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Análisis de la edición “GegenStandpunkt” 3-11

Sobre las manifestaciones de los “indignados”, “15-M”, “¡Democracia Real Ya!” y demás

Vuestra indignación es equivocada

pues vive de ilusiones sobre la crisis, la democracia
y la economía de mercado

Europa está ahorrando – el sustento de sus ciudadanos. Los gobiernos democráticos europeos responsabilizan a sus pueblos del hecho de que su economía crece demasiado poco y la solvencia de su nación se ha ido al traste. Por esta razón los líderes responsables han decretado un gigantesco programa de empobrecimiento para sus ciudadanos.

Los afectados alzan la voz y protestan. El hecho de que lo hagan es más que necesario. ¡Pero cómo lo hacen!

*

Bajo los eslóganes “¡Indignaos!” y “¡Democracia Real Ya!” os habéis reunido para protestar. Queréis hacer algo en contra: en contra de un sistema económico que –como decís– enriquece cada vez más a los ricos mientras sume en la pobreza y la escasez al resto; en contra de políticos, empresarios y banqueros que imponen por la fuerza sus programas contra la crisis, destruyendo innumerables expectativas de vida.

“¡Estos políticos no nos representan!”,

reprocháis a los gobernantes al ver muy mal atendidos vuestros intereses materiales por parte de la clase política. Esto no es de extrañar; y si uno entonces como afectado fija su atención en los políticos –actores del programa contra la crisis–, tendrá entre dos alternativas por optar: una es seguir el hilo de cuáles son los intereses que realmente representan estos representantes del pueblo; en este caso se sacaría a la luz que la política democrática defiende, tanto en la crisis como en la prosperidad, una razón de Estado que se compromete con las necesidades de la nación y de la propiedad en misión capitalista, algo muy contrario a los intereses vitales de la gente que tiene que salir a trabajar para ello; de esta manera la atención se concentraría en aquello a lo que se debe la situación tan jodida, y de paso quedaría claro que la política es un enemigo de los intereses propios. La otra alternativa es mostrarse decepcionado por Zapatero, Rajoy y las demás figuras políticas tan mal gestores de sus mandatos políticos, cuando de un buen líder democrático sin duda se podría esperar algo mejor. Al parecer habéis optado por la segunda alternativa: los políticos, los empresarios y los banqueros son todos para vosotros corruptos, como os quejáis en vuestro manifiesto “¡Democracia Real Ya!”. Os lamentáis del abuso de poder que hay por todos lados, del cual en el fondo no habría necesidad. Esta clase de rechazo a una élite política y económica desvergonzadas, así les estéis increpando con frescura “¡Fuera todos!”, es decididamente poco crítica, pues solo se dirige a estas figuras –los Zapateros, Rajoys, etc.–. Es decir está convencida de la idea de que podría y debería haber políticos más cabales y de mayor integridad. Vuestro rechazo no se dirige en absoluto contra los cargos democráticos mismos que están facultando a estas figuras a imponer sus duros programas anticrisis; decís que lo que sí os provoca rechazo es el dinero que gracias a estos cargos ellos estén acaudalando. ¿Es que habéis pensado alguna vez en lo insignificante que es el enriquecimiento ilegítimo en el cargo en comparación con la autoridad legítima de ejercer el poder que obtienen los políticos de su cargo?

A la vista no, pues si lo hubierais hecho, no estaríais exigiendo la “Democracia Real Ya”. ¡Nada menos que la democracia! Allí donde el pueblo tiene derecho a elegir entre varias figuras compitiendo por el poder, donde el gobierno elegido queda autorizado a emprender con plena libertad –o sea libre de consideraciones con el electorado– su tarea de compromiso con el éxito del capitalismo nacional: ¡Es que estos son los significados de “demos=pueblo” y “cracia=gobierno” en la democracia más real que existe! ¿Y vosotros? Ante todo queréis elecciones realmente democráticas, velar entonces por poner a políticos precisamente en aquellos cargos gracias a los que emplean el poder de mandar sobre vosotros y vuestras circunstancias de vida. Y luego se os viene en mente que hay que ejercer con gran acribia el control sobre toda esta banda de poderosos. Una locura de por sí, dando por descontado las “propuestas” con las que pretendéis haceros “concretos”: reclamáis que no haya “absentismo” en el parlamento y que los políticos no descuiden sus funciones: precisamente las funciones con las que acaban de decidir con toda legitimidad jurídica la reducción de las prestaciones de jubilación – ¿¡es que en serio queréis reivindicar más de todo esto!?

“La voluntad y fin del sistema es la acumulación de dinero, primándola por encima de la eficacia y el bienestar de la sociedad”,

es una de vuestras sentencias críticas sobre el capitalismo que os indigna. El que todo se centre en las deudas y en el dinero o el que todas vuestras aspiraciones a una existencia aceptable se sacrifiquen por la estabilidad del euro y la solidez de la economía de deudas estatales, esto no se puede pasar por alto. Los políticos europeos declaran abiertamente que no hay alternativa al recorte del bienestar de la gente, para que así España y demás países se recuperen. Sería una opción tomarles en serio: sí, España, Grecia y todas las demás naciones no son más que sitios de inversión del capital fundando su éxito en la pobreza útil de la gran mayoría de su población; un éxito que se mide en crecientes deudas y patrimonios y en una moneda estable. El crecimiento del capital y de la riqueza monetaria en las balanzas del Estado: este es el bienestar nacional en el que todo se centra, y cuyo fomento constituye el fin y el cometido de los gestores políticos del sistema; por lo tanto, algo diferente tampoco puede esperarse de estas sociedades. Vosotros, no obstante, consideráis las condiciones actuales como una exageración impropia del sistema, una desviación que en el fondo no se suscribe necesariamente al sistema. Pues escribís:

“Es necesaria una Revolución Ética. Hemos puesto el dinero por encima del Ser Humano y tenemos que ponerlo a nuestro servicio. Somos personas, no productos del mercado.”

¿Cómo se os ocurre que el dinero es la herramienta útil para servir a la humanidad y a su bienestar material? ¿Y cómo os imagináis tal “servicio” del dinero? ¿Quizá como el promotor del boom del mercado de vivienda y de trabajo españoles – viviendas cuyo alquiler o hipoteca no os da respiro para nada; trabajos precarios con los que la mayoría de vosotros intentáis sobrevivir? ¿Lamentáis la pérdida de estos jodidos 'tiempos mejores', porque ahora vuestra vivienda se vende en subasta forzosa o porque os han echado del curro? Pues os equivocáis, porque ayer tenían vigor exactamente los mismos ingredientes del sistema con exactamente iguales calculaciones que hoy, en tiempos de crisis, arruinan en masa a personas obligadas a vivir de su trabajo. Es que no estáis experimentando otra cosa que las inevitables consecuencias del ayer cuando vuestras perspectivas de vivienda y trabajo tampoco eran otra cosa que instrumentos en manos de propietarios privados afanados por aumentar su patrimonio monetario sirviéndose de vuestras deudas y vuestro trabajo. Trabajar por dinero, tener un techo a condición de pagar las deudas del banco o el alquiler; la existencia incuestionable de la banca: todos ellos no son sino elementos integrales de la maquinaria del crecimiento capitalista, todos ellos son artífices indisolubles de las carencias que soportáis los que tenéis que ganar a diario un sustento, supeditado, a su vez, a que salgan bien las cuentas de los negocios en juego mencionados. Por esta razón, en la crisis, cuando el crecimiento de la economía en su totalidad ya no satisface a quienes lo emprenden, aumentan los costes para todos aquellos que viven de servir a las exigencias empresariales. 

Vuestras carencias de hoy atestiguan, por tanto, una cosa bien distinta a una falta de responsabilidad ética. Atestiguan el carácter mísero y precario de vuestros cálculos con en sistema capitalista. Y no atestiguan para nada que ahora en la crisis suceda un “abuso” del dinero y que los protagonistas del sistema estén eludiendo de repente su “responsabilidad”, como lo afirmáis en vuestro Manifiesto. Ni siquiera ahora os decidís por atacar las instituciones que os están haciendo la vida difícil; en su lugar os imagináis que con una postura diferente más responsable de sus agentes, el sistema capitalista podría servir a vuestros intereses vitales. Esto lo podéis esperar sentados, pues los destinatarios de vuestras quejas ya os advierten sin descanso que las exigencias de su responsabilidad nacional no les permiten alternativas a su programa de empobrecimiento.

Reivindicáis la propiedad pública en vez de las privatizaciones – ¡y esto nada menos que cuando el poder público en el papel de patrón, administrador de la caja de pensiones y recaudador de impuestos os está haciendo la vida más difícil! ¿No os parece demasiado modesto reclamar con indignación subsidios de alquiler en un momento de desahucios salvajes y subastas forzosas – y sin perder ni una sola palabra sobre el reconocido derecho de los propietarios de inmuebles a hacer ganancias a expensas de las necesidades de vivienda? ¿No es mísero reivindicar la nacionalización de los bancos – o sea, su recuperación con ayudas del Estado, para que, una vez superada la crisis, renueven con éxito sus negocios crediticios y especulativos? ¿No tenéis nada más que exigir que la seguridad del empleo? Que todo el poder de decidir sobre el trabajo siga en manos de los señores patrones – ¡pero que os garanticen con seguridad que tendréis la oportunidad remunerada de servirles a incrementar su propiedad! Una petición muy modesta, que resulta ser solo una ventaja a la luz de la comparación con un mal peor: la única alternativa conocida que ofrece el sistema de mercado libre a los trabajadores: la miseria del desempleo.

Una de vuestras máximas que más se oye es:

“No somos antisistema – el sistema es antinosotros”

La segunda mitad la entendemos, siendo un resumen de vuestras quejas sobre despidos, recortes de salarios y jubilaciones, aumentos de impuestos, desahucios, subastas forzosas etc. – o sea que los gestores políticos del sistema estén de su parte anulando con su poder público de un golpe vuestras condiciones de vida, con el fin de salvar los dineros de patrimonios privados y la solvencia de la nación. Siendo así nos cuesta más entonces entender la primera mitad: ¿por qué insistís vosotros en no ser enemigos de este sistema que tan hostil es hacia vosotros, sino en ser

“personas normales y corrientes. Somos ... gente que se levanta por las mañanas para estudiar, para trabajar o para buscar trabajo, gente que tiene familia y amigos. Gente que trabaja duro todos los días para vivir y dar un futuro mejor a los que nos rodean.”

¡Es que así precisamente empieza vuestro Manifiesto! Con la demostrativa manifestación de vuestra disposición a colaborar con este sistema en función de las piezas del engranaje en el que os habéis incrustado. Es que a los que comandan este engranaje les importan un bledo vuestros servicios y os están haciendo pagar por las deudas del sistema. ¡Y vosotros declaráis que no lo consideráis razón suficiente para negarle y quitarle a este sistema vuestra colaboración! Expresamente no queréis ser adversarios de estas condiciones de vida, persistís con vuestra “normalidad” en que como personas honradas no merecéis ser tratados tan mal por parte de vuestros señores, y os acabáis poniendo decepcionados e indignados frente a aquellos que a sangre fría acaban de arruinar vuestras vidas. 

Con esta indignación y decepción seguís firmemente fieles a la ilusión de que el sistema de la democracia y de la economía de mercado ofrece de alguna manera, en realidad en el fondo, una perspectiva de vida para “gente como tú y yo”. Esta ilusión, como máximo, os hará gozar de la buena sensación de tener moralmente la razón como gente de buena fe frente a los malos representantes del sistema corrupto.

*

Esta protesta posee su biblia: el panfleto “Indignaos” de 14 páginas, publicado en 2010 y vendido millones de veces; su evangelista y predicador es el veterano de la Résistance francesa, Stéphane Hessel. El título de esta publicación dio a los manifestantes el nombre de “los indignados”. Y realmente creen ellos que con la manifestación pública de su indignación, con mostrar que son los afectados, son imbatibles porque con sus reivindicaciones modestas de vivienda y trabajo, y con su ingenua postura cívica, están convencidos de llevar absolutamente la razón: insisten en que lo que reivindican está garantizado en el fondo en los derechos fundamentales del sistema dominante, interpretando los buenos ideales de la buena gobernanza como la obligación a cumplir de parte de los soberanos, y aunque éstos en la práctica les demuestran claramente lo contrario, siguen sin vacilar en el esfuerzo de ser escuchados.

También desde las alturas de la indignación moral predica San Stéphane. Su lista de injusticias se lee más o menos como aquella de los jóvenes indignados que se echan a la calle en Madrid y Atenas: el recorte de las “conquistas sociales”, el tratamiento indigno de los inmigrantes, el enriquecimiento privado, el hecho de que “el poder del dinero” prima sobre “el justo reparto de la riqueza”, que “la brecha entre los más pobres y los más ricos no ha sido nunca tan grande”, “la actual dictadura de los mercados financieros que amenaza la paz y la democracia”, y otras cosas parecidas. Pero mientras son sus intereses materiales los que mueven a los manifestantes, Hessel pone el asunto patas arriba: anima a los jóvenes a indignarse, porque según él se ve en las carencias materiales de la gente y en muchísimas cosas más una prueba de un mal y un perjuicio de índole superior. Las expresiones de protesta de los indignados en nombre de sus intereses perjudicados, figuran en el texto de Hessel como síntoma de una situación general indignante en la que está sumida su République. A esta la dibuja como una comunidad ética amenazada que hay que salvar a toda costa. Alza la voz en tono de advertencia, impulsado por la preocupación sobre la noble herencia de su Grande Nation de la que él mismo fue artífice. Y esta herencia se lee así:

“Se crea la Seguridad Social como la Resistencia deseaba, tal y como su programa lo estipulaba: “un plan completo de Seguridad social que aspire a asegurar los medios de subsistencia de todos los ciudadanos cuando estos sean incapaces de procurárselos mediante el trabajo”; “una pensión que permita a los trabajadores viejos terminar dignamente su vida”. Las fuentes de energía, electricidad y gas, las minas de carbón y los bancos son nacionalizados. El programa recomendaba “que la nación recuperara los grandes medios de producción, fruto del trabajo común, las fuentes de energía, los yacimientos, las compañías de seguros y los grandes bancos”; “la instauración de una verdadera democracia económica y social, que expulse a los grandes feudalismos económicos y financieros de la dirección de la economía”.”

La restauración de la nación destruida por la guerra, su transformación en una exitosa sede de capital e inversión capitalista incluyendo todas las instituciones sociales requeridas para una duradera explotación rentable de la clase trabajadora: Hessel idealiza todo esto en un proyecto de liberación de todos los franceses de sus preocupaciones materiales, de unificación en una república, a manera de un verdadero refugio del intrínseco civismo francés, logrando hacerse percibir con toda razón como la verdadera patria de todos y cada uno. Este gran patriota contribuyó él mismo con devoción a formular la glorificación del programa posfascista del Estado francés y de los ideales de la soberanía democrática en la convención de los derechos humanos de la ONU de 1948. Durante años se esforzó por convencer a sus compatriotas de que la victoria sobre el fascismo alemán y el posterior establecimiento de la nueva soberanía francesa eran una obligación nacional hacia los venerables ideales y valores de la Humanidad y una obligación para Francia a seguir la senda al “estado democrático en su forma ideal”. Y ahora al verse confrontado con el desempleo, el recorte de las jubilaciones, el empobrecimiento de la juventud, la privatización de exitosas empresas francesas, en conclusión, con los resultados de 65 años de acción de esta bella democracia, los integra en su cosmología patriótica termina radicalmente decepcionado: es que la gran nación se enajenó de sí misma; tal y como está organizada actualmente es imposible que los franceses reconozcan en ella su patria verdadera. Andando por estos derroteros, los miles de indignados por la pérdida concreta de sus oportunidades de vida terminan siendo reafirmados en su error fatal – ver en los autores responsables de las carencias que están sufriendo los interlocutores a los que se apela para que se encarguen de poner mejores condiciones de vida. Son reafirmados en esa indestructible fe de que en la sociedad de clases garantizar una vida aceptable es asunto de los mandatarios democráticos, invocándolos a que cumplan una vez por todas con su deber. Este deber, a su vez, según el gran moralista francés, le fue encomendado a la nueva Francia en el momento de su nacimiento, así que, según él, los franceses no tienen motivo de queja alguno en cuanto a intereses perjudicados. Que su patria se haya extraviado tan lejos que a un humanista como él no le quedara más salida que desesperarse es para él el motivo general que da pie a indignarse. Por esta razón grita a sus jóvenes compatriotas “Indignaos”, y les asegura que si se ponen a buscar, darán con cualquier cantidad de razones para indignarse:

“A los jóvenes, les digo: mirad alrededor de vosotros, encontraréis temas que justifiquen vuestra indignación –el trato que se da a los inmigrantes, a los indocumentados, a los romanís–. Encontraréis situaciones concretas que os empujarán a llevar a cabo una acción ciudadana de importancia. ¡Buscad y encontraréis!“

y a paso seguido instruirles sobre las eminentes consecuencias. Pues la indignación a la que exhorta Hessel está lejos de convocar al rechazo, es un llamado a asumir responsabilidad por parte de ciudadanos franceses de bien alarmados ante tal situación del país, o sea demostrar un compromiso cívico que se sabe comprometido con la nación como ente de una colectividad ética. ¡Sed radicales – preocupaos por vuestra patria!

*

Cada bando ha encontrado pues su media naranja: por un lado el de los muchos jóvenes que se niegan a averiguar la razón de la situación degradante que les aplasta, y que prefieren sustituir la crítica por propuestas alternativas de cómo se podría gobernar la democracia y el capitalismo en beneficio propio. Un crítico fundamentalista, por el otro, que de entrada degrada cualquier razón material que porte una crítica a un mero motivo para desahogarse a través de aquella indignación de la que él tanto entiende en su calidad de patriota, erigiéndola en la perspectiva para aquella generación que se ha quedado sin ninguna para su sustento. Que como buenos ciudadanos tengan ellos presente el sentido común que escasea entre los gobernantes. Que sean los que sean los motivos de sus quejas pueden –y sobre todo deben– estar seguros de una cosa: que mientras se estén esforzando por perfeccionar moralmente ese su colectivo ético nacional, en concordancia con los ideales de principio a los que, en juicio de las buenas gentes, se ha comprometido este colectivo, su indignación estará absolutamente justificada. Es que no puede ser casualidad que este hombre encuentre eco en los muchos que tienen razones suficientes para indignarse, y que, lamentablemente, lo están haciendo de manera tan equivocada. En la medida que el sentimiento de los indignados de tener absolutamente la razón y derecho sea de verdad el único fruto que arroja una manifestación simbólica de ciudadanos decepcionados de su gobierno frente a parlamentos y en plazas grandes; en la medida en que aquellos indignados no lo perciban como una falla de su protesta –y al contrario, celebren su reunión masiva como el éxito de la misma– van a encontrar en la verborrea sentimental de un misionero amante de su patria su propia “biblia”. Hacen pública su mísera situación y terminan implorando con su crítica el ideal de una democracia ajena a miserias de tal índole, se dejan llevar de la mano de un misionero de la indignación que les cuenta que su idealismo infantil es la única salida acertada a la situación en la que se encuentran, pues la democracia se estableció básicamente como un procedimiento para garantizar el bienestar de quienes notoriamente tienen tantas dificultades en apañárselas.