Análisis de la edición “GegenStandpunkt” 3-00

El fracaso de las negociaciones en Camp David y el asunto de fondo del "Problema Jerusalén":

Todo el Derecho para Israel – ¿Cuánta Indulgencia para Palestina?

Por qué israelies y palestinos no hacen las paces ? Por qué no están en capacidad de llegar a un acuerdo tras 15 duros días bajo la tutela del presidente norteamericano ? A todo el mundo se le ocurren propuestas bien intencionadas: Desistir, de un lado, un poco de los asentamientos judíos, mostrar, de otro lado, un poco menos de intransigencia con respecto a Jerusalén – así se zanjaría una vez por todas el asunto; inclusive se habla de dinero con el que se contribuiría si se llegara a un acuerdo feliz......

De lo que no hay duda: Las grandes democracias, cuya preocupación responde del Orden adecuado que debe imperar en el mundo entero, no le ven ya función política internacional alguna al interminable conflicto árabe-israelí – al contrario, otros conflictos en la Región o en los alrededores son para ellos de mayor importancia; la disputa que dura ya 50 años sobre los límites del Estado israelí y el estatus de Palestina se ha vuelto un impedimento, tiene más de estorbo que de utilidad – y debe llegar por eso a su fin. De ahí que las irreconciliables posiciones, incluso la de Israel, están perdiendo sus abogados dentro de los comentaristas del acontecer mundial. Esa prensa internacional siempre tan perspicaz aduce, a falta de mejor explicación, que la intransigencia de los dos bandos para evitar a toda costa llegar a un acuerdo se debe a que no quieren o no se atreven – incapaces de dar el salto final.

Al conceder tan buena nota a los actores del conflicto se están pasando por alto los cálculos políticos reales a los que obedecen las dos partes: A estos una vez más no se les brinda ni un átimo de interés – una perspectiva muy de acuerdo a un pensamiento sobre el ordenamiento del mundo cargado de arrogancia imperialista.

El primer ministro israelí Barak

logró una cantidad en las negociaciones de Camp David– si estas se comparan con el ideal del compromiso pacífico y armonioso esperado por el mundo entero-: No retorno a los límites de 1967, en su lugar entrega del 80% al 85% del territorio actualmente ocupado de Cisjordania – sin incluir Jerusalén – a la Autoridad autónoma palestina; compromiso de protección de los asentamientos judíos en las zonas ocupadas, incluso en forma de intercambio de zonas lo que permitiría la incorporación de grandes bloques de asentamientos al territiorio israelí; disponibilidad sobre las fuentes de agua en territorio palestino; amplias limitaciones en cuanto a un posible rearme palestino y a la prohibición de estacionar tropas extranjeras en suelo palestino; el derecho a continuar con las bases militares israelíes en el Valle de Jordán para mantener la vigilancia sobre los vecinos en el este; acabar definitivamente con el problema sobre el que tanto insiste Palestina: los refugiados, aquellos miles de desplazados y sus descendientes, producto de las diversas guerras árabe-israeliés, hacinados en campamentos, que mantienen su exigencia de retornar a su tierra natal, hoy territorio israelí.

Todo lo señalado arriba ya ha sido concedido por los negociadores palestinos A lo que se ha negado la comitiva negociadora de Arafat es a la "propuesta israelí" sobre como arreglar el "problema de Jerusalén": que consistiría en una especie de intercambio de terrenos. Los barrios habitados por palestinos se entregarían a Arafat, a cambio Israel obtendría el cordón de asentamientos judíos. De igual manera se acordaría una división funcional de la soberanía sobre la Ciudad Antigua y el Templo del Monte: Israel respondería de la soberanía y del control de seguridad, la administración civil correpondería a la Autoridad palestina. Incluso esto último ha creado gran disgusto en la oposición israelí, y dentro de ciertos miembros de la coalición existe la convicción de que Barak se ha pasado: Ellos temen el regalo de territorio hondamente judío a un archienemigo incurable. Y en cuanto a la "indivisibilidad eterna" de Jerusalén no aceptan ningún compromiso, aunque se trate de una propuesta tan absurda como la fórmula de soberanía territorial y administración civil. La discusión se plantea de manera incondicional, y es que el asunto es de carácter fundamental: Barak representa el interés israelí de lograr con las concesiones a los palestinos – incluyendo la licencia para un estado autónomo palestino - en primer lugar apartar limpiamente del Estado judío ese cuerpo extraño que es el pueblo palestino con toda su miseria y obstinación. En segundo lugar librarse de ese régimen permanente de ocupación; tercero, lograr el reconocimiento de las posesiones israelíes por parte de los estados vecinos y del mundo árabe lo que estaría acompañado de nuevas perspectivas tanto formales como materiales para el Estado de Israel – incluyendo el cese de todas las demandas basadas en las resoluciones de la ONU contra Israel. Y por último, la recompensa política, económica y con seguridad militar por parte de la potencia del Orden Mundial – EE.UU.- y la UE. Decididamente contraria a esta posición está aquella otra voluntad política para la cual el proceso de "ocupación de tierras" israelí tendría un límite, al mínimo, a las orillas del Jordán, a los palestinos les correspondería un estatus de minoría sin derechos, la soberanía judía sobre todo el territorio debería quedar asegurada.

La dureza del conflicto entre estas dos fracciones, pero sobre todo el partidismo por parte de los bien intencionados intereses foráneos a favor de la línea "moderada" del primer ministro de gobierno encubre lastimosamente aquello en lo que las dos fracciones están indudablemente de acuerdo; y eso no es poco, pues es precisamente la base real de la intransigencia israelí: El Estado de Israel quiere formalmente el reconocimiento incondicional y sin limitaciones de su derecho a territorio, a condiciones de existencia y seguridad nacional de acuerdo a su propia definición, a la que deben someterse todos los demás intereses en conflicto. Valga decir, reconocimiento por parte de las víctimas y afectados políticos de su "ocupación de tierras": palestinos y estados vecinos árabes. Esa demanda incluye que el proceso de fundación del Estado israelí, desde sus comienzos hasta su situación actual, sea visto como justificado, desahuciando pretensiones legales de partidos contrarios, por mucho que se basen en mapas antiguos o en múltiples resoluciones de la ONU. Esa pretensión israelí se impone en la práctica al tratar Israel el establecimiento de una administración autónoma palestina como una concesión - resultante de una decisión basada en el absolutismo de su poder – frente a posiciones legales que la "comunidad internacional" ha otorgado a los palestinos, pero en ningún caso como expresión del respeto hacia el derecho de la voluntad palestina por una autonomía estatal cuyas condiciones y limitaciones ella misma determina. El extremo se puede estudiar en el caso de Jeruralén: Israel insiste en su derecho de que toda la zona árabe de la ciudad está bajo su anexión y que por consecuencia sus habitantes tienen el estatus de una masa no perteneciente al pueblo israelí, es decir foránea y enclavada en territorio soberano de Israel. En cuanto a cómo podría quedar el estatus de la ciudad – igual que  hasta ahora o diferente – aparece la misma posición: Hasta dónde llegan las fronteras de la administración autónoma palestina en sentido geográfico y legal es materia de discusión; lo que es indiscutible entre los partidos israelies es que se trata, en última instancia, de una cuestión a discutir entre israeliés y no de una controversia entre dos posiciones de Estados de igual rango y con el mismo derecho. De carácter decisivo y no solamente simbólico en cuanto al derecho de ocupación israelí es lo que se puede apreciar en la disputa acerca de la repatriación de refugiados palestinos: La obligación de "recoger" aquella gente insignificante, que desde hace más de 10 lustros ha servido a los países árabes como el título legal en carne viva para la revancha árabe por las guerras perdidas, la rehusa Israel estrictamente, al igual que cualquier forma de indemnización, pues eso a lo mejor equivaldría a asumir injusticia cometida. En Camp David Barak dijo expresamente estar dispuesto solo a gestos "humanitarios" – reunión de familias, aportes a un fondo de apoyos para habitantes de campamentos; en ningún caso debería entenderse como un signo de mala conciencia nacional o ser malinterpretada como disculpa – algo que políticos imperialistas han descubierto en otras latitudes como instrumento práctico de la diplomacia.

En suma es esa la unánime Razón de Estado israelí: Todas las "propuestas" que se hagan a los palestinos deben obedecer a esa lógica – de ella hizo estrictamente caso Barak en medio de su gran disposición al compromiso – quedando claro que Israel tiene desde un principio todo el derecho a exclusiva soberanía sobre todas sus posesiones nacionales y que sus ofertas son producto de la indulgencia que soberanamente se le brinda a los palestinos. Por eso mismo el tan moderado primer ministro respondió sin vacilaciones de una manera ruda amenazando con una nueva ocupación militar y anexiones a la fuerza en caso de que su contrahente en Camp David optara, debido al fracaso de las conversaciones, por proclamar un Estado palestino en septiembre. A lo que el intermediario norteamericano no dudó en dar la razón, pues la proclamación unilateral de un Estado palestino, es más: el solo gesto político por parte de los líderes palestinos de ponerse a la misma altura legal del Estado israelí es inconcebible y es de descartar por completo. Todo lo que surja como forma de Estado palestino ha de ser expresión de lo que otorgue Israel.

El jefe de la Administración autónoma palestina Arafat lucha precisamente en contra de eso y ha logrado en todo caso una cosa: Apoyándose en la resistencia de sus palestinos que le han impuesto a Israel un régimen de ocupación caro y lleno de sinsabores, y contando con el apoyo de EE.UU., a los que no les conviene más, con miras al ordenamiento de la región, la guerra sin fin que libra Israel contra sus vecinos árabes, Arafat ha asumido, trás demostrar su disposición a acatar las pretensiones de mando israeliés, el gobierno sobre tierras y gentes dentro del territorio de ocupación israelí y al mismo tiempo ha escalado la posición de negociador principal frente a Israel. Y él se esfuerza al máximo, demostrando su buena voluntad, en negociar sobre algo parecido a una propia Soberanía para los territorios de la administración palestina.

De ahí que en Camp David haya brillado con tanta condescendencia en todo lo que respecta a cuestiones de divisiones y trazado de límites y haya abogado, con el mismo afán, por aquella posición de derecho que en los ojos de los israeliés es un atropello inaceptable en contra de su razón de Estado: Independiente de la clase de Estado que surja para Palestina, debe quedar claro que Jerusalén será la capital palestina - incluyendo el Templo del Monte. El partido palestino reclamaba así un derecho confirmado en todas las resoluciones de la ONU sobre la cuestión palestina, un derecho en posesión de los árabes hasta 1967 – exactamente en manos de Jordania – y del que son prenda viva los miles de palestinos que habitan en la Ciudad antigua: Esa gente, que Israel a su vez no quiere considerar como ciudadanos suyos y que por consideraciones mayores no puede echar fuera, reinvindican el lugar de su hogar como Palestina y su futura capital. Precisamente basándose en esa posición de derecho los representantes palestinos demuestran su voluntad de fundar una nación que se deduzca de un derecho propio y no derivado de un acto de indulgencia para encargarse de una tarea de administración sin mayor soberanía real. Por esa razón se juegan todo con respecto a la cuestión de Jerusalén-Capital. Y por lo demás, el valor que le otorge el mundo árabe e islámico a la nueva Comunidad palestina dependerá de Jerusalén: El Templo del Monte no es sólo un símbolo religioso al que el fervor popular estaría condenado sin alternativas, sino que simboliza un genuino derecho árabe, reconocido internacionalmente, que fue violado por Israel y que Arafat con su Administración autónoma debe restituir en nombre de todas las Naciones árabes. A eso se debe el mero apoyo que le brindan y de eso depende el respeto que pueda exigir para el Estado palestino que vaya a proclamar. En caso de que Arafat no logre arrancarle a Israel el reconocimiento del Derecho de Ser de la "Nación Árabe" adquiriendo así la exacta equivalencia de aquel de la Nación Judía en suelos de Oriente Próximo, poniéndole, por lo tanto, límites a Israel - de eso es símbolo el Templo del Monte -, entonces, en caso de que no sea así, Palestina no representará lo que, según las pretensiones políticas de los mandatarios árabes, debería ser y lo único por lo que valdría la pena luchar: un Estado palestino soberano al que se le brindaría reconocimiento político.

Precisamente ese derecho en cuestión es el que contraria la razón de Estado israelí – y de ningún modo sólo las intenciones de fanáticos de un Israél grande por acabar – y el que no soporta compromisos.

El presidente norteamericano Clinton

se había propuesto mucho – en ese caso tenían razón los preocupados observadores que con tantas simpatías seguían el acontecer de las negociaciones – al querer sacarle de encima a su potencia mundial la disputa sin fin en el Oriente próximo. Al fin y al cabo, la clase de prioridades que perseguía America estaban claras. Ejercer presión sobre Israel es necesario para que se rebaje a negociar con los palestinos – en lugar de convertir las peores partes de las zonas anexadas en un inmenso gheto y responder con la fuerza a toda clase de descontento y obstinación local, así como enfrentar la enemistad árabe con su superioridad militar – y para que busque un acuerdo que, basándose en las resoluciones de la ONU 242 y 338, podría exigir reconocimiento por parte del Derecho Internacional. Pero con la ya obligada invitación a Camp David era "extorsión" suficiente de ese puesto avanzado del Orden americano que representa Israel en el litoral este del Mediterráneo. Ya que el derecho que esgrime Israel cuenta con el apoyo de EE.UU – descontadas todas las consecuencias prácticas que se derivan. Y a Arafat, por su parte, se le ha valorado suficientemente; en todo caso ha sido objeto de suficiente reconocimiento con el solo hecho de haber recibido una invitación del presidente norteamericano como si se tratara de un verdadero mandatario de Estado. Eso valdría para que se de por servido – premio suficiente a su renuncia a todas las demás pretensiones palestinas. Pues un derecho superior no ha de obtener – eso sí aquel del reconocimiento de lo que Israel voluntariamente le conceda como Estado soberano de los palestinos. De ahí que ya queda establecido: El intento de proclamar ese Estado por su propia cuenta, sin licencia de EE.UU. y por lo tanto sin el consentimiento de Israel, le costaría el reconocimiento que le ha brindado América hasta ahora y se vería en la encrucijada de cómo lograr para su territorio autonómico el carácter de Estado de y con derecho.

Entre otras cosas queda claro que de esa clase de cálculos depende cómo va a seguir tirando la humanidad entre el Jordán y el Mediterráneo – y, a lo mejor, ni siquiera eso.