yanquis.
Desde que EEUU ejerce una propia y autónoma política exterior, reclama la competencia política exclusiva para todo el doble continente americano, el monopolio transfronterizo en la vigilancia del orden en las Américas. Después de independizarse de la soberanía británica, EEUU contribuyó con apoyos interesados a la substitución de la soberanía colonial europea, entregando “América a los americanos”, y definió la región entera como una unidad política por naturaleza que luego EEUU tendría que proteger contra cualquier intromisión desde fuera. Ellos mismos no son intervencionistas –ni mucho menos intervienen en asuntos ajenos– cuando ven cómo andan las cosas en otros países americanos, cuando exigen nuevas “orientaciones políticas” si no es que las establecen ellos mismos, cuando destituyen o instalan gobiernos enteros, cuando ocupan comarcas o fundan un Estado entero, como Panamá; en estos casos EEUU más bien se dedica a los “asuntos internos” de América, o sea a los suyos. Por esta misma razón tiene una aversión a las nuevas tendencias hacia una política de alianzas autónomas entre los diversos Estados al sur del Río Grande: Detecta inmediatamente el empuje contra los “yanquis” e interviene en contra, animando rivalidades entre países vecinos, incluso guerras (los herederos del dominio colonial español libraron ya muchas guerras entre ellos), privilegiando a unos mediante relaciones especiales o amenazando a otros con un tratamiento especial. Si hace falta, velan por la unidad política de esta gran región haciendo uso de la violencia, de modo que según la perspectiva estadounidense esa región tenga su centro gravitacional de una vez por todas allá donde residan la mayor riqueza y la primera fuerza militar.
El derecho de los gobiernos estadounidenses a la representación exclusiva en materia política de su “hemisferio” fue seguido por el acaparamiento económico del resto de las Américas, protagonizado por los capitalistas de EEUU. Con sus valiosos dólares compraron –compitiendo con los antiguos dueños coloniales de Europa y recientes actores interesados– materias primas de todo tipo, minerales y productos agrícolas, convirtieron las tierras en plantaciones y zonas de minería y sacaron estas mercancías exóticas para ganar con ellas mucho dinero, tanto en EEUU como en el mundo. América Latina suministra y los que logran conseguir dólares con este negocio –sobre todo una clase exclusiva de terratenientes, que no gana poco– vuelven a servir como mercado de consumo para mercancías norteamericanas. El fin del imperio casi colonial de empresas como la “United Fruit” y la nacionalización de minas y fuentes de petróleo no significaron en absoluto el fin de este circuito económico en todo el continente. Claro está que hoy las naciones latinoamericanas se presentan –a pesar de unos mini-Estados en el Mar Caribe– como sujetos soberanos del mercado mundial con cálculos y economías autónomas. Sin embargo, los productos con los que hoy se quieren unir a la economía internacional del dólar, siguen siendo en su mayoría recursos naturales con los que se prestan como proveedores, y los dólares adquiridos a cambio, con los cuales sirven como clientela solvente para el crecimiento capitalista en el Norte y otras zonas.
El hecho de que la gran mayoría de la población nacional quede excluida de este bonito negocio circular no tiene importancia para sus beneficiarios, hablen dialectos latinos o ingleses.
Los políticos de América Latina con simpatías para su pueblo o con un proyecto nacional de carácter ambicioso nunca se han conformado con este tipo de “economía nacional”. Al llegar al poder, intentan activar el desarrollo nacional. La idea y su planificación la deducen del modelo de las naciones cuyos comerciantes saben sacar su propio provecho de sus países: Hay que poner en marcha una acumulación capitalista a nivel nacional, es decir un comercio con extensión nacional que funcione por sí solo, condicione al pueblo y proporcione riqueza y poder al Estado. En la medida en que la élite nacional del dinero deje que desear, fracase en fomentar el capitalismo o –eso depende del enfoque crítico– se conforme con menos, toma las cartas en el asunto el poder de Estado con su mando sobre el comercio y el medio de pago de la nación, haciendo uso del poder para la creación de dinero-crédito.
En este aspecto, el gran socio norteamericano no tiene objeción alguna a estas medidas. Su entorno comercial con su extensa oferta de mercancías se encuentra con más demanda que nunca y en nuevas dimensiones. Los comerciantes ven la oportunidad –y la aprovechan con mucho gusto– de participar con sus inversiones en dólares en el proceso de una acumulación capitalista a nivel nacional impulsado por el Estado con su fuerza y soberanía monetaria. No tienen dudas en patrocinar con poderosas ofertas de financiación los grandes proyectos de ambiciosos políticos desarrollistas; al fin y al cabo, es la esfera sur de su propio negocio la que está siendo desarrollada. En este mismo sentido, la superintendencia en Washington no ve nada malo en que ciertas potencias que forman parte de su “hemisferio” planifiquen, calculen, realicen negocios y contraigan deudas, a su vez pensando en su propio bien nacional: EEUU está interesado en que, según los criterios que la potencia misma introduce en la economía mundial moderna, también se gane dinero en América Latina de manera libre, sin obstáculos, con todo y por todos. Aprueba que los Estados allí se esfuercen en este sentido; también que busquen socios comerciales en el resto del mundo y que viceversa actores desde fuera inviertan en el negocio latinoamericano. Tanto los responsables en Washington como sus multinacionales están seguros de que a fin de cuentas superarán a los demás competidores en sus mercados latinoamericanos de mercancías, crédito y capital. Pues EEUU no renuncia a que la otra América siga siendo su fuente asignada de dólares cuando somete esta esfera a las reglas generales del libre cambio internacional. Más bien le parece el método más eficaz para asegurarse el provecho de las ambiciones desarrollistas de los países emergentes latinoamericanos.2
Por la misma razón está estrictamente en contra de cualquier tendencia entre sus esperanzados socios en el Sur de impulsar los proyectos para el desarrollo nacional y empresas recién creadas mediante protecciones contra la competencia superior del Norte. Los programas de desarrollo son apoyados de buena gana y son admitidos sólo cuando están abiertos desde el principio para el acceso de capitalistas interesados de todo el mundo, o sea del Norte. Éstos no tienen por qué temer competencia en toda América Latina. El hecho de que los políticos desarrollistas ante todo quieran llegar a crear una sociedad de clases que sea competitiva y cuya élite explotadora consiga mantenerse en un mercado mundial libre contra la competencia norteamericana y contra su sobrepeso financiero, no es de interés para los inversores internacionales ni justifica un derecho en manos de los del Sur a proteger sus proyectos de desarrollo, pero sí el indiscutible derecho de las exitosas multinacionales del Norte a disfrutar su superioridad y a servirse de América Latina como un campo de acción adicional para sus estrategias de conquistar cuotas de mercado e invertir capitales, si bien éstas encajan sólo casual y esporádicamente con el programa de establecer una circulación de capital nacional porque en su mayoría perjudican a las empresas nacionales. Todo lo demás se combate por ser medida proteccionista: como error fundamental que cometerían los latinos, castigándose a sí mismos y perdiendo por insensatez las ventajas de un comercio mundial verdaderamente libre. Donde, a cambio, reina la libertad exigida –la cual es prontamente concedida bajo la presión del Norte– los capitalistas con sus dólares no tardan en valerse de los mercados recién creados y explotar la mano de obra nativa, y resulta que las ganancias, en parte extraídas, en parte reinvertidas, se totalizan en considerables tasas de crecimiento en América Latina.
El hecho de que, en resumidas cuentas, se excluya a o siga siendo excluida gran parte de la población nacional de cualquier explotación capitalista y que ni siquiera alcance una pobreza proletaria con características regionales, no tiene importancia para los beneficiarios del nuevo comercio, sean autóctonos o del Norte.
La condición de afirmarse como parte de un libre comercio mundial establecido por EEUU en general, y en particular del “hemisferio” panamericano del dólar dominado por EEUU, antes de disponer de una economía nacional competitiva, es lo que insta a las naciones latinoamericanas afanadas en emerger a tomar una trayectoria de desarrollo bien particular. La acumulación de capital en sus países enriquece cada vez más a sus creadores y propietarios –capitalistas estadounidenses sobre todo y otros comerciantes e inversores del exterior–, pero no coadyuva a adquirir el estatus de una sede nacional de capital que pudiera competir en el mundo con todo el peso del acumulado nacionalmente.3 Para los respectivos gobiernos, esta deficiencia primordial se muestra en el dimensionamiento de su presupuesto nacional: Lo que les queda del excedente producido en la nación no sufraga los gastos que se permiten y deben permitirse para llegar a conseguir un capitalismo nacional con nivel competitivo. A pesar de ello, los gastos se realizan: Siguiendo el modelo de cualquier soberanía capitalista moderna –antes que nada la estadounidense– también los Estados latinoamericanos “crean” crédito nacional, y obligan a sus sociedades a usarlo como moneda legal. Sin embargo, el crecimiento capitalista que se activa con este crédito y permanece en el país no justifica tal creación de dinero-crédito: En vez de representar una riqueza capitalista, acumulada en la medida proyectada por los veladores del dinero, éste demuestra con su desvalorización su ineptitud para mediar el comercio capitalista. Una y otra vez, gobernantes con ambiciones, sobre todo en los potentes “países emergentes”, intentan y fracasan en imitar una política de crecimiento originada en la autocreación de dinero-crédito, como la que está a disposición de EEUU y sus competidores parejos.
Ciertamente, para EEUU y los capitalistas del exterior (por lo menos para ellos), la recurrente bancarrota de las monedas nacionales no supone mayores problemas. Su aprobación interesada de los diversos programas de desarrollo nacional nunca incluyó que reconocieran de manera vinculante la soberanía monetaria de los Estados en cuestión, que a su vez han puesto en circulación estas divisas, y nunca concedieron a estas monedas el rango de dinero mundial, ni hicieron uso de la moneda local como lo hacen del dólar. En cuanto al objetivo de todos sus negocios en América Latina, es decir, al dinero que se puede ganar en estos países, estos mismos son y siguen siendo provincias periféricas del “hemisferio” del dólar. Sin duda que también para ellos cuenta las reglas del comercio internacional de divisas, establecidas determinantemente e impuestas en todas partes del mundo por EEUU, formalizando la comparación en la práctica de todas las monedas nacionales e inclusive con la vigilancia institucionalizada del FMI sobre las balanzas nacionales de deudas. En la realidad económica, sin embargo, el comercio norteamericano no dio cabida a que las fluctuaciones extremamente inflacionistas de las monedas latinoamericanas afectaran el transcurso de sus negocios. Nunca se ha visto obligado y toda la vida ha rechazado considerar los pesos, sucres, reales u otro dinero de juguete latino para sus negocios, desconfiando de que pudieran fiar su cosa más sagrada, un trozo de su fortuna de dólares.4 Cuando participa o impulsa la acumulación de capital en el Sur comerciando, invirtiendo o dando créditos, entonces adelanta dólares y no quiere ver otro resultado que dólares. Dentro de estos cálculos, las monedas locales no son factor con que contar, ni mucho menos medida para precisar la riqueza adquirida –como es el caso entre las potencias económicas de primera categoría con una moneda reconocida como dinero mundial–: Se calcula y se saldan las cuentas en dólares.
Obvio que esta evidencia no fue relativizada por los exportadores de capital de origen europeo, que a lo largo de las décadas desde la Segunda Guerra Mundial consiguieron entrometerse en el negocio con América Latina en competencia con sus colegas estadounidenses; más bien se aprovecharon de estas condiciones de la misma manera. Los países de la Unión Europea tampoco pensaron vincular sus operaciones en los “países emergentes” sudamericanos con reconocer la obligatoriedad de los medios de pago locales para el negocio con y en estos países, sino que insisten en ganancias en forma de divisas. Como parásitos de las condiciones económicas establecidas por EEUU, los capitalistas europeos llegaron a América Latina y siguen allí dando por sobrentendido que de hecho no se están desplazando al territorio de otra moneda, sino que entran con sus marcos, libras, pesetas o recientemente con euros en una esfera para acumular su moneda mundial pareja al dólar.
Ahora pues, alguien tendrá que asumir esa exigencia y responder de la eliminación de las monedas nacionales de todos los cálculos capitalistas, garantizando que con beneficio y acumulación también en la América del Sur se ganen dólares. Y sobra decir quién: A los Estados atractivos para los inversores del Norte se les obliga a pagar en dólares cualquier beneficio y cualquier incremento que los inversores realicen en sus países, o garantizar el cambio en el mismo. Los Estados tienen que disponer de un dinero mundial cuya creación con su propia soberanía monetaria les resulta imposible debido a la falta de una competitividad abrumadora, por lo cual tienen que adquirirlo en el comercio exterior, y eso en magnitudes que exceden por mucho las ganancias inciertas en el sector de la exportación de materias primas y los siempre muy modestos éxitos de los demás productos en el comercio exterior que de todos modos tienen que enriquecer primero a toda una clase propietaria. Es decir, se requieren precisamente los grandes éxitos en la exportación que estas naciones emergentes se están proponiendo tener; para lo que tienen que comprar en el mercado mundial los medios de producción con precisamente aquel dinero mundial que aún están por ganar. Dicho de otra manera: Estados sin dinero reconocido tienen que mantener indemne a la inversión extranjera –que valora al país como lugar para el acrecentamiento de su buen dinero– de los resultados del no haberse reconocido la propia moneda como dinero mundial por parte de estos mismos inversores, proveyéndoles de divisas que tampoco tienen – o sea, una tarea nada fácil de resolver.
Para los capitalistas de las patrias del buen dinero, no obstante, ésta es la más obvia condición previa para su obrar y la rigurosa exigencia que derivan de ello. Las dificultades que promueven de esta manera a los que administran su emplazamiento económico en América Latina, no son asunto suyo. Sin embargo, saben qué hacer con eso y traman la próxima etapa agudizadora de su negocio con América Latina: Inversores de dinero prestan a los Estados del Sur los dólares que éstos necesitan y no tienen. En su calidad de capitalistas financieros naturalmente toman en cuenta que con este tipo de créditos ya no abastecen necesidades en la financiación de un crecimiento nacional, sino que sacan beneficio de apuros financieros que resultan del crecimiento existente de capital extranjero, invertido en dólares: Para una cosa así, el financiero decente calcula intereses mayores, tanto mayores cuanto más desconfían de que la nación acreditada pueda saldar sus costosas deudas.
El apuro de la mayoría de la población es resultado de esta política de desarrollo nacional. La gente normal no tiene cómo salvarse de la desvalorización de los medios de pago que necesita, se empobrece como de por sí y viene siendo adicionalmente víctima de la política del Estado contra la desvalorización de la moneda nacional, que procura más eficacia del capitalismo nacional aún no competitivo y baja los gastos improductivos, concentrándose en la estimulación del crecimiento económico, en la atracción de capital extranjero y las balanzas positivas en el comercio exterior. Este apuro de la gente humilde lo toman en consideración los promotores políticos y los beneficiarios del desarrollo nacional. La mayor exclusión de la riqueza acumulada en manos privadas que sufren tanto la población empleada en la producción como aquella que sobra para el progreso capitalista, no es sólo un efecto secundario sin importancia: La pauperización forma parte del programa. Sin embargo, es importante que no moleste, y por tanto tiene que ser controlada y estructurada de una manera que los inversores de dólares de todo el mundo gocen, en medio de la pobreza, de una seguridad jurídica para su capital, de mercados a propósito para sacar beneficios, de una buena infraestructura y una mano de obra en la cantidad deseada, de buena moral y con las cualificaciones requeridas. Tampoco es una tarea fácil de resolver para el poder al que la corresponde. Además de no tener escrúpulos, ésta requiere a veces de una autonegación nacional para cumplirla. Es preciso no sólo someter a la sociedad a las “leyes económicas” de una explotación capitalista de la manera más extensa posible –programa que forma parte de la agenda de cualquier soberanía burguesa–, sino también brindar mucha represión improductiva, lo cual posiblemente desconcierta también a miembros de la “clase política”, por lo demás bien dispuestos a colaborar. Y aunque es moderada su indignación sobre la miseria que crearon, el hecho de que los esfuerzos no desembocan en ninguna ventaja nacional sino que se sucede una quiebra monetaria tras otra y las deudas extranjeras del Estado crecen de manera incalculable, resulta difícil mantener la financiación de la fuerza pública misma, y los frutos se van acumulando en cuentas bancarias del Norte–, esto les disgusta a patriotas que se habían imaginado de manera distinta el desarrollo hacia un “auge” nacional que incluyera todo el territorio nacional.
De hecho en la segunda mitad del siglo pasado, muchos intelectuales latinoamericanos, entre ellos una buena parte del clero católico, sindicalistas y otros patriotas decepcionados, se plantearon por un tiempo para su país una alternativa –socialista–, y alcanzaron una movilización considerable. En el caso famoso de Chile, una izquierda tal ascendió al poder sin fraccionar el marco jurídico existente. En muchos otros países, la soberanía establecida conforme a los intereses estadounidenses fue amenazada por movimientos revolucionarios. Los revolucionarios de Castro no sólo lograron vencer en Cuba, sino incluso sostenerse, con la ayuda de la Unión Soviética, la cual durante unos años intentaba ganar terreno en el “patio trasero” de su principal enemigo estratégico, forjando con aliados y bases militares una contraamenaza contra el cerco de sistemas de alianzas de EEUU.5
Este obrar provocó a EEUU en dos aspectos y su reacción en consecuencia. Para garantizar la seguridad del territorio patrio y para defender la reclamada representación exclusiva panamericana contra la intromisión intentada por la Unión Soviética, asumió, como es sabido en el caso de Cuba, la guerra mundial nuclear y paró los pies a su enemigo en la política mundial, si bien no logró la “liberación” de la isla. Desde entonces condena, sanciona y excluye sin piedad al país que sigue bajo gobernación comunista, como una contravención errática de la norma y normalidad estadounidense, mientras que no llegue la reinserción en su verdadera patria, el “hemisferio” estadounidense. En el caso de Allende –éste también fue considerado un “caballo de Troya” de la potencia soviética– Washington pidió y apoyó un golpe militar y respaldó diplomáticamente su éxito. En Nicaragua, EEUU financió durante más de una década una guerra civil contra los sandinistas, dejando así en nada todos los esfuerzos para mejorar la situación social de la población, educando al país en la libre y democrática elección de las fuerzas debidas. La farsa después de la tragedia la presentó luego el presidente Reagan con su intervención militar contra el proyecto soviético-comunista de ampliar un aeropuerto en la isla caribeña de Granada. De hecho, para esta fecha ya había concluido la Guerra Fría en el “hemisferio” americano, antes del suicidio histórico del “Imperio del Mal” de Moscú. Los demás intentos de revolucionar el orden interior en los Estados de su región, fueron siempre combatidos por EEUU con una combinación bastante exitosa: a la fuerza y con crédito. En colaboración con los sectores más anticomunistas de las élites económico-políticas de las naciones respectivas, con un aparato de represión militar obsesionado con una conciencia misionera de defender la libertad, dejó claramente resueltas todas las “cuestiones sociales” e hizo liquidar cualquier resistencia de izquierda y ad personam a un considerable número de individuos sospechosos de simpatizar con ideas revolucionarias. Simultáneamente, la superintendencia de Washington apoyó con dinero y garantías de crédito las políticas de desarrollo nacional de sus criaturas y homólogos derechistas en Latinoamérica, para dar estabilidad a ese cúmulo de deudas en dólares, por su parte consecuencia sistemática del modelo del desarrollo en América Latina, a fin de que volviera a haber condiciones óptimas para inversores estadounidenses. Para atender y pacificar el pauperismo, envió además un “cuerpo de paz” de jóvenes norteamericanos, idealistas de paz y progreso, que se comprometieron a la causa de la libertad en el sur de “su” doble continente, sin captar en qué consiste realmente esta “causa”. De hecho, lo que consiguió EEUU de esta manera en su esfera dólar en el sur, con todas sus contradicciones político-económicas inherentes y todas las oposiciones sociales e infamias resultantes de ello, fue hacerla sostenible.6
En esta obra de progreso participaron, con mucho gusto, los europeos. Aplaudieron y aprovecharon tanto el orden establecido como su establecimiento por la generosa superpotencia norteamericana en el subcontinente: lo primero en tanto que conformaba una garantía para la exportación de mercancías y capital en competencia con las multinacionales estadounidenses, lo segundo en tanto que garantizaba la sostenibilidad para las operaciones especulativas de sus propios capitalistas financieros e inversores, capitalizando América Latina como fuente inagotable de dólares. Al mismo tiempo se tomaron la libertad de criticar a los gorilas más brutales de Washington, hipocresía que pretendía lanzar objeciones contra el monopolio de orden estadounidense. Con la llamada a establecer condiciones democráticas, cuyo funcionamiento en el sentido de represión necesaria nunca tuvieron que garantizar ellos mismos, pensaban aconsejar a las “fuerzas moderadas” dentro de la “clase política” latinoamericana que en Europa tuvieran un contacto alternativo – para exactamente la misma relación de dependencia como la que mantienen con su gran padrino en el Norte. Sin duda esto favoreció mucho el rechazo hacia los yanquis, parte integral de las buenas formas en la región latina del hemisferio americano debido precisamente al aplastante predominio del Norte.
Con su victoria sobre la izquierda nacional de los Estados más importantes del Sur y sobre todo con la conclusión anticipada de la búsqueda soviética de aliados en América Latina, EEUU se deshizo de una preocupación, y con ella de una carga: Poco a poco llega a poder ahorrarse el sostenimiento de regímenes anticomunistas y la rigidez en controlar territorios y habitantes. EEUU puede abandonar a sus criaturas y aliados sangrientos sin arriesgarse su orden útil, anulando ayudas de auxilio y créditos que solo consideraban necesarios para garantizar la estabilidad de la represión. Washington tolera, y en algunos casos hasta exige, el retorno a la soberanía civil y la transición hacia elecciones democráticas, siempre que su resultado no corra peligro de ser perturbado por ninguna oposición radical de la izquierda. Para el gobernador que llega al poder ahora, el consenso electoral le tiene que compensar la pérdida de los dólares estadounidenses que anteriormente sostenía una buena parte del presupuesto nacional – y se ve confrontado aún más severamente por el delicado hecho de que está gobernando una nación sin dinero sólido.
Mucho más fuertemente se ve afectado el mundo comercial que se forra de dólares en América Latina en todas las esferas, desde las materias primas hasta la especulación crediticia. Para la protección de sus sagrados derechos de propiedad, no solo ha de adaptarse desde los conocidos régimenes de uniforme militar a los nuevos soberanos civiles, estos últimos aún sin práctica y posiblemente demasiado tiernos de corazón. Con la expiración del trato “dólares a cambio de anticomunismo”, a los inversores se les pierde una importante seguridad financiera para especular en una acumulación capitalista, de cuya realización en dinero mundial responderían los dirigentes nacionales. Sin embargo, esto no significa de ningún modo que cesen o reduzcan su especulación. Ahora como antes, comerciantes e inversores del Norte sobreentienden que la región sigue sirviendo para ganar dólares. Pero precisamente por eso, después de años de un aumento masivo de las concesiones de crédito, no les queda otro remedio que verificar la disposición y la capacidad de sus deudores estatales de saldar sus deudas –como es el caso de un prestatario cualquiera–, y clasificar su acreditabilidad tan rigurosamente como lo exige el transcurso de sus negocios a nivel mundial. Siempre que la continuación del negocio esté en juego, el comercio internacional se estanque, o capitalistas financieros de EEUU u otra parte tengan que dar por perdidas sus inversiones de capital porque no logran sacar beneficio de ellas; siempre y dondequiera que haya, pues, importantes cálculos capitalistas que se hagan inseguros, automáticamente crecen las dudas con respecto a la fiabilidad de la propia especulación a que América Latina se acredite como máquina multiplicadora de dólares con eficacia interminable. En cuanto se paralice el suministro de créditos en dinero mundial, y aún más en cuanto se cobren las deudas pendientes en dólares y se retiren inversiones, de repente también para los competentes mercados financieros se pondrá de manifiesto que están confrontados con naciones sin dinero sólido.
Esta confesión difiere de lo que sería una “crisis de liquidez” de Estados que, siendo protagonistas del capitalismo global con su respetada soberanía monetaria y una divisa reconocida, acumulan balanzas negativas. En estos casos nada insólitos para el mercado mundial, el comercio internacional de divisas se muestra progresivamente crítico en la examinación del dinero de una tal nación con respecto a su futuro empleo comercial. Resulta ser cada vez más negativa su –constantemente efectuada– clasificación del respectivo país en la jerarquía de las potencias económicas, considerando su volumen y la tasa de su crecimiento nacional y su disminuyente capacidad para servirse de los rendimientos de otras naciones. En la práctica, ese veredicto significa la desvalorización progresiva de la correspondiente moneda, menguando así el peso internacional de la riqueza capitalista de la nación entera y reduciendo su solvencia internacional, al final, a su volumen de divisas. A más tardar, en tal caso interviene –según las reglas de “Bretton Woods”– el Fondo Monetario Internacional, ordena a la nación en progreso de insolvencia el saneamiento de su medio de pago mediante el saneamiento de su presupuesto nacional, a cambio dotándola de divisas que avalen frente al mundo empresarial la recuperación de su credibilidad – temporalmente, hasta que la nación vuelva a haberse conquistado una posición aceptable en la competencia por el negocio global.7
Cuando los acreedores de un Estado latinoamericano repiensan sus actividades y vienen a cuentas, enfrentando el país a la hora de la verdad, entonces las cosas son distintas. Ya que en el extranjero las monedas de los Estados latinoamericanos nunca han sido objeto de preocupación como explicado anteriormente, una tal crisis de pago desconoce la tasación de aspectos como la caída de los tipos de cambio, márgenes de fluctuación monetaria, acciones para rescatar el dinero-crédito nacional y más cosas por el estilo. Tal como funcionaba el negocio con este país desde siempre –precisamente como una acumulación de dólares desligada de la administración estatal del crédito nacional–, así también funciona el cese de las actividades económicas cuando llegue la crisis: se reclama la garantía de la convertibilidad al dólar, siempre exigida por el mundo empresarial y concedida por su socio, el regente de esa aprovechada esfera de inversión; se solicita el reembolso de los créditos y se abre un procedimiento de quiebra nacional que trata directamente de saldar deudas y nada más. Ciertamente, el FMI también toma cartas en el asunto –primero previniendo a una bancarrota, y luego tramitándola–, pero en contra de su tarea original no para restaurar la potencia de crear crédito y garantizar un dinero-crédito de vigor mundial de un Estado que perdió terreno en la competencia internacional, sino para organizar a nivel supranacional la conversión de las deudas irrecuperables de una nación sin dinero mundial, decretando condiciones para el presupuesto y la política de deuda pública de este Estado con el fin de restablecer la confianza en la credibilidad del mismo.
Entremetidos en este tipo de actividades y con el derecho del deudor ya real o previsiblemente perjudicado, los europeos hacen valer en competencia con EEUU sus propias reclamaciones públicas y privadas. Viceversa, Washington los interesa para las cargas que se echan encima los protagonistas de la economía mundial a fin de que los países sin blanca en América Latina vuelvan a ser o no dejen de ser partes lucrativas del “hemisferio” americano del dólar. Porque una cosa está clara: la internacionalización de estas crisis locales, es decir el manejo de las crisis dentro de los márgenes y según las reglas prevalecientes de las instituciones de Bretton Woods, no exime las naciones quebradas de la competencia exclusiva de EEUU, sino caracteriza la forma moderna de esta última, o viceversa, del estatus de América Latina como una aglomeración de departamentos meridionales pertenecientes al negocio del dólar. En la práctica, esto se expresa en la tramitación del caso actual y en el programa para la solución de los apuros financieros nunca cesantes: Washington tiene y se queda con la dirección en construir nuevas garantías para la especulación con América Latina, y las “soluciones hechas a medida” que los expertos norteamericanos se inventan para cada uno de los casos problemáticos van dirigidas a rehabilitar el candidato respectivo como fuente de dólares.
De esta manera, el primer “choque” pertinente –la crisis de deuda de México– fue superada de modo que el gobierno estadounidense –obra maestra de su entonces ministro de hacienda Brady– aseguró mediante la emisión de bonos una parte de las obligaciones del Estado mexicano, por sí completamente carentes de valor, endeudándose y estando seguro de que a largo plazo ese acto de desprendimiento produciría beneficios capitalistas a través de asegurarse el asimiento al petróleo del gran país vecino y a su mano de obra más que barata. En un caso ejemplar se convirtiría luego la “cura de caballo” a la cual fue sometida Argentina, anteriormente calificado como “país emergente” bastante “prosperado”. Siguiendo al modelo de Chile, ya dotado de un régimen “monetarista” –justo después del violento fin del mal camino socialista– que procuró todos los recursos del país para el enriquecimiento del comercio poseedor de dólares, subordinándolos al objetivo exclusivo de obtener dólares, en la Argentina de la era Menem fue llevado a cabo con determinación el experimento de poner patas arriba o –según la vista de EEUU– poner a pie toda una economía nacional: el fundamento de toda la economía son los dólares que consigue el país o que son invertidos en él por la especulación; el medio de pago del país se emite y circula únicamente en la medida que se acrecente el dólar existente en el país. De esta manera, se garantiza que las actividades económicas consistan únicamente en lo que la mano privada con buen dinero considere rentable, y esto mientras que agencie el negocio rentable en dólares. El poder público –y al final también el pueblo argentino– tiene que ceñirse a lo que se realice en el país de esta manera en cuanto a producción e ingresos. EEUU, Argentina, el FMI, capitalistas interesados, políticos europeos para Latinoamérica, asesores de inversión de Italia, banqueros de Alemania y los demás expertos competentes se han puesto de acuerdo en que ésta es la perfección del “hemisferio” del dólar: toda una nación funciona, un pueblo subsiste a medida que se enriquezcan de manera inmediata capitalistas inversores de dólares.8
Todo eso funciona. Y donde no funciona bien, falta ejercer un poco más de obligatoriedad a viva fuerza. Para esforzarse correctamente, Washington da el consejo y el vencejo: se empeña en seguir su autootorgada responsabilidad sobre el doble continente. Sin embargo, esta parte del nuevo orden mundial tampoco funciona sin fricciones.
De esta manera, al regularizar sus posesiones político-económicas en las formas del librecomercio internacional, EEUU se ha metido con ajenas proyecciones reñidas con el reclamado monopolio regional en la política de ordenamiento. Como exportador de capital y socio comercial, Europa es el émulo de EEUU, hasta desea hacer una política a base de su intromisión económica. Entre el subcontinente y la Asia Oriental nacen relaciones comerciales e incluso crediticias que ignoran la presencia de EEUU. A cada instante, los Estados de la región también forjan alianzas entre ellos mismos, que ganan la animadversión de Washington sin que haga falta tener pretensiones anti-yanquis.
Con respecto al orden interior de los países latinoamericanos, por lo menos los ánimos de la oposición de izquierda radical han sido neutralizados a un nivel conforme al sistema, y de paso también la Iglesia católica ha acabado con los simpatizantes de una “teología de liberación” sospechosa de marxismo. Otros movimientos revolucionarios están o son diezmados exitosamente. Lo que la superpotencia no consiguió a la vez es suprimir las tendencias de emancipación y los experimentos de desarrollo capitalista nacional que van más allá de lo que Washington definió como línea general “argentina”. Los protagonistas de un desarrollo latinoamericano propio e independiente pasan cada dos por tres. Y eso no es de extrañar. Porque la política de prevención de las crisis y la ulterior política de desempeño que EEUU mete por los ojos a sus vecinos del Sur significa para ellos una brutalidad: En los países donde se efectúan esas políticas como en la Argentina de los años 90, socavan la idoneidad de una nación comparadamente desarrollada y potente incluso para los negocios en dólares que se hacen y renacen en tiempos de plena privatización, es decir la entrega de todos los recursos y actividades económicos a los capitalistas poseedores de divisas. Como solo debe funcionar lo que es objeto de lucro para los inversores del exterior y los recursos del país se despilfarran para cumplir la necesidad de éstos –enriquecimiento en forma de dólares– pues a fin de cuentas ni funciona esto. También a los políticos nacionales que aprendieron sus lecciones del imperialismo les resulta difícil aceptarlo así sin más. En efecto, hasta los así llamados “nacionalistas de izquierda” se han deshabituado de cometer graves arbitrariedades. Si bien no acatan sin peros y en seguidamente a todas las advertencias de Washington, al fin y al cabo se integran al consenso panamericano sobre las dictámenes de buena gobernabilidad, consenso que se orienta al arbitrio de la potencia líder superior en todos los aspectos. Un par de excepciones marginales confirman la regla.
La mezcla de gobiernos serviles y “moderados” por cierto no garantiza un régimen enérgico y que todo vaya a pedir de boca. De todas maneras se ha conseguido algo al respecto que muchas veces se ha presentado a las democracias anglosajones tutores de Latinoamérica como un experimento aventurado. Paulatinamente, en todos los Estados de la región –también en este aspecto, Cuba más que nunca sigue siendo considerada una excepción intolerable– ha triunfado la democracia: la competencia más o menos libre de figuras y partidos políticos, comúnmente de una misma “clase política”, por el asimiento de riquezas y medios de poder del Estado y la libre elección de los ciudadanos votantes entre las alternativas deparadas. Al pueblo se le interpretan estas condiciones incluyendo su propia miseria como consecuencia del malgobernar, de la negligencia y la corrupción de la respectiva dirigencia, o como un apuro nacional que de ninguna manera puede ser encomendada a los corruptos fracasados de la oposición. Su descontento lo puede ventilar en elecciones que irrecusablemente conducen a la próxima decepción y su asimilación constructiva en la siguiente lucha pública por el poder. También en América Latina, esa técnica de dominación funciona bastante bien. A pesar de ello, las campañas electorales periódicamente pendientes siguen movilizando el descontento de las masas, y en vista de su situación escuálida, ni la campaña más profesional concebida en el país seno de la propaganda electoral puede asegurar que los ánimos del pueblo se hagan voto a favor de un candidato oportuno, siendo que siempre habrá partidos que pretenden ser una alternativa radical, y políticos que toman su alternativa demasiado en serio. Estos fugitivos se tienen que capturar y comprometerlos a respetar “las realidades”.
Entonces, para la superintendencia del Norte siempre queda algo que hacer: vigilar, controlar, procurar orden, fomentar la buena conducta o extorsionarla.
Para la segunda parte del artículo –la política estadounidense frente a América Latina en la actualidad– existe una versión actualizada: Obama y América Latina.
1 “Nuestro interés nacional en el Hemisferio Occidental está formado por el simple hecho that it is our home. Tenemos relaciones económicas, políticas y de seguridad con nuestros vecinos. ... La geografía que compartimos crea relaciones económicas naturales. Tres de nuestros primeros proveedores extranjeros de energía están en este hemisferio. Las exportaciones estadounidenses a América Latina han subido al menos un 100 por ciento en la última década, mientras que nuestras exportaciones al resto del mundo han visto incrementos de menos del 50 por ciento. Canadá y México son nuestros primeros dos socios comerciales. EEUU es el mayor socio comercial de todas las naciones del Hemisferio Occidental menos la Cuba de Castro.” (R. Noriega, op.cit.)
2 EEUU está firmemente convencido de que la aplicación de un código general de libre comercio para establecer un capitalismo global es lo que más beneficio da a su propia economía. Este programa se da con las más diversas circunstancias político-económicas y tiene diferentes contenidos dependiendo del caso. En las relaciones con aquel puñado de potenicas capitalistas la cuestión es la paradoja de acordar la realización de una competencia intransigente en la que los socios dependen unos de otros haciéndose a la vez severos daños. La subordinación de la multitud de Estados que nacieron de la liquidación de los imperios coloniales de Europa después de la Segunda Guerra Mundial bajo los reglamentos del mercado mundial moderno sirvió para abrir al capital estadounidense nuevas esferas comerciales y para asegurar el acceso igualitario para todos los económicamente capacitados a los recursos de riqueza en tierras ajenas. Si hablamos de América Latina, el motivo no es ni abrir el mundo en este sentido, ni competir entre iguales: Allí EEUU practica –exitosamente– la artimaña dialéctica de consolidar y potenciar su posición como socio principal en el comercio y predominante usufructuario hasta del desarrollismo lanzado por sus vecinos afanados en emerger, aplicando los principios generales del libre comercio.
3 A diferencia de ciertos países europeos después de la Segunda Guerra Mundial, los países latinoamericanos nunca tuvieron la suerte de que les fuera financiada con créditos, por razones político-estratégicas, la (re)constitución de un capitalismo nacional, pretendiendo y adelantando su formación como co-protagonistas competitivos del mercado mundial.
4 Los capitalistas autóctonos siempre han considerado como su derecho e interés legítimo adoptar este modo de cálculo, cambiando también sus beneficios en dólares. Así la “fuga de capitales“ ha contribuido con regularidad a la ruina de las monedas nacionales.
5 Esto nutría por un tiempo también la –finalmente defraudada– esperanza entre nacionalistas alternativos de otros países latinoamericanos –Chile, Argentina, y otros– de valerse del interés estratégico de la URSS para sus propios programas de reforma social.
6 Con este objetivo Kennedy fundó la „Alianza para el Progreso“ que prometió mucha ayuda a los latinoamericanos, desde el comedor escolar hasta la ayuda al crecimiento económico. La propagada “lucha contra la pobreza“, se complementó con los medios probados, y finalmente quedó reducida a ellos: “Un elemento clave de la alianza fue la ayuda militar estadounidense a países aliados de la región, un aspecto que ganó importancia con la presidencia de Lyndon B. Johnson a finales de 1963 (mientras que las otras partes integrantes de la alianza perdieron importancia).“ (www.state.gov/r/pa)
7 La lógica de la comparación de monedas aquí expuesta en breve –más detalles se explican en el artículo “la moneda y su valor” (GegenStandpunkt 4-94)– supone naciones con una moneda nacional que sea principalmente reconocida como dinero mundial. No son muchos los países que cumplen esta condición previa –la República Popular de China quizás la cumplirá en un futuro próximo; los miembros de la zona euro se enfrentan a la comparación de monedas como un sujeto colectivo en materias de dinero mundial–, pero sí los decisivos en el mercado internacional. En sus enfrentamientos toman cuerpo los principios señalados, del modo que los rivales hacen todo para modificar los efectos de la competencia, si es necesario dar al traste con ellos, cuando por ejemplo la Unión Europea teme que su moneda relativamente fuerte resulte ser una desventaja, o cuando –como es el caso de EEUU– la dominación del negocio en el mundo va acompañada de tendencias a la desvalorización. En el caso de América Latina, y aquí de éste se trata, acaso formalmente se sigue el procedimiento común y corriente entre Estados con una reconocida soberanía monetaria. Para decidir la iniciación y tramitación de una bancarrota nacional, el real fundamento político-económico es la relación entre el tesoro nacional de divisas y las obligaciones de pago, y la manera cómo –a pesar de la grotesca desproporción entre esas dos medidas– se puede seguir ganando dinero de ello.
8 El hecho de que Argentina se endeude también en Euro y Yen esperando que éstos aumenten su valor relativo al dólar, no cambia la prioridad de la deuda en dólares y luego tampoco la dependencia frente al FMI, Banco Mundial y otros organismos que calculan unánimemente en dólares bajo control de EEUU. Los europeos y los japoneses, claro que tienen permiso para participar en la especulación de si Argentina cumplirá sus obligaciones frente al dólar, y ahora también para pelear con los argentinos con cuántas pérdidas deben contar en sus actividades para que el FMI regale a Argentina un nuevo fundamento crediticio.