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Madrid, 11 de Marzo, 7h30. En la hora punta de la mañana explotan en una breve secuencia 10 bombas en trenes de cercanías llenos de gente.
José María Aznar –en aquel momento aún presidente del gobierno español– declara en un discurso a la nación que siente "como propia la terrible angustia” de los familiares, ya que los terroristas "han matado a muchas personas por el mero hecho de ser españoles.” (13-03-04). Como "expresión pública del dolor que hoy compartimos todos los españoles de bien” se decretan tres días de luto oficial. A todos los supervivientes del atentado que llegaron a España de forma ilegal, se les concede,"por solidaridad”, inmediatamente la nacionalidad española para "quitarles el miedo de ser atendidos en los hospitales o de una declaración ante la policía”. Tanto sentimiento humano por parte de lo más alto no siempre se concede a las víctimas de actos violentos, ni mucho menos a los "ilegales” de España. En esa hora dolorosa, sin embargo, el Estado español considera a todas las víctimas de los atentados, sin excepción alguna, como representantes de la nación española. Eso convierte incluso al inmigrante sin derechos en objeto adecuado de la solidaridad estatal.
Donde la población no siente ya de por sí horror y conmoción como españoles, ese tipo de sentimiento entonces se organiza. En la televisión pueden verse a todas horas grabaciones detalladas mostrando cuerpos destrozados por todos lados y familiares desesperados. De hecho la población, al igual que su jefe de gobierno, ni puede ni quiere diferenciar entre las cosas más elementales: El horror que sacude a los familiares y el involucro de los órganos de seguridad estatal, la cooperación espontánea de las personas que estuvieron en el lugar de los hechos y lo que se produce como acto de solidaridad ciudadana ajena y anónima. Todo esto se confunde a diestro y siniestro: En realidad es el conjunto coactivo del Estado lo que hace de ese sentimiento de shock tan humano y honesto un acontecimiento de significado y envergadura nacional. Y es a su vez el luto de los familiares lo que dota de un rostro humano al conjunto de la nación a la que, sometidos por el poder del Estado, todos pertenecen.
Para esa confusión ciudadana ni siquiera hacen falta palabras elocuentes. Basta con ponerla en escena mediante un espectáculo de velas en la estación de Atocha. Como si fuese la reacción humana más natural, los ciudadanos españoles son instruidos a sentir personal e individualmente una identidad sumamente abstracta e impersonal –el ser miembros del conjunto coactivo que supone la nación, sentirse completamente españoles. Se dejan arrastrar por esa sensación y en una erupción colectiva de sentimientos le dan a esa locura realidad.
El gobierno español –que normalmente se dirige a su población en otro tono– "pide a los españoles que se manifiesten (al día siguiente) en las calles de toda España”, y desea "manifestaciones que sean tan abrumadoras como el dolor que sentimos hoy, tan cívicas como el patriotismo que nos hace sentirnos solidarios con todos aquellos que sufren las consecuencias de la acción del terrorismo.” (Declaración del Presidente). Y el pueblo no tarda en responder a su petición: "España se echa a la calle” (El País, 13-03-2004). Tan sólo en Madrid se manifiestan más de 2 millones; se dice que en toda España salió casi una cuarta parte de la población a la calle. La vida pública cesa de funcionar, tal como lo ha pedido el gobierno. Cuando "la conmoción y el luto” se convierten en "rabia e ira” y el pueblo exige de su gobierno una "lucha sin compromisos” contra la "banda cobarde de terroristas asesinos”, el "día más negro de la historia actual de España” termina por convertirse en un momento estelar del nacionalismo: La población española se comporta precisamente como si de verdad no fuese más que la aglomeración de banderas nacionales españolas de la que los terroristas en su locura sangrienta se quisieron vengar. La comunidad nacional se encuentra tan estrechamente ligada sólo en tiempos de guerra verdadera.
Hasta las elecciones generales del domingo sólo quedan 48 horas.
Justo después de los atentados se suspenden todos los mítines previstos y toda la campaña electoral se declara por terminada. Esa suspensión les resulta particularmente fácil al Partido Popular y al presidente de gobierno porque la aflicción nacional es de por sí la mejor campaña electoral: No hay nada que funda mejor al pueblo con sus líderes que un ataque desde el extranjero o un atentado sufrido en común. En ese momento de máxima emergencia el Estado debe intervenir sin miramientos y el pueblo debe librarse de críticas y reparos capaces de desunir la nación. Esto siempre es un argumento a favor del líder actual y en contra de la oposición. Sin embargo, el presidente del gobierno Aznar no se encontraba del todo a gusto en ese idilio democrático. Al fin y al cabo la lucha contra el terrorismo ha tenido un papel importante en su campaña electoral: Aznar se perfilaba como el combatiente más acérrimo del nacionalismo vasco y culpaba a los socialistas de la oposición de negociar con esos enemigos de la patria. El candidato socialista, Rodríguez Zapatero, por su parte, le acusaba de "traer el terrorismo al país” al haber participado en la guerra estadounidense en Irak mediante el envío de tropas españolas.
Así que la conmoción nacional se centra muy rápidamente alrededor de la cuestión si los atentados fueron cometidos por ETA o por Al Qaeda: Aznar conoce perfectamente a los electores democráticos y está seguro de que esta misma población, todavía desconcertada, deplorando las víctimas de los atentados, recuperará de aquí al día de las elecciones su capacidad de diferenciar según el único criterio que debe conocer un buen ciudadano: Si lo acontecido es más bien un argumento a favor del gobierno o uno a favor de la oposición. Se vislumbran entonces dos posibles escenarios:
- En el caso de que resulte que los atentados fueron cometidos por ETA, las víctimas afirmarán claramente la política interior de Aznar. En este caso no cabrá duda alguna sobre el empleo de la fuerza estatal. Las víctimas que causa ese empleo de la fuerza estatal son el mejor argumento para seguir esa lucha con aún más firmeza.
- Justo lo contrario será la valoración del atentado en el caso de que quede demostrado que los atentados tienen algo que ver con la participación española en la guerra de Irak. Para España el beneficio nacional de esa guerra es ya más que dudoso y las víctimas que causa ponen aún más en duda el balance positivo de esa guerra. En ese caso las víctimas serán un argumento en contra del presidente que llevó la nación a esa guerra, y la conmoción nacional sobre los atentados que agita el país tres días antes de las elecciones dañará muy probablemente la victoria que hasta ahora se daba por segura.
Todo esto le pasa a Aznar por la cabeza –con todo el luto que siente "personalmente”– cuando le informan del atentado. Y en el momento en que al elector todavía lo están entreteniendo con esas imágenes del "horror desconcertante” está claro para él cual ha de ser la estrategia en los días siguientes: Aprovechará todo el poder a su alcance para hacer aparecer a ETA como culpable del atentado y para crear una idea de la situación nacional que de acuerdo a los criterios político-morales de la opinión pública dará razón a la línea política que él defiende. Aquel mismo día entonces redacta un llamamiento a la manifestación contra los "atentados terroristas de ETA en Madrid”; llama varias veces a los directores de El País y El Periódico culpando a ETA de los atentados, da instrucciones a los corresponsales en el extranjero y al cuerpo diplomático de insistir en el extranjero con esa versión de los acontecimientos; y finalmente logra que se declare una resolución en la ONU donde se nombra explícitamente a ETA como responsable de los atentados.
Muy pronto se demuestra que Aznar no se equivocaba sobre los votantes españoles: Las interpretaciones nacionales de los hechos son tan obvias al votante que sin ningún momento de duda identifica la pregunta sobre la autoría de los atentados - ETA o Al Qaeda–con la cuestión si deberá ser el gobierno o la oposición a la que él autorize el día de las elecciones a ejercer el poder sobre él. Así el votante se hace a sí mismo objeto ideal de la manipulación facilitando la tarea a los estrategas de las campañas electorales a los que sólo les hace falta presentar o fingir los hechos "correspondientes” para que la interpretación nacional deseada emane automáticamente del votante. Los estrategas de la campaña electoral pueden entonces ahorrarse el trabajo de bregar por la interpretación adecuada de la situación; en vez de ello se esfuerzan por influir en los servicios secretos para que redacten un informe adecuado y, sobre todo, luchan por la interpretación y publicación de los resultados de las investigaciones policiales.
Pero primero la simpatía del votante vacila a medida que los resultados de las investigaciones se publican. Luego, cuando a pesar de los esfuerzos del gobierno cobra fuerza la hipótesis de Al Qaeda –el día antes de las elecciones la pista árabe es demasiado obvia como para poder ser ocultada por parte de las autoridades, y a su vez la oposición también tiene acceso a algunas emisoras de radio– la atmósfera cae en el otro extremo: "Vuestra guerra, nuestros muertos” gritan los manifestantes y vuelcan el gran 'nosotros' nacional de la conmoción contra el gobierno que con tanto éxito la había organizado y agitado creando así bajo su liderazgo la unidad perfecta entre pueblo y gobierno. Ahora no sólo la combinación de consternación sobre el atentado y dudas sobre la participación en la guerra de Irak, que el gobierno había evitado a toda costa, se plantea abiertamente. También se revela que el gobierno ha querido engañar a la opinión pública sobre el estado verdadero de las investigaciones. Así el gobierno no solamente se convierte en el testigo principal de la interpretación de los atentados por la oposición que considera la autoría de Al Qaeda como un argumento contundente para su concepto nacional alternativo, sino que además se hace sospechoso de querer seguir manteniendo la mentira sobre el beneficio nacional de la participación española en la guerra mediante una nueva mentira que oscurezca la identidad verdadera de los autores del atentado. La duda inicial sobre el provecho nacional de la guerra es sustituida por la certeza de que a los autores de la guerra les falta la autoridad moral: Mienten al pueblo, que quiere confiar en sus líderes, y deshonran la memoria de los muertos de Madrid en cuyo nombre se habían unido tan fraternalmente gobernados y gobernantes. El sentimiento popular está por estallar: A pesar de estar prohibido manifestarse antes de jornadas electorales hay manifestantes que se reúnen el sábado, el día antes de las elecciones, ante la sede central del PP y la asedian gritando lemas como "Vosotros fascistas sois los terroristas”, "Asesinos, asesinos”, "El PP debería estar prohibido” hasta la mañana del día siguiente. La televisión española documenta que políticos del gobierno "esperaban el fin del cerco como si se encontraran en un búnker”. En la emisora de radio Cadena Ser hay especulaciones sobre si se declara el estado de excepción; en el país hay rumores de que el gobierno quiere postergar las elecciones y está, por lo tanto, haciendo planes sobre un golpe de estado. En una palabra: Todo el mundo está ahora dispuesto a creer capaces de cualquier infamia a los líderes con quienes no hace tanto había deplorado los muertos de Madrid. En pocas horas Aznar pierde el favor de los votantes que creía asegurado, y al día siguiente la ira del pueblo se descarga tal como está previsto en una democracia: El pueblo autoriza a la oposición a tomar las riendas del Gobierno.
En España los atentados unieron las masas: Ya que los terroristas les atacaron como españoles se solidarizaron entonces como españoles. Los políticos europeos no quieren quedarse atrás y en pos de la causa europea se esfuerzan en aprovechar los efectos positivos del terror que están acentuando el sentido de comunidad y solidaridad. El presidente de la Comisión Europea Prodi ordena que se ponga la bandera europea a media asta y da a entender con ello que los que iban cada día en trenes de cercanías a su trabajo fueron también atacados por ser europeos. Su colega, el presidente del Consejo Europeo, Bertie Ahern, llama a la población de toda Europa a guardar "minutos de silencio” y quiere así "sentar un precedente de que los Estados miembros de la Unión Europea se unen al luto oficial de España” (Frankfurter Allgemeine Zeitung, 15-03-2004), y con un poco de buena voluntad la prensa se siente llamada a recordar aquel espíritu formidable de comunidad que reinaba en las calles de España: "Toda Europa recuerda en minutos de silencio a las víctimas de los atentados terroristas de Madrid. Se interrumpen programas de radio y televisión, en muchos lugares está suspendido el trabajo.” (Süddeutsche Zeitung, 16-03-2004)
Así los funcionarios europeos se aprovechan del hecho de que, ahora que "el terrorismo ha alcanzado Europa”, los ciudadanos, más allá de todas las fronteras, están verdaderamente afectados, y se fían de que la población, que quieren que se solidarice bajo su tutela, no piense ni por un instante a qué tipo de política se debe que ahora sean afectados por los enfrentamientos violentos de la política mundial: No se debe a Al Qaeda que la población europea actualmente se vea "inmiscuida” en los conflictos del Oriente Próximo. Se debe eso sí a los amplios intereses de sus naciónes que desde hace décadas existen. Y sus propios gobiernos decidieron considerar el atentado por "terroristas islamistas” contra las Torres Gemelas de Nueva York como el inicio de un frente de una guerra mundial en cuyo transcurso las Fuerzas Armadas alemanas, por ejemplo, han entrado ya en acción–de Somalia a Afganistán.
Con esa política exterior los Estados europeos no solamente ponen en la línea de fuego de su guerra antiterrorista a las poblaciones de naciones ajenas. Sino que le conceden también a sus propias gentes el papel de frente patriótico antiterrorista y proclaman un alto nivel de amenaza para la vida cotidiana. Es que"todas las democracias están en peligro” (Süddeutsche Zeitung, 17-03-2004) aseguran el canciller alemán Schroeder y el primer ministro francés Chirac – como si un continente pacifista se viese sitiado por la violencia terrorista por el mero hecho de que una oscura asociación secreta se siente molestada por los valores éticos de Europa y su modo tolerante de vida. De ahí que se tiene que evitar todo lo que pueda evocar la más mínima impresión de indulgencia estatal: A raíz de la sospecha omnipresente de terrorismo la respuesta es militancia.
Los poderes líderes europeos recurren a la consternación ciudadana que ellos mismos vienen alimentando y advierten en los atentados de Madrid un acontecimiento histórico que exhorta tanto a poblaciones como a Estados a tener más sentimiento de comunidad europeo:
"Cuando se comprobó que los atentados de Madrid fueron causados por Al Qaeda supimos todos automáticamente –todos nosotros, no solamente los políticos, sino también los pueblos europeos desde Portugal hasta Estonia– que a eso, a nivel de política de seguridad, sólo puede haber una respuesta unitaria europea.” (Fischer, ministro alemán de exteriores, en el discurso de la asamblea de su partido, 8-05-2004)
No hay nada mejor que ayude a que nazca una Europa unida que la conmoción común producida por el terrorismo. Y no solamente en lo que concierne al sentimiento del 'nosotros' por parte de la población europea, sino también en cuanto a la voluntad de unificación de los Estados europeos. Éstos deducen de "la nueva dimensión del terror” la misión de apretar las tuercas en su política de seguridad.
Los ministros del interior europeos quieren combatir "la Internacional de los terroristas” con "la Internacional de los demócratas”. Exigen informaciones sobre datos en manos de servicios secretos aliados y el derecho a intervenir en las medidas de seguridad que tomen organismos extranjeros y, porque no les queda más remedio, están a su vez dispuestos a conceder lo mismo a sus vecinos europeos.
La consecuencia son nuevos derechos y obligaciones. El ministro alemán del interior Schily reprende a Aznar por su política de información y en cambio se muestra afectado por la sospecha de que Alemania haya servido a los terroristas como "zona de refugio y de descanso” para preparar los atentados.
Por eso en la siguiente cumbre –que celebran en Madrid– las naciones de la UE fijan los pasos siguientes para coordinar sus servicios secretos: Se ponen de acuerdo sobre un ”amplio catálogo” de medidas para mejorar la coordinación de sus servicios secretos y se obligan a poner en vigor las leyes nacionales para una serie de resoluciones tomadas en común a nivel europeo a consecuencia de los atentados del 11-S, pero todavía sin haber sido ratificadas a nivel nacional – entre ellas la orden europea de detención a la que Berlusconi se negó fuertemente y durante tanto tiempo.
La construcción de un servicio secreto europeo "según el modelo americano de la CIA” no lo ratifican, pero la correspondiente propuesta de Austria y Bélgica sigue siendo discutida. El argumento alemán contra esta propuesta es que un servicio secreto europeo no funciona sin que exista un gobierno europeo. Esto muestra que aquí se tocan las cuestiones más elementales de soberanía: El manejo libre de los órganos de seguridad afecta el núcleo de la soberanía estatal, y es en el fondo imposible desunir la una de la otra. Sin embargo, los Estados europeos se ponen de acuerdo en que precisamente en un tema "tan delicado” como el de la seguridad estatal hay que saber diferenciar entre la soberanía estatal como tal –que no se debe afectar– y las funciones de soberanía que hay que europeizar. La solución típicamente europea es la de establecer el puesto de un coordinador de seguridad cuyas competencias aún están por definir.
Al mismo tiempo los ministros encargados están convencidos de que de tal forma tampoco se puede conseguir una "seguridad total”. "Al fin y al cabo –anuncia el alemán Schily– es imposible combatir el terrorismo en Europa, hay que combatirlo en los países de su origen.”
Seguridad estatal total es pues indivisible y un programa a nivel mundial.
Ahora los Europeos también tienen su caso de terrorismo. Lo ponen de relieve y le conceden la importancia que merece en la política internacional: "Este es el 11 de septiembre europeo" (The Times, 15.3.) Con este título reclaman para sí la competencia y el derecho de definir ellos mismos dónde reside el terrorismo. Queda claro a qué va dirigido esto: Frente a EEUU se empeñan en tener el derecho a participar en la decisión sobre cómo se ha de combatir el terrorismo y dónde discurre el frente de combate. Sobre el nuevo presidente del gobierno español recae el honorable papel de hacer uso de su indiscutible derecho como afectado directo del atentado terrorista y subrayar mediante su primer acto oficial la posición europea: Retirando sus soldados de Irak Zapatero niega la existencia de una relación entre la lucha antiterrorista –en la cual no quiere dejarse superar por nadie– y la guerra estadounidense en Irak.
Francia y Alemania añaden la típica interpretación europea de cómo debe definirse la lucha contra el terrorismo: "El terrorismo no puede ser combatido meramente con fuerzas militares y policiales. También hay que combatir las raíces del terrorismo. Entre ellas figura el subdesarrollo del tercer mundo."
No hay quien entienda mal ese comentario tonto: No quiere decir que Francia y Alemania proyecten un programa de ayuda al desarrollo, sino que así están expresando: América lo hace todo mal.
Antes que nadie es Washington el que entiende el comentario imbécil.. Contrario a la interpretación europea, allí se considera "el 11 de septiembre europeo" como un argumento contundente para que los imperialistas de segunda fila por fin, y ahora con más razón, se adhieran sin más reservas a la "war on terror” que libra America. Todo lo demás es "appeasement", es decir, cobardía ante el enemigo, del que EEUU tuvo que rescatar ya dos veces a sus flojos aliados durante el siglo pasado. Así que el tema de los atentados de Madrid y su interpretación terminan estando donde en el mundo del imperialismo todos los temas tienen su sitio: en la agenda de la competencia entre la potencia mundial estadounidense y los arribistas europeos en cuanto a quién tendrá el poder de decisión sobre la guerra y la paz en el globo.