Análisis de la edición “GegenStandpunkt” 1-97

Brasil:
Un caso de “emerging markets”

Brasil forma parte, hoy en día, del club de mercados emergentes. Con este calificativo se designa a países que en el pasado manejaron mal todos sus asuntos y malgastaron los aflujos de capital invirtiéndolos en ambiciosos proyectos de desarrollo y en obras benéficas, pero que en la actualidad -tras haber pasado por experiencias dolorosas y en parte debido a la presión de los acreedores internacionales- todo lo están haciendo bien: han reducido la influencia del Estado sobre la economía, han aminorado la pérdida de valor del dinero y han abierto el mercado nacional de capitales. No es de sorprender, pues -así piensan los peritos económicos- que la marcha de los asuntos gratifique con el correspondiente éxito este cambio en favor de la lógica de la economía de mercado libre. Y al decir esto remiten a las enormes tasas de crecimiento que vienen registrando algunos de esos países, a las inversiones directas de empresas extranjeras y al interés que manifiestan todas las partes en las posibilidades de ventas que ofrecen estos mercados. Pero el cumplido de emerging market se refiere, en lo esencial, al retorno de estos países a los mercados de capitales y al hecho de que actualmente se los cotiza y negocia en bolsa como esferas de inversión atractivas para el capital monetario. Ello no quiere decir que los hombres de negocio de dichos países hayan acumulado suficiente riqueza dineraria en una moneda dura y utilizable a escala internacional y que, merced a ello, actúen ellos mismos como inversionistas en las bolsas del mundo y como acreedores de Estados que disponen de menos medios financieros. Emergentes vienen a ser estos mercados en tanto que objetos de la especulación del capital monetario extranjero.

Este vivo interés de los inversionistas extranjeros por Brasil no es del todo nuevo. Ya en el transcurso de las décadas del 70 y del 80, los dadores de crédito occidentales (Estados, bancos y otros especuladores) habían sabido utilizar las necesidades financieras de Brasil para realizar boyantes operaciones basadas en el cobro de intereses. En 1987, la deuda exterior del país se elevaba a 123 mil millones de dólares, y tres cuartas partes de todos los ingresos derivados de las exportaciones se hallaban embargados para el servicio de la deuda y el pago de los intereses. Estas deudas fueron el resultado de una política que, mediante la apelación al crédito estatal, pretendió forjar un capitalismo que se viera coronado por el éxito a nivel internacional. Brasil no se dejó desconcertar por el fracaso de estos esfuerzos; los cuales, contrario a lo que se ha dicho, no se vieron frustados a causa de una política errónea -que el crédito estatal constituye un medio para el crecimiento capitalista, lo demuestran a diario los esfuerzos político-económicos emprendidos por las naciones de éxito-, sino a causa de unos competidores que lo aventajaban en el mercado mundial. En vez de anular los negocios no rentables, cosa que hacía tiempo tenía que haber hecho, continuó asegurándolos mediante la reiterada apelación al crédito. De esta manera, el orgulloso proyecto de desarrollo nacional fue derivando más y más en una política de prevención continua de crisis; política que, por un lado, iba acumulando las deudas exteriores y, por otro, devaluaba la moneda nacional en proporciones astronómicas.[Nota 1]

A finales de los años ochenta, los acreedores internacionales suspendieron, repentinamente, sus remesas de capitales a causa de las enormes dificultades de pago de su deudor, y se negaron a concederle a éste más créditos. Cuando, después de esto, Brasil volvió a interrumpir una vez más el pago de intereses y amortizaciones y solicitó una moratoria de la deuda, las naciones acreedoras pusieron punto final al tema de la superación de la crisis del endeudamiento mundial y colocaron en la agenda el rescate de sus créditos. La alternativa de anular las deudas que Brasil ya no estaba en condiciones de pagar, no entraba en consideración. En convenios[Nota 2] que Brasil concertó con los acreedores estatales del Club de París entre 1990 y 1992 y, en 1994, con alrededor de 750 bancos comerciales, quedó establecido el mantenimiento de las deudas y se transformaron los títulos que se habían vuelto dudosos en empréstitos garantizados políticamente (los llamados Brady-Bonds). Además, se logró convencer a los bancos -mediante presión política- para que se mostraran benevolentes con Brasil y le concedieran prórrogas de plazos, reducciones de intereses y la anulación de algunas de las obligaciones. Esta vino a ser la primera condición para la transformación de Brasil en un emerging market: en virtud de esta garantía política, los títulos de deudas acumuladas que habían sido declaradas incobrables fueron puestos de nuevo en vigor como títulos productores de intereses, conviertiéndose con ello en el primer objeto negociable y, lo que siguen siendo también aún hoy en día, en el objeto de mayor importancia de los mercados financieros de Brasil.[Nota 3] Así fue como llegó Brasil a las bolsas y a los títulos cuyas cotizaciones se registran en la lista de los emerging markets.[Nota 4]

La segunda condición de esta transformación la constituyó el cambio político por el que optó Brasil tras los Acuerdos Brady. En contrapartida por la reconversión de la deuda, el país sudamericano fue obligado durante estas negociaciones -y, luego de un cierto tira y afloja, Brasil mismo se comprometió a ello en aras de su solvencia- a hacer todo lo necesario para conseguir estabilizar la montaña de deudas,. A cambio de esto, el Gobierno brasileño prometió no solamente retomar el pago de los intereses y amortizaciones, sino, además, renovar a fondo su propia casa mediante una reducción del déficit presupuestario, la lucha contra la inflación, una política de estabilidad, privatizaciones, reformas políticas y una apertura hacia la economía de mercado bajo la supervisión del FMI. Estos preceptos para una buena gestión presupuestaria y político-económica al servicio del capital financiero y de su provecho, supusieron en el caso de Brasil -donde el crédito no sólo ha servido para poner en marcha la vida comercial, sino para seguir manteniéndola en pie a pesar de los notorios fracasos de esos esfuerzos- una fundamental ruptura con las viejas visiones, como suele expresarlo el presidente Cardoso. Brasil tomó la decisión de corresponder a la demostrada dependencia de sus acreedores y a los desastrosos efectos de su participación en el mercado mundial y, por tanto, de no seguir malgastando el crédito nacional e internacional para impulsar el -fracasado- desarrollo de una economía propia multisectorialmente desarrollada y competitiva, arruinándose en el intento, sino, por el contrario, acondicionar a la Nación para ponerla al servicio del capital financiero internacional. No causa sorpresa que, en vista de esta decisión, los inversores de capital descubrieran en los bonos Brady una nueva posibilidad de inversión.

El que los especuladores hayan retribuido esta orientación programática de la Nación hacia los intereses del capital monetario no sólo con cierta euforía, sino, ya al poco tiempo de la concertación de los Acuerdos Brady, con masivos flujos de capital dirigidos hacia Brasil, se debe a una comparación de las posibilidades de inversión a nivel mundial, cuyo resultado se ha descrito de la siguiente manera:

Estos llamados fundamentals (el autor se refiere a aquellos cambios de orden estructural y político) no son más que un factor, y tal vez ni siquiera el decisivo. Pues sin la escasez de intereses y sin la falta de demanda de crédito existentes en los países desarrollados, el rally de bonos de los mercados emergentes no hubiera tenido lugar, o al menos no en tales dimensiones. (Börsen-Zeitung, 18-12-96)

Dado que el capital monetario que andaba a la búsqueda de inversiones ya no conseguía reproducirse tan fácilmente en otros, los habituales, mercados de capitales, se dejaron de lado todas las dudas que se habían acumulado respecto al desarrollo futuro del país y que habían sido aplicadas en su contra y, por medio de inversiones de capital, se transformó a las bolsas brasileñas en un emerging market.

Por supuesto, también en el caso de Brasil los especuladores no hacen otra cosa distinta de lo que siempre hacen. Sus agencias de clasificación crediticia juzgan la credibilidad y solvencia del país: las malas notas se tienen que pagar con intereses más altos. Por lo demás, andan husmeando siempre todo tipo de datos sobre el desarrollo económico y político intentando encontrar indicios de cómo el mercado -es decir, ellos mismos y sus colegas- irá a evaluar en el futuro esos títulos especulativos. El resto del día se lo pasan ocupados en hallar nuevas posibilidades de inversiones en el país, en prospectar demandas de crédito con las que se pueda hacer dinero, en llevar a cabo operaciones a término basadas en el interés de asegurar los cambios y nuevas especulaciones basadas en la especulación, hasta llegar a las últimas operaciones de opciones y derivados.

No obstante, los especuladores saben diferenciar, en principio, sus compromisos financieros en Brasil y en otros emerging markets de una inversión en Nueva York, Londres o Francfort; si bien basándose para ello solamente en los dos únicos criterios de que disponen los que se dedican a este oficio. Por un lado, una inversión en Brasil -calculan ellos- ofrece oportunidades especiales; lo cual se puede ilustrar a través del alza de las cotizaciones que han venido registrando hasta la fecha los títulos negociados en Río o en Sao Paulo y a través del considerable potencial alcista que se espera que pueden llegar a alcanzar estos mercados, pero que no puede ser explicado a través de estos factores. Al fin y al cabo, tales oportunidades surgen sólo por el hecho de que todos creen en ellas y porque las crean mediante la correspondiente demanda que hace subir las cotizaciones.[Nota 5] Por otro lado, se dice que las inversiones en Brasil y en otros emerging markets entrañan riesgos especiales y que poseen un carácter altamente especulativo; a pesar de que ni los empréstitos estatales ni las acciones ni las operaciones de opción se convierten en títulos más sólidos, pero tampoco en títulos principalmente menos estables por el hecho de que hayan sido extendidos a nombre de deudores brasileños. Además, juzgándolo con sus propios criterios, los especuladores podrían sentirse más bien en el lado seguro en lo que respecta a Brasil. Ellos mismos comentan, con mucho respeto, que el Gobierno brasileño ha logrado disminuir los déficit presupuestarios a más o menos un 4% del producto nacional bruto y la inflación a alrededor de un 7 a un 8%, reduciendo con ello estos índices a una medida que -según dicen-, también en Europa es ya casi aceptable en los medios oficiales. E incluso las minidevaluaciones de la moneda nacional (llamada real desde julio de 1994) se sitúan -en su opinión- absolutamente dentro del margen de fluctuación en que también oscila una moneda como el marco alemán. ¿A qué se debe, pues, este riesgo especial?

La única característica diferente mencionada que se acerca a la cuestión aludida, sin llegar a acertar del todo en explicarla, es la referencia al volumen considerablemente limitado de estos mercados de capitales. Como éstos constan, en esencia, de tan sólo un par de grandes fondos de inversión mobiliaria extranjeros, las entradas o salidas de algunos inversionistas tienen inmediatamente por resultado ganancias, o bien pérdidas en las cotizaciones del orden de dos dígitos. De esto se da cuenta también el especulador; y más no tiene que interesarle. Lo que él aquí nota es que, en países como Brasil, el oficio que él ejerce carece de la base de apoyo en un capital financiero que exista paralelamente a dicho oficio.[Nota 6] Los títulos emitidos en marcos alemanes o en dólares están considerados como una inversión comparativamente segura ya por el hecho de que esas monedas gozan también de gran aprecio independientemente de las actividades de especulación. Se las utiliza para hacer negocios de todo tipo alrededor del mundo y para la creación de fondos de reserva privados y estatales, es decir que gozan de gran demanda. Son monedas mundiales, en las que se realiza y queda materialmente fijada la riqueza abstracta y su acrecentamiento. Además, la especulación sobre valores emitidos en marcos alemanes o en dólares cuenta con un fundamento adicional en la acumulación fictiva de esos países, acumulación que resulta del aumento de la riqueza abstracta que tiene lugar allí y que exige y obtiene beneficios de ello, sin llegar a tomar parte en todos los altibajos especulativos. En Brasil la situación es distinta. Al poner la mirada sobre estos mercados, los especuladores registran que en estos parqués apenas aparecen en escena otros participantes y que, fuera de su propio interés especulativo, no existe ninguna otra demanda de moneda brasileña que revista importancia a escala internacional. Los títulos de estos mercados de capitales y el interés en ellos, sólo se originan a raíz de las inversiones del capital monetario extranjero. Los emerging markets son el producto de un capital monetario internacional excedente que se ha venido acumulando a través de decenios y que no puede seguir incrementándose por medio del aprovechamiento de las necesidades crediticias de los Estados y las empresas, pero que tiene que seguir incrementándose y que, por ello, se crea a sí mismo las oportunidades comerciales que tanto lo fascinan.[Nota 7]

A pesar de que el capital monetario que se coloca en los emerging markets no resulta, ni en lo más mínimo, de la producción de una riqueza abstracta realizada en esos países, éste, no obstante sí reclama un derecho al respecto. Apenas han sido elevados esos países a la categoría de nuevas esferas de inversión, se ven también obligados a responder de los intereses del mundo de las finanzas internacionales. Países como Brasil, cuya vida económica en su conjunto ha revelado ser, precisamente debido a la decisión de no concederles más créditos internacionales, tan sólo un negocio fraudulento y fracasado -fracaso medido de acuerdo con la norma de: producción de ganancias capaz de competir en todo el mundo-, no sólo tienen que pagar intereses y amortizar puntualmente los créditos que han tomado, sino justificar también, mediante las correspondientes tasas de crecimiento y la estabilidad financiera, la especulación que se ha acumulado con vistas a beneficios futuros. Todo el potencial de esos países ha sido embargado para rendirle servicio al capital financiero. Que esta medida sea suficiente para asegurar tal objetivo, es algo de lo que, también en el caso de Brasil, se viene dudando cada vez más.

De ello da testimonio un reparo que, a la hora de comparar cuidadosamente las posibilidades de inversión, suele formularse en contra de Brasil, aun cuando, de primera intención, dicho reparo parece prestarse más bien para fundamentar una cierta igualdad: el seguir siendo todavía dependiente del flujo de capitales es algo que, con igual razón, se podría decir asimismo de naciones como Alemania o EE UU, que recurren a la liquidez internacional incluso en mayor medida que Brasil para colocar sus deudas. También en el caso de Brasil estos flujos de capitales están considerados, de una parte, como una prueba de confianza. Sin embargo, solamente en el caso de Brasil y de otros emerging markets es calificada tan persistentemente la utilización de los mercados financieros por los Estados de dichos países de situación de dependencia de estos Estados. Pero, desde luego, entre los círculos de especuladores se oye mencionar menos la razón de estos apuros: mientras que Alemania o EE UU se endeudan en su propia moneda, es decir, se proveen de solvencia imprimiendo sus propias promesas de pago en forma de dinero efectivo o de títulos de deuda, poniéndolas en circulación y amortizándolas a través de nuevas promesas de pago, Brasil está forzada a endeudarse en una moneda extranjera, moneda sobre la que no posee ninguna soberanía, sino que tiene que ganársela. El hecho de que ya no sea más capaz de hacerlo, ha sido el punto de arranque del cambio político cuyo comienzo Brasil anunció a vuelo de campanas en 1994: y éste es el problema al que Brasil -a pesar, o bien debido a sus esfuerzos de consolidación económica- se ve enfrentado de manera cada vez más apremiante.

Como resultado de los treinta años de esfuerzos en pro del desarrollo, la moneda brasileña había perdido su función para el mundo de los negocios y, con ello, para el Estado. Había quedado reducida a servir de etapa intermediaria para la fuga hacia la riqueza que verdaderamente vale: la riqueza en dólares. La nación se veía cada vez más obligada a pagar esta situación asumiendo la consecuencia de que sus títulos de deuda o bien ya no eran aceptados de ninguna manera o ello tan sólo a cambio de la garantía de devolución en cualquier momento y a intereses exorbitantes; por último, a más o menos un 1,8% por día (overnight market). El Gobierno tuvo en cuenta este resultado resolviendo llevar a cabo un cambio político fundamental. De acuerdo con esta resolución, el país no debería utilizar ni malgastar más su crédito y el crédito extranjero para la fundación y el mantenimiento de empresas nacionales, sino someter, en adelante, su política presupuestaria y económica al dogma de una moneda estable que sostuviera mejor la comparación con el dólar y con las otras monedas que en realidad cuentan, una moneda que no se devaluara continuamente, sino que fuera utilizada en las transacciones internacionales y apreciada en el mundo entero, y que, de esta manera, hiciera solvente al Estado por su propia fuerza.

En julio de 1994, el Gobierno brasileño aprobó, bajo el título de Plano Real, el plan de saneamiento que hacía tiempo debería haber adoptado; plan que el entonces ministro de Finanzas y hoy en día presidente, Rudolfo Cardoso, prometió[Nota 8] poner en práctica de manera más consecuente que Collor de Mello e Itamar Franco, sus antecesores en el cargo. La primera medida fue -una vez más- la puesta en marcha de una reforma monetaria. Con ello, Brasil admitía que el crédito que el Estado había puesto en circulación y con el cual se había mantenido en pie la ficción de una vida comercial floreciente, se había vuelto inservible, debido a eso, para su función como baremo fiable y calculable de la riqueza social y del crecimiento de la misma. Claro que ninguno de estos documentos crediticios sin valor -ni los empréstitos del Estado ni los depósitos bancarios ni los billetes de banco- fue simplemente anulado, o retirado de circulación sin reemplazo. Los importes monetarios pagaderos en cruzeiros fueron más bien convertidos en la nueva moneda -que llevaba el prometedor nombre de real-, o bien cambiados por ella en una relación de 2.750 : 1, relación que correspondía aproximadamente al tipo de cambio del cruzeiro frente al dólar en aquel entonces.

El hecho de que una reforma monetaria -sobre todo una que a cada importe en cruzeiro tan sólo le recorta un par de ceros- no convierta, ni con mucho, una moneda nacional que se ha vuelto inservible en un medio apreciado para los negocios, y mucho menos en un medio que se utilice a nivel internacional, le era conocido justamente al Estado brasileño a través de su propia experiencia. A diferencia de las 6 reformas monetarias llevadas a cabo desde 1986, las cuales redundaron, todas sin excepción, en una nueva hiperinflación, esta vez el Gobierno se proponía tomarse en serio la política de estabilidad, y ello, en primer lugar, a través de la vinculación del real con el dólar en relación de 1 : 1; vinculación que Brasil se comprometió a defender incondicionalmente[Nota 9]. La solvencia de Brasil estribaba desde hacía mucho tiempo en los créditos en dólares; el dólar constituía, desde hacía algún tiempo, la moneda paralela del país, en la que cualquiera que podía cambiaba las ganancias obtenidas en cruzeiros para asegurar el resultado de su enriquecimiento contra el decaimiento del medio comercial brasileño, que se hallaba afectado por la inflación. Se esperaba que, en virtud del reconocimiento de esta dependencia, el real volviera a ser, de motu proprio, una moneda convertible. De esta manera, la cuestión de si Brasil podría defender con éxito, desde un punto de vista político-monetario, la paridad fijada y en qué medida lograría hacerlo, se convirtió en el baremo del éxito de todos los esfuerzos en pro de la consolidación, y ello no solamente para el Banco Central, sino aun más para todos los críticos y usufructuarios de la solvencia brasileña en el extranjero.[Nota 10]

El medio para defender esta equiparación política del real con el dólar fue el caudal de divisas, que, por valor de 40 mil millones de marcos, le fue concedido a Brasil durante el transcurso de los acuerdos sobre la reconversión de la deuda. Se suponía que la demostrada capacidad de efectuar en todo momento pagos en dinero verdadero evitara las acometidas especulativas contra la paridad, haciendo así innecesaria la entrega de las reservas. Mientras que en las naciones coronadas por el éxito desde el punto de vista capitalista, estas reservas no son más que el producto residual resultante de una economía exterior productiva, Brasil, en cambio, viene luchando desde 1994 por atraer moneda extranjera mediante el pago de altos intereses por empréstitos en dólares, mediante la venta de empresas del Estado y mediante la apertura a las inversiones directas del extranjero; pero esto no precisamente para ampliar su presupuesto, sino, en realidad, para constituir una reserva de divisas que responda de la convertibilidad del real. El hecho de que un tesoro de divisas que no cuenta con un capital nacional que, como resultado de sus operaciones comerciales en todo el mundo, atraiga continuamente moneda extranjera al país, se vea sometido de manera fundamental al flujo de capitales especulativos[Nota 11], era algo que el Gobierno comprendía muy bien. El primer semestre, tras la introducción del Plano Real, las cuentas salieron en gran medida según lo planeado gracias al flujo de capital inversionista. Cuando los especuladores, sólo en el mes de diciembre de 1994, durante la crisis de México, retiraron ese capital invertido a corto plazo, que ascendía a una cuantía de 700 millones de dólares -simultáneamente había aparecido en la balanza comercial de ese mes un déficit de 500 millones de dólares y para el mes siguiente no se divisaba ninguna mejora de la situación del comercio exterior-, se puso en duda la paridad que políticamente se había asegurado se mantendría con el dólar, y el Banco Central se vio forzado a emplear, realmente, 1.700 millones de dólares de sus reservas para intervenciones en el mercado de divisas. Pero con este recurso a las reservas quedaba afectado, de inmediato, este requisito de la convertibilidad. Por esta razón, Brasil tuvo que corresponder al fallo de los mercados y devaluar su moneda[Nota 12]; tres veces hasta la fecha, por lo que se refiere a las bandas de fluctuación fijadas. En todo caso, hasta ahora los mercados no han tomado muy a mal estas devaluaciones.

Brasil se proponía esta vez abordar en serio la política de estabilidad, emprendiendo, además, una consecuente lucha antiinflacionaria. A este fin, estaba planeado, en primer lugar, restringir estrictamente el endeudamiento del Estado y reducir de manera masiva los déficit del sector público; ello no solamente para impresionar a los mercados de capitales a corto plazo mediante la economía en los gastos y para mantener a raya las tasas de aumento del endeudamiento público, es decir, para mantenerse abierta la posibilidad de intervenir en los mercados de capitales a largo plazo, sino también para ahorrarse efectivamente una demanda adicional de créditos en dólares, que estaban previstos para volver a llenar las reservas de divisas. Dependiendo de la situación del presupuesto, para el cual se había acordado, junto con el FMI, establecer un objetivo deficitario del 3% del producto nacional bruto, van siendo eliminadas paso a paso, o bien en dramáticas acciones de consolidación, las subvenciones, las contratas públicas y, en particular, las prestaciones sociales; a los empleados públicos se los despide en masa[Nota 13]; se intensifica la recaudación fiscal y se suben los impuestos dondequiera que sea posible. En segundo lugar, Brasil determinó impedir que el crédito circulante continuara extendiéndose, llevando a cabo a este efecto una limitación controlada del mismo. Ya durante la reforma monetaria, Brasil se había comprometido a observar límites estrictos respecto a la provisión de dinero: según lo estipulado, hasta marzo de 1995 se emitirían solamente 9.500 millones de reales en efectivo; el Estado se imponía la prohibición de poner en marcha, al igual que antes, la prensa de billetes bancarios para financiar la compra de títulos de deuda del Estado; la facilitación de crédito por parte de los bancos quedó estrictamente limitada, y las obligaciones públicas en posesión de los bancos fueron transformadas en participaciones en empresas estatales privatizadas[Nota 14]. Cuando los exportadores brasileños se quejaron masivamente de la sobrevaloración del real frente al dólar (1,16 : 1) -en fin de cuentas, al refluir al país, sus capitales quedaban devaluados en nada menos que en un 15% a consecuencia de este cambio- ; cuando, por primera vez desde diciembre de 1994, tuvo que hacerse de nuevo un balance de los déficit de la balanza comercial, quedando con ello agotada -amén de las entradas de capital especulativo- otra de las fuentes de ingreso de dólares, el Gobierno tomó la medida de devaluar el real; pero dando a entender, claramente, que insistía en mantener la estabilidad del valor monetario y que estaba dispuesto a sacrificar por ello más de un negocio real. A saber, en contrapartida a la devaluación, elevó los intereses a un nivel internacional puntero de efectivamente un 30%. Con restricciones crediticias e intereses que se mantienen a un nivel también alto mediante las correspondientes tasas de refinanciamiento y mediante condiciones severas respecto a las reservas legales mínimas, el Gobierno viene tratando -desde la introducción del Plano Real- el fracaso que resulta de la utilización del crédito para fines comerciales como una cuestión que tiene que ver con la facilidad de acceso al mismo, acceso al que él pone trabas por todos los medios posibles. Estimula a los bancos, a través de convenientes ofertas relativas a los intereses, a no utilizar sus depósitos ni otros medios de liquidez para otorgar más créditos, sino que los esterilicen comprándole obligaciones del Estado.

Con todas estas medidas, el Gobierno brasileño no sólo encarece el crédito, sino que aisla a sectores completos de su economía del medio comercial necesario para los negocios; necesario porque estos sectores sólo existen, a fin de cuentas, merced a los créditos y subvenciones estatales que fluyen copiosamente. El Gobierno no solamente acepta las quiebras de empresas y los despidos en masa como consecuencia de su política de estabilización, sino que él mismo lleva a cabo tales medidas. Bajo el título de apertura a la economía de mercado, se critica prácticamente a sí mismo por haber entorpecido el desarrollo de una vida comercial próspera mediante la concesión de subvenciones a ramos completos de la industria, mediante el proteccionismo arancelario frente a la competencia extranjera y mediante el dirigismo estatal en la creación y desarrollo de industrias básicas. Esta crítica va dirigida a todas las técnicas políticas con las que se persistió en que la participación de Brasil en el mercado mundial debía desembocar en el desarrollo de una economía nacional propia y competitiva. Ese objetivo es considerado ahora como un falso ideal y como un obstáculo para el logro de la eficacia capitalista. Ahora, el motor del desarrollo nacional no ha de ser más la subvención de la economía con créditos estatales, sino la reducción de la vida económica nacional a negocios que se vean coronados por el éxito a escala mundial y que logren sostener la comparación con la competencia. Se espera que el desmantelamiento de las barreras aduaneras, el otorgamiento de facilidades para la importación y la promoción de las exportaciones han de forzar la producción de esta rentabilidad; el intento de corresponder a esta norma apelando al crédito nacional había fracasado, arruinando en consecuencia el crédito. No causa sorpresa, pues, que los empresarios brasileños, los cuales hasta ese momento habían podido contar con el Estado como instrumento para sus negocios, se sientan ahora vendidos y traicionados y participen masivamente en manifestaciones de protesta.

Los efectos de esta política, que sacrifica la riqueza acumulada a cambio de la utilidad del patrón de valor nacional, se pueden apreciar no solamente en la ola de insolvencias que se registra entre las empresas medianas y pequeñas y en los consecuentes despidos, sino también en la crisis bancaria que desde octubre de 1994, es decir, tres meses después de la puesta en vigor del Plano Real, viene afectando a cada vez más amplios sectores.[Nota 15] Los bancos estatales y semiestatales eran las agencias intermediarias para la tramitación de créditos y subvenciones del Estado con los que se había desarrollado y mantenido a sectores enteros de la economía. Con la resolución de consolidar los presupuestos, esas deudas fueron declaradas de cobro dudoso. Al cabo de tres meses de la entrada en vigor del Plano Real, los bancos centrales regionales de los Estados federados de Sao Paulo y de Río de Janeiro (Banespa y Banerj) habían quedado insolventes.[Nota 16] El Gobierno Federal sometió estos bancos centrales regionales a la supervisión del Banco Nacional: se compró el consentimiento de los gobernadores a una resuelta política de consolidación ofreciéndoles a cambio asumir las deudas de los bancos centrales regionales, deudas que él de todas formas no quería dejar que quedaran impagadas. El abandono de las viejas prácticas crediticias afectó también a los bancos comerciales y a los créditos que éstos habían otorgado a empresas que, hasta ese momento, habían sido tratadas como proyectos modelo del programa de industrialización de Brasil y a las que se había dotado de cuantiosas subvenciones. La segunda razón para la crisis de los bancos privados reside en el descalabro de los créditos concedidos a empresas no aseguradas estatalmente y a consumidores (créditos para fines de consumo), créditos que los bancos habían denegado antes a causa de la hiperinflación, pero que ellos, tras la puesta en marcha del Plano Real, habían extendido considerablemente. Los efectos de la política estatal de economización -el continuo encarecimiento de estos créditos, el estrechamiento de la solvencia de la sociedad, las consecuencias ruinosas para la economía: quiebras, despidos en masa, etc.- tuvieron por resultado que dichos créditos se convirtieran, en gran medida, en créditos de cobro dudoso.[Nota 17] El saneamiento de estos cuellos de botella de la liquidez le ha a costado al Estado brasileño -solamente hasta mediados de 1996- poco menos de 20 mil millones de dólares. Entretanto, los especuladores discuten sobre la crisis bancaria de Brasil y de otros emerging markets refiriéndose a ella en términos de flanco abierto y carga pesada para los presupuestos del Estado, crisis que está socavando la estabilización económica de estos países.

A través de un repentino éxito competitivo de las empresas brasileñas a nivel mundial -las cuales durante decenios estuvieron protegidas justamente contra las consecuencias de esta comparación que establece el mercado mundial- no es posible, pues, encontrar una explicación para las sensacionales tasas de crecimiento de Brasil. Aun cuando en la lista de estas empresas de Brasil se halle alguna que otra joya, tal como la Companhia Vale do Rio Doce, que todavía es patrimonio del Estado y que juega un papel dominante en los mercados internacionales de mineral de hierro, este envidiable crecimiento económico es, por el contrario, resultado de la inversión productiva de capital extranjero.

Después de que al principio había salido de sus empresas vendiéndoselas preferentemente, a precio ruinoso, a sus bancos, el Estado brasileño le fue apostando cada vez más, debido a su dependencia de los flujos de dólares, a la venta de las empresas estatales -y éstas vienen a ser, en primer lugar, casi todas las grandes empresas del país- a posibles compradores extranjeros, con el fin de atraer así al país capitales que ya hubieran demostrado su éxito a una escala mundial. Por medio de regalos fiscales, de medidas favorables a las importaciones y de protección arancelaria especial, se pretende seducir al capital extranjero para que realice inversiones directas que no valgan únicamente como un aporte a las reservas de divisas, sino como un paso decisivo hacia el establecimiento de una economía verdaderamente próspera. Aun cuando algunos de estos proyectos de privatización hayan sido congelados porque no se encuentran inversores interesados en ellos y el volumen de inversiones directas va siempre a la zaga de las expectativas, los capitales extranjeros sí han sabido aprovechar las ofertas de Brasil. Aproximadamente una tercera parte de la producción industrial de Brasil la llevan a cabo empresas extranjeras; entre ellas, un buen número de consorcios alemanes que se han llevado también con ellos a sus proveedores para aprovechar los bajos costes de producción y/o para irse armando con miras a la conquista de nuevas cuotas de mercado en Sudamérica, en Norteamérica o, directamente, en el mercado internacional.

El que estos capitales extranjeros obtengan ganancias y registren saldos positivos en los sectores en que las empresas estatales sólo han ido acumulando pérdidas sobre pérdidas, se debe al hecho de que en el caso de estas inversiones se trata de capital que ha sido acumulado con éxito. Estas inversiones tienen crédito[Nota 18] y no se encuentran luchando contra una competencia ya establecida en el mercado mundial, sino que son sujetos que han tenido éxito en esa esfera, que emprenden sus operaciones disponiendo de auténtico dinero (dinero mundialmente utilizable, como el dólar, el yen y el marco alemán) y de la correspondiente magnitud de capital y que, cuando consideran que ello vale la pena, incluyen nuevos emplazamientos en sus cálculos de proyección mundial. La compra barata de empresas que antes pertenecían al Estado, es decir la desvaloración de las mismas, representa para ellos, pues, un medio para la realización de tasas de ganancia extraordinarias, puesto que los beneficios que obtienen de tales operaciones los miden en relación a un adelanto bajo. A diferencia de sus antecesores estatales, los inversionistas extranjeros se encuentran en condiciones de poder recurrir, en cada una de las fases de la circulación del capital, a los resultados de una acumulación exitosa. Poseen capital para invertir en tecnologías de explotación de materias primas, o bien en tecnologías de producción más eficientes; cosa que los anteriores operadores estatales ya no podían darse más el lujo de hacer debido a sus apuros con el endeudamiento. Las consideraciones nacionalistas que, conforme al cometido nacional de desarrollo, solían tener las empresas brasileñas, ellos las han reorientado y producen solamente aquello que encaje dentro de sus cálculos respecto al mercado mundial y de la manera que se ajuste a dichos cálculos. Poseen -así se lo llama a eso hoy en día- know-how y cualidad gerencial: productos en los que ya están pagados los costes necesarios para el desarrollo de una producción rentable; canales de distribución en todo el mundo, vale decir, exitosas inversiones en el aceleramiento de la circulación de estos productos; métodos de probada eficacia para economizar gastos necesarios de supervisión y administración; etc.[Nota 19]

Si bien este crecimiento da alas a los cotizaciones de las bolsas, no alcanza ni con mucho para liberar al Estado de su dependencia de los flujos de capitales especulativos. No solamente porque éste se ve obligado a restringir drásticamente su participación en esos éxitos privados a fin de atraer capital al país, sino además porque, en primer lugar, de la inversión de capital en determinadas esferas (automóviles y proveedores, minería, electrónica) no resulta ninguna acumulación universal que logre tener éxito en los mercados internacionales: es cierto que alrededor de estos emplazamientos de producción, distribuidos de forma aislada por el país, se origina solvencia y se crean comercios adicionales que la aprovechan, pero otras regiones quedan arruinadas para siempre. En segundo lugar, esta animosa actividad productiva acarrea de inmediato mayores importaciones (equipos, productos semielaborados, etc.), las cuales, entre otros factores, han contribuido a transformar el tradicional superávit de la balanza comercial en un déficit. En tercer lugar, los dólares obtenidos en las operaciones de exportación -una demanda de real no llega a surgir, de todas formas, en estas operaciones- son incluidos, es cierto, en las cifras de la balanza de comercio exterior de Brasil, pero van a parar más bien a la caja de los consorcios internacionales que a las reservas de divisas del Estado; al fin y al cabo, la libre transferencia de beneficios está expresamente garantizada. En cuarto lugar, las cifras de crecimiento han ido cediendo entretanto, debido a que también para el capital extranjero invertido en la producción del país se están aboliendo las vallas proteccionistas del Estado, y porque también en los mercados de futuro llega a quedar invertido en algún momento suficiente capital, el cual, en su lucha competitiva por la solvencia -que se ha visto contraída adicionalmente por la política de consolidación del Gobierno- acaba echándose a sí mismo encima el problema de la caída de la tasa de ganancias.[Nota 20]

Estas inversiones directas valen la pena para los capitalistas extranjeros que tienen en cuenta a Brasil, como emplazamiento financiero, en las decisiones que toman respecto a las inversiones que llevan a cabo en todo el mundo. A pesar de todas las restricciones, estas inversiones le irán a traer también al Estado brasileño una buena cantidad de ingresos en forma de impuestos y de dólares, y están consideradas entre los especuladores como prueba de la nueva confianza que se le brinda a Brasil.[Nota 21] Con la construcción de una próspera economía nacional capitalista que logre imponerse, en un amplio margen, a la competencia ya establecida en el mercado mundial, que reporte más dólares de los que ya de entrada están embargados para el pago de intereses a los inversionistas de dinero, y que, de esta manera, llegue incluso a hacer del real brasileño una moneda comercialmente utilizada y solicitada que le ofrezca al Estado nuevas libertades de endeudamiento, con tales objetivos no tiene nada que ver la apertura del país y la subordinación del mismo a las necesidades del capital productivo o capital ficticio invertido en dólares o marcos alemanes. Aún más: los resultados de una política de consolidación trienal (la vertiginosa rapidez con que va aumentando nuevamente el endeudamiento público, la crisis bancaria, el estado de las reservas de divisas, etc.) demuestran que el provecho del capital financiero se halla en contradicción con los cálculos de una nación cuando ésta no alberga en su territorio ningún capital propio que haya tenido éxito a nivel internacional. Por eso, los esfuerzos a través de los cuales Brasil pretende llegar a convertirse en una esfera de inversiones segura, no alteran en nada su dependencia del capital extranjero, y por ello no amplían la solvencia de la nación, sino que la fuerzan a ir reduciendo cada vez más su soberanía a los medios que el capital financiero -conforme a sus puntos de vista- considera que son lucrativos. Y ni siquiera eso, llegar a ganarse la eterna confianza de los especuladores, es algo que emerging markets tales como Brasil tengan en sus propias manos; ni aun cuando subordinan su territorio y su gente al provecho de los inversionistas. Después de todo, el interés de los capitalistas financieros en un país como Brasil depende de la comparación de las esferas de inversión y de la solidez de las garantías crediticias que la política concede a los Estados emergentes.[Nota 22]

Si bien los esfuerzos de Brasil por consolidar sus presupuestos, disminuir la deuda pública, limitar la inflación y mantener estable el tipo de cambio, han acarreado entretanto buenos resultados -los cuales no necesariamente tienen por qué temer una comparación con los resultados de esfuerzos similares que vienen emprendiendo los políticos alemanes-, en opinión de los especuladores, ello no basta para liberar a las inversiones hechas en Brasil del riesgo especialmente grande al que se ven expuestas. Los especuladores acogen con satisfacción la política neoliberal, ya que sirve a sus intereses; no obstante, consideran que la política de presupuestos sigue siendo todavía demasiado desganada y que la apertura todavía no es lo suficientemente consecuente. Según ellos, Brasil, en su propio interés, tiene que acabar de acercar el endeudamiento público a cero y de eliminar definitivamente de su política todo lo que de alguna manera suene a preocupación por el bienestar de la población, abrir aún más el país, privatizar las últimas empresas que están en manos del Estado, etc. Aunque sus propios reparos hacen sospechar que, para cumplir con el criterio de ser una esfera de inversiones segura, al país le hace falta algo muy diferente a una política que tan sólo tiene que ser llevada adelante de forma cada vez más consecuente, los especuladores infieren, en razón inversa, de sus a preocupaciones de vuelta a la política y animan a los brasileños a emprender nuevas acciones. Insisten, pues, en la validez incondicional de sus intereses y exigen de Brasil que sea, incondicionalmente, eso que de hecho es: esfera de inversiones para capitales financieros excedentarios, y que lo sea de manera más consecuente aún. No en balde los invade la duda de si Brasil querrá ser eso o no. Ellos ven la nación misma como el mayor peligro para sus inversiones, y, cada vez que hay un cambio de ministros, o bien cada vez que se celebran elecciones, se preguntan, intranquilos, cuán firmes serán en realidad todavía la voluntad política de reforma y la disposición de la política brasileña a continuar abriendo el país a la economía de mercado libre, o si acaso no existe la amenaza de un cambio de rumbo. Parten, pues, de que Brasil soportará cada vez menos su sometimiento a los intereses de una masa monetaria que anda vagando por el mundo. Por eso advierten, preocupados, que justo este sometimiento no es algo que resulte de la razón inherente a la economía de mercado libre, y menos aún a presiones que ejercen las circunstancias objetivas, sino que se trata de una decisión política que, en principio, un Estado también puede llegar a tomar alguna vez en sentido contrario y que, en el caso de Brasil durante la época del proteccionismo, éste ya una vez la tomó en el sentido contrario. Pero de todos modos, el Gobierno brasileño ha ido acompañando sus declaraciones de fe en la política neoliberal de bastantes acciones que tienen la virtud de hacer extremadamente costoso cualquier retorno a los viejos ideales desarrollistas de la nación: el crédito del que actualmente goza lo perdería de la noche a la mañana. Y, a saber, también el crédito político que las potencias preponderantes del mundo capitalista le conceden a su socio comercial en vista de la disposición de éste a adaptarse a las circunstancias.

Eso es, pues, el milagro brasileño: a un país se le permite la especulación y se lo somete, para bien o para mal, a una dependencia de la misma. Todo capitalista que disponga de dinero en moneda fuerte queda cordialmente invitado a invertir y a ganar dinero. La nueva miseria de Latinoamérica puede entonces ser comentada y analizada en artículos de fondo de matiz social. Pero también esto forma parte del cinismo absolutamente normal del dinero...

Notas

1. Cf. Brasil en: El Imperialismo, Karl Held y Emilio Muñoz (Editorial MHB, Múnich, 1981).

2. ... los acuerdos sobre la reconversión de la deuda dan a los bancos acreedores la posibilidad de elegir entre seis nuevos empréstitos y obligaciones del Estado brasileño que son totalmente diferentes en punto a calidad, rédito y vencimiento. Todos los créditos bancarios concedidos hasta la fecha, que se elevan a un total de 44 mil millones de dólares, serán sustituidos por los nuevos papeles (los Brady-Bonds). Al efecto, los institutos acreedores podrán conformarse, por ejemplo, con un 65% de sus créditos, recibiendo a cambio empréstitos brasileños a treinta años de vencimiento asegurados a través de empréstitos del Gobierno de EE UU, que pagarán los tipos de interés del mercado. En total, se espera que se pongan a disposición 3.200 millones de dólares como fondos de garantía para la reconversión; los cuales provienen, mitad y mitad, una parte de Brasil y la otra del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, correspondientemente. El objetivo principal de esta acción consiste en posibilitarle a Brasil la reanudación del pago de los intereses y amortizaciones. Brasil tiene la intención de reanudar los pagos de los intereses para 1991 y 1992 primeramente con un 30 y, más tarde, con un 50% de sus obligaciones financieras, hasta que el 95% de los bancos se hayan declarado en conformidad con los convenios sobre la reconversión de la deuda. (Süddeutsche Zeitung, 11-7- 92)

3. Los acuerdos sobre la deuda les facilitaron a los inversores extranjeros la entrada en los emerging markets latinoamericanos. Las deudas bancarias acumuladas no sólo fueron recortadas, no sólo les fue extendido el plazo de vencimiento, sino que también fueron confirmadas por escrito a través de mejores garantías, de manera que se convirtieron en títulos de renta fija fácilmente negociables. (Handelsblatt, 19-4-94)

4. Los Brady-Bonds constituyen un medio de endeudamiento permanente para muchos otros emerging markets: Es de suponer que la emisión de los llamados Brady-Bonds por parte de los países en vía de desarrollo y de los emerging markets aumente cada vez más en el futuro, a fin de contribuir al desendeudamiento de los respectivos Estados. Sobre todo en Europa Oriental -pronostican los analistas del DG Bank- incrementarán los volúmenes de intercambio en el futuro. (Börsen-Zeitung, 8-1-97)

5. Puede muy bien ser que las inesperadas y hasta sensacionales tasas de crecimiento de Brasil determinen la decisión de invertir en países desarrollados o en emerging markets, o bien en algunos de éstos en particular, pero no llegan a explicar el carácter especial de la especulación en que los inversores tienen puestos sus ojos. En primer lugar, la apreciación de un mercado como emerging market es válida también para países como Turquía y Tailandia, que se ven obligados a soportar considerables problemas económicos y hasta sensibles bajones en su PNB, y a pesar de ello poseen bolsas que viven actualmente un boom económico. Y, en segundo lugar, precisamente los inversores tienen algunas críticas que hacer incluso al crecimiento brasileño: alegan que éste no basta todavía para resolver los problemas del endeudamiento, que no tiene un fundamento sólido, etc. Y sobre todo: que existen riesgos especiales para las inversiones en Brasil, riesgos que tampoco quedan eliminados mediante un crecimiento envidiable.

6. El círculo de objetos negociables en las bolsas brasileñas se ha ampliado: a los Brady-Bonds se han venido a añadir otros empréstitos estatales extendidos en dólar, marco alemán o yen; acciones de empresas del Estado privatizadas; préstamos de empresas brasileñas; opciones, etc.. Informaciones según las cuales se ha ampliado la base de los inversionistas en assets que operan en los emerging markets confirman que el círculo de los participantes en estas bolsas es, al igual que antes, limitado. Hace poco más de dos años que tan sólo unas cuantas de las firmas de inversión mobiliaria más importantes se habían comprometido en el mercado dominante de los bonos Brady. Junto con un pequeño número de grandes sociedades mobiliarias de público y de Fondos Hedge provenientes de EE UU (fondos para operaciones de aseguración del cambio), así como también junto con inversores locales cuya capitalización era floja, constituyó esto una perfecta receta para el desastre que entonces sobrevino (el tequila-shock). (Börsen-Zeitung, 18-12- 96)

7. Otra forma en que transcurre este dulce tormento, la representan las operaciones de derivados. Este fruto de la plétora financiera moderna encuentra su explicación en el número 2-95 de GegenStandpunkt, Revista Política Trimensual, Múnich 1995.

8. El Plan Collor, de la primavera de 1990, preveía, para un período de 18 meses, una congelación prácticamente total de todas las cuentas, privadas y comerciales; una reducción radical del gasto público; una anulación de las subvenciones; una reducción de las tarifas arancelarias y amplias medidas de privatización. Estas medidas tuvieron como resultado, a corto plazo, un considerable bajón en la vida comercial, y fueron revocadas de nuevo con relativa rapidez. La circulación de efectivo ascendió, en término de dos años, en un 50.000% y los empréstitos bancarios al Gobierno, en un 75.000%; la tasa de inflación volvió a situarse, poco tiempo después, en torno al 5.000%; los proyectos de privatización quedaron, en lo esencial, anulados; sobre todo porque todas las reformas constitucionales necesarias para su realización fracasaron sin excepción en el Parlamento.

9. El cambio del real en dólar quedó fijado en proporción de 1:1, pero de manera muy restringida. Esta transacción fue permitida sin ningún tipo de restricciones únicamente para las transferencias de los beneficios de las filiales brasileñas a sus centrales en el extranjero. En este caso, sí estaba garantizada la paridad entre el real y el dólar; es decir, quedaba excluida la posibilidad de una pérdida en el cambio. Para el caso contrario, el de transacciones autorizadas (el cambio en real de los dólares que entraban en el país en forma de flujos especulativos, de ingresos derivados de las exportaciones y de utilización de créditos por parte de las empresas)el Gobierno fijó un margen que fluctuaba entre 0,82 y 0,86 de real por dólar. Es decir, partió de que les presentaba a los inversores internacionales ofertas atractivas (títulos garantizados, intereses altos, etc.), y decidió sacar provecho de los flujos de capital que esperaba afluyeran al país vendiendo los títulos brasileños extendidos en real a un precio relativamente alto.

10. Para los inversionistas extranjeros, el tipo de cambio del real es decisivo no solamente para el valor en dólares de sus operaciones en Brasil: es también un indicio importante de la habilidad y la constancia con que el Gobierno persigue su política de reformas. (Börsen-Zeitung, 9-2-96)

11. La reserva de divisas está compuesta solamente en apenas una cuarta parte de oro y dólares. El resto lo constituyen las llamadas inversiones de cartera; en particular, empréstitos del Estado brasileño en moneda extranjera que son mantenidos por extranjeros por razones especulativas.

12. En el mercado de divisas surgió la impresión de que -según se dijo- la nueva devaluación ( entre 0,97 y 1,06 por dólar) había sido muy flaca. ...Por medio de intervenciones masivas, el Banco Central dio a conocer claramente que no iba a permitir que el mercado le dictara el ritmo de la línea de ajustes cautelosos de los tipos de cambio, que desde marzo de 1995 venía siguiendo. No habrá -según se asegura- devaluaciones repentinas, y los observadores internacionales tampoco esperan que las haya. Como las intervenciones han tenido el efecto deseado, se cuenta con que la actual relación se mantenga durante algunos meses. (Börsen- Zeitung, 9-2-96)

13. Severas medidas de ajuste en Brasil. Entre las medidas figuran: el despido inmediato die 55.000 empleados públicos de muchos años de servicio; la eliminación paulatina de más de 100.000 puestos de trabajo adicionales en la administración central por medio de jubilaciones y de renuncias voluntarias, y la cancelación de 94.000 plazas que se hallan vacantes en este momento. Aparte de esto, quedarán suprimidos los llamados premios por presencia, las retribuciones de horas extraordinarias y otras prestaciones del patrono, ...ahorro total: 6.500 millones de dólares... (Neue Zürcher Zeitung, 15-10- 96)

14. De este modo las bolsas brasileñas obtuvieron su segundo y más importante objeto de transacciones comerciales: las acciones de las grandes empresas brasileñas.

15. Se dice que, de los 250 bancos que hay en Brasil, alrededor de 150 tienen considerables problemas de liquidez.

16. Lo decisivo es que los Gobiernos regionales se han servido de los bancos estatales con el objetivo de financiar sus políticas económicas; por ejemplo, para tomar préstamos en el extranjero a favor de empresas estatales o para subvencionar el sector agrario. (Handelsblatt, 26-3-96) El Gobierno del Estado federado de Sao Paulo había suspendido los pagos de intereses y amortizaciones. Por esa razón, Banespa, el banco central regional, no pudo colocar en el mercado títulos de deuda del Estado federado por más de 5 mil millones de dólares que le había comprado al Gobierno de Sao Paulo, cayendo él mismo a dificultades de liquidez. (Handelsblatt, 7/8-1-95)

17. De una parte, muchos bancos aún no se han acostumbrado a realizar un negocio bancario normal sobre la base de tasas de inflación bajas. En 1994, cuando todavía la tasa de inflación era oficialmente del 1.000 por ciento, los bancos se ganaban su dinero sobre todo gracias a las ganancias derivadas de la inflación: los bancos colocaban a corto plazo fondos no invertidos (transferencias, cuentas corrientes, etc.), obteniendo, en los períodos punta, intereses del 1,5 % al día. ...Además (!), la calidad de los créditos es baja. De acuerdo con un estudio sobre los 56 bancos privados más grandes de Brasil, el porcentaje de créditos de cobro dudoso en relación con el capital propio ha aumentado en más del doble, elevándose del 8% (1994) al 18% (1995). (Handelsblatt, 26-3-96)

Los bancos utilizaron el boom coyuntural surgido tras la puesta en vigor del Plano Real (¡el cual tuvo lugar como consecuencia de la expansión de dichos créditos! ) para ampliar sus flujos crediticios hasta el límite máximo. El crecimiento ralentizado desde principios del año 1995 y la política de intereses altos del Gobierno, así como la tasa históricamente alta de incumplimiento de pagos entre los brasileños, que ya están acostumbrados a la inflación, han empeorado extraordinariamente las clasificaciones crediticias del Banco Nacional y de los otros bancos. (Handelsblatt, 21-11-95)

18. La confianza de los inversionistas se halla todavía quebrantada. No obstante, las empresas latinoamericanas han comenzado de nuevo a lanzar intensivamente sus acciones en las bolsas norteamericanas en forma de ADR (American Depositary Receipt: en la primera etapa, se trata de una mera cotización oficial en bolsa; en una segunda etapa, del derecho a la nueva emisión de acciones). Las razones para ello ... son múltiples: así, por ejemplo, las bolsas de la región se hallan todavía infracapitalizadas, a pesar de la estabilización y de las privatizaciones que han tenido lugar. Incluso para empresas medianas prósperas, existe poca liquidez en las bolsas de esas plazas. (Handelsblatt, 14-8-96)

19. A este interés de sus capitalistas en aprovechar las posibilidades de comercialización y de producción que ofrece América Latina, las naciones que comandan esta riqueza que proyecta sus cálculos a nivel mundial reaccionan de manera positiva... y con insatisfacción. Celebran las inversiones directas de sus grandes y medianas empresas en Latinoamérica en tanto que constituyen la ampliación de un negocio que resulta beneficioso para la multiplicación del dólar, el marco alemán o el yen, e instan a sus activistas a aumentar sus esfuerzos, con cuya amplitud ellos no están satisfechos a causa de la competencia. Se comprometen, al más alto nivel, en pro de la lucha política por el aprovechamiento económico exclusivo de las ofertas de explotación provenientes de Sudamérica; remiten al volumen de intercambio comercial recíproco y de las inversiones de capital ya efectuadas con el fin de estimular a los Estados socios para que se interesen en hacer más concesiones; exigen la concertación de acuerdos sobre la protección de inversiones directas, acuerdos sobre la garantía de la libre transferencia de beneficios, la concesión de todo otro tipo de facilidades para la inversión que sirvan para ahorrar costes y la supresión de las barreras arancelarias y comerciales, y al exigir todo esto piensan al mismo tiempo en términos geopolíticos. Los japoneses tratan de enganchar a los Estados ribereños del Pacífico para que formen parte de una alianza económica junto con la APEC y con los países de la ASEAN; los europeos concluyen tratados de cooperación con los Estados de Mercosur, y al hacerlo lo interpretan al punto como un airoso ataque contra los mismos esfuerzos emprendidos por el TLC en este sentido.

20. Con un resultado total de 1.500 millones de dólares, los beneficios de las 50 sociedades internacionales más importantes se redujeron, en comparación con el ejercicio anterior, en un 60%. Las razones de esto son diversas: los productos de importación que, gracias a la fuerza del real, han estado entrando en el país, han contribuido a aumentar adicionalmente la presión competitiva en Brasil, cuyo mercado interno estuvo protegido durante decenios. [...] También la política de tasas de interés elevadas les está dando mucha guerra a los empresarios. [...] En gran parte, es la industria la que lleva la carga de la politica de estabilización sostenida monetariamente. (Handelsblatt, 30-10-96)

21. Entretanto, se le permite a Brasil acudir por su propia cuenta a los mercados de capitales y contraer deudas en ellos; en moneda extranjera, naturalmente: Brasil ha hecho su aparición esta semana en el mercado lanzando un empréstito en marcos alemanes con un plazo de diez años, el cual acusó un incremento de nada más que un 2,3% en comparación con los empréstitos de la Federación. (Neue Zürcher Zeitung, 10-2-97)

22. Las preocupaciones del capital financiero por la validez de sus propios cálculos referentes a Brasil, seguro no quedan disipadas a través de las nuevas dudas que se han levantado acerca de la unidad de criterios de los garantes políticos. En los círculos financieros internacionales parece que existe un acuerdo respecto a que las ayudas del FMI y de otros organismos internacionales no se han de otorgar más de manera general y automática, sino tan sólo de caso en caso, es decir, que han de ser consideradas desde el punto de vista de la competitividad. En lo relativo a esta cuestión, los europeos ya han anunciado una vez -por precaución- que, de llegar a ocurrir de nuevo un caso de insolvencia, ellos no volverán a dejarse instrumentalizar para salvar los créditos contraídos en dólares, como sucedió durante la crisis de México. Y, visto en su conjunto, en las reuniones del Banco Mundial y en los grupos de trabajo del G 7 impera el tenor de que el próximo caso de insolvencia nacional -con el que todos cuentan- no deberá ser arreglado más que por los mercados: ya que los especuladores están haciendo su agosto con estos emerging markets, entonces que respondan ellos mismos de los riesgos sin ayuda política. Que el interés de ahorrarse créditos políticos a países emergentes logre mantener la rídicula división que se ha establecido entre la especulación y el correspondiente crédito nacional, parece ser improbable. Que el balance se hará a nivel nacional, está anunciado. Ello no hace de la actividad especulativa, tampoco en el caso de Brasil, algo más firme.