Análisis de la edición “GegenStandpunkt” 1-11.

El capital financiero

IV. El negocio financiero internacional y la competencia de las naciones

III.  

1.

‘Monedas convertibles’ – todo un programa político-económico: los estados internacionalizan las bases del negocio financiero, jurídicas y en materia de política monetaria, para que el poder financiero del estado se beneficie de su crecimiento transnacional.

Para saciar su insaciable afán de potentes fuentes económicas de su poder, el estado se sirve de la potencia de la propiedad desarrollada en su uso como capital financiero: a la banca le autoriza a emplear signos de crédito como medios de pago y deudas como capital-dinero; encarga al banco central de generar medios de pago de curso legal y a integrarse con ellos en la gerencia de liquidez de los bancos, acreditando así la creación de dinero y crédito por los bancos como el método vigente de liberar y activar la potencia del dinero. Así se impulsa enormemente el crecimiento nacional de la riqueza ‘abstracta’, que tiene su forma concreta en el dinero; la soberanía participa de este crecimiento y además gana la libertad de financiar su presupuesto con deudas; mientras y a medida de que el capital-dinero generado bajo su control soberano se acredite como tal.[ 1 ]

Las medidas con las cuales el estado libera el negocio del capital financiero tienen, sin embargo, un inconveniente decisivo: lo limitan al ámbito de competencias del soberano legislador – fuera de las fronteras nacionales no tienen vigor ni las complicadas garantías de propiedad que el negocio financiero necesita y aprovecha para la construcción y comercialización de sus artículos comerciales, ni los medios de pago que el estado autoriza a utilizar y acumular a sus instituciones crediticias. Esta limitación es incompatible con el interés comercial al que el estado proporciona las condiciones legales y medios necesarios, y con el objetivo interesado que el estado mismo persigue con ello. El capital necesita crecimiento; es una contradicción intolerable que la condición fundamental de su crecimiento, el poder legislador del estado, limite su crecimiento. Y los estados insisten en ampliar las bases de su poder, dentro y más allá de los límites de su territorio; la riqueza a su disposición debe crecer y debe hacer disponibles las fuentes ajenas de riqueza. Para ello instrumentalizan el interés propio y la potencia del negocio financiero y hacen todo para que las fronteras que parten el mundo no sean límites para sus actividades comerciales.

La condición fundamental, imprescindible, pero limitador del negocio –el signo nacional de valor, legalmente designado equivalente universal y medio de pago vigente– se libra de la deficiencia de solo tener vigencia local, mediante el acuerdo de los soberanos de declarar sus monedas nacionales mutuamente intercambiables, o sea, convertibles. Las monedas ajenas son admitidas como medios de compra para adquirir el dinero nacional, y viceversa la moneda propia se acepta como medio para adquirir medios de pago ajenos. De principio, los estados se conceden mutuamente que sus respectivos medios de crédito nacionales representen todos lo mismo, a saber riqueza abstracta: el cuantificado poder privado sobre todo lo comprable, o sea sobre mercancías de todo tipo. Aunque solo indirectamente, mediante su cambio por moneda extranjera, pero así en principio a través de todas las fronteras nacionales, los signos de crédito nacionales sirven entonces para aprovechar comercialmente los mercados y recursos ajenos. Para que las instituciones bancarias, que ya a nivel nacional llevan a cabo el comercio con dinero, hagan asunto suyo el cambio de las monedas nacionales impulsando un negocio transnacional, hace falta por supuesto más que un acuerdo formal entre los soberanos sobre la convertibilidad de sus monedas. Ya hemos mencionado que el estado pone dentro de la nación la creación bancaria de dinero bajo la vigilancia y el control de su banco central, encarga éste a intervenir con sus medios de pago legales en la gerencia de liquidez de los bancos, acreditando así los medios monetarios creados por ellos como representantes válidos de la riqueza abstracta de su sociedad. El soberano político procede de la misma forma también con el dinero de otras naciones: su banco central confirma la cualidad de dinero de monedas extranjeras y la utilidad de sus propios medios de pago como soportes de valor con validez transnacional actuando también en este caso como reserva de liquidez para el comercio con dinero, o sea el cambio de la moneda propia por la extranjera y de la extranjera por la propia. Acepta los medios de pago que tienen vigor en otras naciones como un valor también válido para sí mismo, crea por ellos dinero propio y lo entrega como medio de pago, atestiguando así de forma práctica la identidad de los signos de valor ajenos con los de producción propia; a éstos últimos también admite su retorno en caso necesario, los cambia por divisas (tomadas de sus existencias acumuladas o de donde sea), atestiguando así con su disposición y capacidad de dar dinero ajeno por su dinero propio que su moneda tiene cualidad de dinero también más allá de las fronteras nacionales, dentro de las cuales el legislador decreta su vigor exclusivo.[ 2 ]

Así que, los estados –por un lado– sí hacen una diferencia entre los signos de valor, emitidos por sus bancos centrales y que operan en virtud de la ley como el medio de pago definitivo de la nación y referencia de las promesas de pago de la banca, y el valor, designado por las monedas nacionales, o sea el poder cuantificado de la propiedad: ni permiten que dinero ajeno valga en su propio territorio como equivalente general, ni reclaman vigencia inmediata para su moneda fuera del territorio de su soberanía; para la igualación práctica de las monedas nacionales al cambiarlas reclaman y ofrecen una garantía de devolución para asegurar que la moneda cambiada tenga cualidad de dinero independientemente de la soberanía de su emisor. Dada esta garantía –o acordada según reglas establecidas–, los estados consideran el dinero crediticio ajeno que poseen –por otro lado– como liquidez internacional y garantía material de la validez internacional de su propia moneda: como una riqueza que tiene fuera de su territorio las mismas cualidades como las que decretan en su interior en virtud de su soberanía monetaria. Para el negocio transnacional (ya) no quieren conocer ni reconocer otro soporte de valor vigente que no sean las divisas, las que generan y acreditan como dinero mundialmente utilizable mediante una reserva de divisas extranjeras: mediante un tesoro nacional que consiste en monedas extranjeras en forma de efectivo o “equivalentes de efectivo” (“cash or cash equivalents”).[ 3 ]

De esta manera los estados dan vigor también en el negocio internacional a la igualación que ya hacen vigente en el interior de su nación en virtud de su soberanía: signos de valor cuya cualidad económica es representar el crédito nacional, o sea el éxito capitalista esperado de una economía nacional de deudas, constituyen la medida de todos los valores de propiedad y la materialización de la riqueza abstracta de las naciones. El hecho de que esta igualación iguale dos cosas desiguales –hecho que en la vida interior de las naciones causa la relatividad del dinero crediticio como patrón de precios y como soporte de valor, a saber la variación del poder dispositivo materializado en él en relación con el éxito total de una economía nacional basada en deudas (efecto conocido como la ‘inflación’ del dinero)– es la causa de que a nivel internacional las sumas de dinero equiparadas en el cambio no representen realmente, ni mucho menos de manera duradera y fiable, la misma cuantía de poder dispositivo económico. Una reserva de divisas garantiza la solvencia internacional, pero como tal no es una magnitud constante; acredita la cualidad dinero de las monedas intercambiadas, pero no garantiza la equivalencia cuantitativa de las sumas cambiadas: ésta se fija y se varía según las reglas del correspondiente régimen cambiario.

Lo cual es muy consecuente. Pues los estados modernos no establecen la convertibilidad de sus monedas nacionales para fijar la equivalencia (un valor igual) de sus equivalentes nacionales, sino para manifestar legalmente que representan la misma cualidad (el valor) en su calidad de equivalentes generales, estableciendo así la seguridad que necesitan los comerciantes de dinero y los creadores de crédito capitalistas cuando impulsan el negocio capitalista internacional con el cambio de dineros crediticios nacionales. Por lo tanto, también es consecuente que el curso de los negocios continuamente vuelva a decidir lo que será del valor relativo de los signos de dinero que representan el negocio crediticio de las naciones. Los estados que fijan los tipos de cambio de sus monedas, apuestan por que el comercio monetario internacional justifique sus fijaciones; las potencias económicas mundiales, que autorizan a los comerciantes capitalistas de dinero a tasar el valor de su dinero en moneda ajena, parten del supuesto que el negocio crediticio atribuya a sus medios de pago el valor externo económicamente correcto, o sea aquel que resulta útil para la nación. En todo caso, el ideal de los estados es que el mundo comercial realice por sus razones económicas lo que ellos pretenden con la convertibilidad de su dinero crediticio, a saber confirmar la cualidad dinero de sus monedas de curso legal mediante un exitoso uso capitalista, y ponerlas en una relación favorable con el dinero de las demás naciones.[ 4 ]

Al establecer la convertibilidad de sus monedas, los estados entran en una relación de mutua confianza y mutuas obligaciones: se conceden crédito para sus medios de pago nacionales en el sentido de que no los consideran como meras promesas políticas de pago, sino a la vez como su cumplimiento, garantizado con un tesoro nacional, o sea, como soportes de valor real. Con ello autorizan y capacitan a los dueños de dinero y creadores de crédito dentro y fuera de la nación a emprender con su capital en todo el mundo lo que emprenden con él en su territorio patrio. Con la convertibilidad de sus monedas nacionales, los estados elevan el poder privado del dinero y su actuación capitalista al rango de un derecho legal, cuya imposición no solo la deben y garantizan a los agentes económicos, sino a sus iguales. Las consecuencias de este compromiso y las prestaciones que un gobierno debe entonces a sus protagonistas económicos, ya se las detallarán éstos a sus soberanos políticos. Y los problemas que surgen del negocio mundial para los guardianes del bien común, ya los notarán. De todos modos, la liberación del negocio crediticio de los límites de un dinero meramente nacional lleva muy lógicamente al entrelazamiento de las economías nacionales y a la internacionalización del crédito, de lo cual resulta todo un programa para la política económica: estableciendo la convertibilidad de sus monedas, los estados se definen a sí mismos como garantes de un sistema crediticio internacional, como participantes del crecimiento del capital financiero que opera a nivel internacional, y como competidores por la cualidad capitalista y el valor del crédito nacional.[ 5 ]

Anotación

Las relaciones basadas en reconocimiento y compromiso mutuos entre los creadores soberanos de monedas, fundamento de los negocios modernos, representan un adelanto imperialista excepcional. Hasta mediados del siglo pasado las naciones capitalistas se exigían las unas a las otras que se arreglen las cuentas y se pague con una mercancía monetaria material: con una materia producida materialmente, adquirida mediante el intercambio por productos materiales –oro o plata– que todas las naciones comerciantes solían reconocer como equivalente general de vigor global. Signos monetarios definidos y acreditados por los estados circulaban –conceptualmente también en el interior– como meros sustitutos de un tal tesoro material; saldos activos obtenidos en los negocios internacionales representaban derechos a porciones cifradas en metal precioso. Respecto del dinero, la confianza económica entre las naciones se ceñía al consenso sobre la forma material de a irracionalidad fundamental del sistema económico que todos practicaban: el poder de disposición que los monopolistas de fuerza adjudican a la propiedad, o sea la relación social fundamental entre sus ciudadanos decretada por ellos se plasma en un “medio” definido soberanamente que representa este poder de forma material en cuotas cuantitativas; y declaraban el oro o bien la plata, los medios de cambio comunes y tradicionales de sus sociedades, como la materia en que se reflejaba “naturalmente” el poder de la propiedad y que por eso, por soberanos que fuesen, no podrían dejar de lado. Esta servilidad compartida por todos los soberanos ante la mercancía-dinero de metal precioso, escarnecida por Marx como “fetiche”, creaba entre ellos la confianza que no querían poner en los signos de valor que los soberanos al otro lado de la frontera respectivamente prescribían como medio de pago a su nación.

Este empeño por una mercancía monetaria “natural” como medio indispensable del comercio internacional con dinero limita el crecimiento de éste de una manera realmente antisistémica. Es que así saldos vencidos de créditos que los comerciantes de naciones diversas se conceden los unos a los otros están sujetos según reglas legales a la cantidad de metal precioso que, exudado por el comercio internacional, se ha puesto aparte e inmovilizado por la banca y los bancos estatales en sus cajas respectivas. Y esto tiene la consecuencia de que la creación internacional de créditos no tiene su medida, como debería desde el punto de vista de los financieros capitalistas, en la especulación por réditos futuros, sino en una relación legalmente definida con los excedentes realizados y atesorados de los negocios internacionales. En las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial EEUU han hecho mucho por ampliar el margen de obrar para el negocio crediticio internacional –al principio aún no por abolir su restricción tan contraproducente capitalistamente– Como potencia triunfante poseedora del acervo de oro de casi todos los estados capitalistas de entonces declararon su dinero crediticio nacional como sustituto de vigor total de metales preciosos como medio internacional de pago y reserva de valor. Y con el Fondo Monetario Internacional establecieron un sistema de financiación crediticia controlada de los negocios transnacionales, en el que las monedas de los otros países participantes funcionaban como fuente de medios financieros, en medida limitada, por cierto, y en relaciones fijas de valor con el dólar americano, órdenes indirectas, bajo estas condiciones, en el tesoro de oro de EEUU. La base de la capacidad de pago internacional de las naciones capitalistas seguía, sin embargo, restringida por la cantidad de los dólares ganados por ellas o invertidos en ellas, y el crecimiento de sus negocios transnacionales seguía limitado por la dependencia de la liquidez internacional de las naciones de los flujos monetarios desde EEUU. Por eso el déficit de los balances correspondientes de EEUU no podía ser demasiado grande para sus socios comerciales, por una parte, pero tenía que mantenerse pequeño en grado suficiente, por la otra, como para que negociantes y estados pudiesen seguir llevando adelante sus operaciones basadas en la apariencia de que cada uno de los dólares ganados pudiera cambiarse en oro.

Al cabo de un cuarto de siglo esta ficción resulta insostenible: sobretodo para financiar su guerra de Vietnam el gobierno de EEUU emplea su dinero crediticio sin hacer caso de los déficit en la balanza exterior, el presupuesto y el “patrón oro”; tras más de una pelea entre la superpotencia de Occidente y sus rivales de la Europa occidental se abandona la canjeabilidad ficticia en oro de todos los dólares que circulan en el mundo y la relación fija de todas las monedas competidoras con este “dólar oro”; finalmente se libra el comercio internacional de la obligación de referirse al oro como verdadera moneda mundial y a un tesoro de oro como medio para saldar cuentas y transferir riqueza entre los estados. El oro se “demonetiza”, se le libra de su función de mercancía-dinero que brinda con sus unidades de peso la medida vigente de todas las monedas; se le degrada a un artículo de valor, cuyo valor, desde entonces medido en dinero crediticio nacional, experimenta variaciones “explosivas” debidas a las actividades de los especuladores. La convertibilidad en oro, directa o indirecta, convenida inicialmente, es transformada en el sistema actual de mutua canjeabilidad. La etapa anterior fue, sin embargo, el estado de excepción del imperialismo en que una potencia mundial capitalista monopolizaba prácticamente la “metálica” base de confianza para el intercambio transnacional del dinero y decretaba la convertibilidad de su dinero crediticio en oro. De esta manera se constituye primero una moneda crediticia como moneda mundial; y esto con tal efecto que después de puesta en duda y cancelación de la paridad con oro del dólar americano no se restituye el patrón oro originario, sino que al revés se atribuye la cualidad de equivalente general a las monedas crediticias de todas las naciones. Así EEUU, con su prepotencia y sus déficit en la balanza de pagos, evitaron al mundo capitalista la prueba de si sus dueños soberanos jamás hubieran acertado, por si solos y por su propia cuenta, a dejar atrás su mutua desconfianza en sus monedas nacionales y reconocer sus signos crediticios nacionales como soportes de valor similares.

De todos modos hoy día signos de valor nacionales que señalan y evalúan el logro futuro de una valorización capitalista nacional financiada por crédito se acreditan mutuamente como la forma definitiva de la riqueza abstracta del mundo, al mismo tiempo se relativizan mutuamente este carácter y ya no hay ninguna mercancía-dinero que funcione como referencia absoluta. Y esto responde al capitalismo en tanto que, también a nivel internacional, el dinero no importa en su calidad de cuantía fija de valor y menos como tesoro inmovilizado [ 6 ], sino en su calidad de crédito: de dinero adelantado que causa y anticipa su propio aumento. Para representar materialmente esta relación, la fuerza productiva de deudas, haciéndola efectiva en la práctica, signos de papel o aún mejor registros realizados por vía electrónica son en todo caso más apropiados que metales pesados que primero cuestan dinero y luego se quedan inmovilizados.[ 7 ] Hay expertos, sin embargo, que hasta en el siglo XXI entienden que esta alternativa es mejor garantizando en medida mucho mayor confianza y estabilidad de valores – a saber en tiempos de una gran crisis financiera que amenaza anular grandes porciones de la superestructura crediticia global y desvalorizar monedas de importancia: entonces sí quisieran la riqueza abstracta en forma táctil en vez de tener confianza en que tenga su existencia adecuada en el proceso de su acrecentamiento; según entienden ellos las cuentas que se hacen en la crisis y que no dejan mucho del valor que el arte capitalista deriva de ingresos futuros prueban la falsedad del funcionalismo que los financieros practican tan excesivamente. De hecho la riqueza de la economía de mercado no se reduce en absoluto a su substancia „verdadera“ o “perdurable“. Es que los financieros expresan su juicio durísimo sobre la falta de utilidad de la economía restante como medio para la continuidad de su crecimiento. Para ellos se trata de dar un nuevo comienzo a la vida comercial – mediante el crédito. El oro, la plata u otras especies no son la esencia verdadera de la economía de mercado global, al contrario: su ruina sería completa si se quisiera de veras volver a sujetar el funcionamiento de la riqueza abstracta a la cantidad disponible en la sociedad de cualquier mercancía-dinero. De lo que es capaz y de los estragos que causa a nivel mundial un sector crediticio plenamente emancipado de esta restricción: de este tema tratan los siguientes subcapítulos.

2.

El negocio con el cambio de monedas y la creación de los tipos de cambio: del servicio al comercio mundial hacia la modificación de los resultados de la competencia internacional y la definición de condiciones nacionales de la competencia.

La balanza del comercio exterior: de las cuentas y la transferencia internacional de la riqueza a la competencia de los estados por el rendimiento capitalista de sus países.

a)

Entre las empresas que se sienten estorbadas por los límites del mercado nacional y que quieren comprar y vender en todo el mundo nace, con los acuerdos de los estados sobre un comercio transnacional, una necesidad comercial que la banca ofrece satisfacer: se hace cargo de cambiar las monedas nacionales. A los comerciantes exportadores e importadores les libra de la complicación de que su circulación de capital no termina, o no empieza respectivamente, antes de que el dinero haya cambiado su uniforme nacional, y les cobra por este servicio: con una diferencia bien calculada entre el precio de compra y el de venta de los medios de pago extranjeros, los comerciantes de dinero participan en las sumas que ganan los comerciantes exteriores con la compra y la comercialización de mercancías extranjeras en su nación y con mercancías nacionales en el extranjero. Su servicio para la circulación de capital de empresas exportadoras e importadoras, lo enlazan los bancos con su forma normal de facilitar el dinero a la economía nacional, prefinanciando las compras y ventas también de los comerciantes exteriores. Amplían su repertorio de negocios con crédito comercial por ofertas con las que libran a su clientela de dificultades y riesgos específicos del negocio con el exterior, respondiendo por ejemplo de la solvencia de sus clientes frente a socios extranjeros según las reglas vigentes en el exterior, y viceversa defendiendo los derechos de sus clientes nacionales frente a sus socios extranjeros. Las instituciones bancarias realizan con sus socios nacionales y extranjeros las deudas y obligaciones de las que se hacen cargo de la manera acostumbrada: también a nivel internacional sustituyen los pagos por promesas de pago, y se dan crédito sobre estas promesas, justificado por la liquidez en forma de la moneda demandada. De esta manera la banca mueve continuamente riqueza capitalista en su forma definitiva, en forma de monedas convertibles, entre las naciones. Sus transacciones se suman en relaciones de oferta y demanda totales entre las diferentes monedas, en las que se plasman entradas y salidas de la riqueza en forma de dinero entre las naciones. Estableciendo estas relaciones, los comerciantes de dinero ya hacen más que solo rendir un servicio a los exportadores e importadores de mercancías: originan un nuevo tipo de negocio, convirtiendo las monedas nacionales en mercancía; y con sus esfuerzos profesionales de comprar barato y vender caro, establecen las razones capitalistas de los precios en su mercado, es decir de la relación cuantitativa en la que deben valer lo mismo las monedas ofertadas y demandadas. En cuanto un estado permita este negocio y mande que su banco central garantice un tipo de cambio fijo, los comerciantes de dinero con su competencia entre sí o dan la razón a la fijación oficial – o la ponen bajo presión quitando divisas al banco central en caso de un exceso de oferta por su dinero, y comprando el dinero nacional a un bajo precio económicamente no justificado en caso de un exceso de oferta de moneda extranjera, hasta que los guardianes soberanos del dinero se vean obligados a corregir el tipo de cambio oficial. Dado el caso de un sistema de cambio flotante, los bancos vuelven a establecer continuamente con sus movimientos transfronterizos de dinero los precios de sus mercancías, o sea, las tasaciones del valor de una moneda medido por otra.

Este resultado de la competencia de los comerciantes de dinero en el mercado de divisas sólo refleja, por un lado, los excedentes o déficits respectivamente que obtienen las empresas exportadoras e importadoras en el comercio exterior de las naciones. Los tipos de cambio representan, por lo tanto, la fuerza o debilidad respectivamente de la totalidad de las empresas de una nación en la competencia por obtener dinero en el mercado mundial. Con ello, sin embargo, el negocio con el cambio de monedas añade, por otro lado, un efecto esencial a la trasferencia de riqueza monetaria de una nación a otra: la tasación relativa, continuamente revisada, de las unidades del dinero en el que se cifra y se expresa la riqueza de la nación entera, fortalece o disminuye respectivamente la potencia financiera de los poseedores de dinero de un país en comparación con los de otro. Esto surte efecto inmediatamente como modificación de la comparación internacional de precios, con consecuencias opuestas para importadores y exportadores. A las empresas exportadoras se les confronta continuamente con el valor real de sus ingresos en moneda extranjera después de cambiarla en la propia, o sea su valor en relación con la suma invertida – con tendencia decreciente caso que aumente el valor externo de la moneda nacional; y viceversa en el caso contrario. A las empresas importadoras se les confronta igualmente con la magnitud de la suma que tienen que invertir en moneda nacional para comprar mercancía extranjera – con tendencia decreciente caso que aumente el valor externo; y viceversa en el caso contrario. De esta manera el negocio con divisas confronta a los comerciantes exteriores con las repercusiones que tiene la comparación de los niveles competitivos del comercio exterior de las diferentes naciones para sus cálculos empresariales – y enseguida les facilita una oferta para menguar las consecuencias negativas que tiene el resultado general para el resultado de la empresa individual. La banca se hace cargo, a cambio de dinero, de los riesgos comerciales creados por ella con las variaciones de los tipos de cambio, ofreciendo un tipo de cambio acordado para pagos futuros: lleva a cabo el servicio de pagos de los comerciantes exteriores en forma de contratos de futuros.[ 8 ]

Desde luego, todas estas ofertas de seguros no pueden cambiar el hecho de que éxitos permanentes de una nación en la competencia en los mercados mundiales, que la banca transforma en duraderas modificaciones de los tipos de cambio, modifican las condiciones de la competencia entre las naciones; a saber de modo que el acceso a las mercancías ofrecidas en el resto del mundo se hace más barato para las empresas de países más competitivos, y para aquellas de países menos competitivos, más caro. Los expertos interesados en que funcione bien la economía mundial deducen con gusto de este efecto la existencia de un mecanismo automático de reajuste: los exportadores de países débiles pueden, según ellos, conquistar cuotas de mercado mediante las mercancías abaratadas sin su intervención; el incremento del precio de las importaciones reduce su volumen proporcionando más salida a los ofertantes nacionales; y viceversa en el caso contrario; de esta manera la competencia arregla las desproporciones automáticamente. En la realidad, no se puede observar tal “autorregulación de los mercados”; y esto tiene su lógica. Pues si la falta relativa de rentabilidad de toda la producción nacional de mercancías resulta en una devaluación de su moneda, este resultado no deshace su causa, no deshace la falta de competitividad ni mucho menos sus razones, más bien agrava los balances de todas las empresas que dependen de suministro del extranjero; una devaluación permite como mucho a las empresas de rentabilidad superior al promedio que mejoren su negocio mundial – igual que a la inversa la revalorización de una moneda debida a éxitos generales de una nación en la competencia obliga como máximo a los productores de rentabilidad inferior al promedio a avanzar al nivel de rentabilidad de las empresas exitosas en el mercado mundial. Al negocio bancario, de todos modos, le beneficia directamente cuando el poder dispositivo económico representado en la unidad del dinero crediticio creado por él aumenta en relación con el de otras monedas, sin que hubiera tenido que hacer nada especial para obtener este efecto.

b)

El que las empresas capitalistas de la nación compren a bajo precio en todo el mundo, no en último término artículos de uso necesarios para la circulación económica pero no adquiribles en la nación; el que conquisten con un poder competitivo superior los mercados ajenos, aumentando el crecimiento nacional y mediante el aflujo de riqueza abstracta del extranjero el volumen del capital-dinero disponible, incrementando con él la potencia acumulada en la nación a generar crédito y con ésta la potencia financiera del poder estatal: todo esto forma parte de la razón económica del estado. Para que la banca aporte sus servicios necesarios y útiles para estos objetivos, los estados crean las condiciones para el negocio y el éxito comercial bancarios Acuerdan entre sí una protección jurídica transnacional para las actividades comerciales, decretan normas para el servicio de pagos entre los diferentes sistemas de pago nacionales, ofrecen seguros o avalan el pago debido de mercancías exportadas, conceden licencias a empresas bancarias extranjeras para una actividad comercial en su nación, etc.. Además sus bancos centrales se ocupan del negocio de los comerciantes de divisas según las normas del correspondiente sistema nacional de los tipos de cambio.

Estas reglamentaciones habilitan a la banca a emprender sus negocios con divisas y esta autorización convierte al mismo tiempo sus consecuencias en el objeto de la preocupación y de la intervención del estado Los guardianes estatales del dinero deducen de la competencia de los comerciantes de divisas, que hacen de los pagos transnacionales para las exportaciones e importaciones el primer determinante de las relaciones de cambio entre las monedas, ante todo la necesidad de “calmar” las “fluctuaciones bruscas” del tipo de cambio en beneficio de relaciones de precio calculables, es decir de crear el grado de fiabilidad que necesitan “los mercados”, sin procurarla ellos mismos en absoluto. En esta tarea, los estados tienen que mostrar discernimiento, pues no deben pretender invalidar variaciones “fundamentales”, económicamente bien fundadas, del valor externo de su moneda, sino, dado el caso, más bien las deben tener en cuenta tomando decisiones de devaluar o revalorizar su moneda.[ 9 ] Se trata de tales variaciones en el caso de que las autoridades nacionales reconozcan en la entrada o la salida de dinero, y en la correspondiente presión sobre los tipos de cambio, las consecuencias del éxito (o del fracaso respectivamente) de sus economías nacionales en el mercado mundial, lo cual desde luego no es un asunto fácil de averiguar. Cuando un juicio negativo resulta ineludible, los responsables políticos sacan una conclusión crítica en cuanto a la competitividad media de la producción nacional de mercancías, en cuanto a la potencia o debilidad de su industria exportadora y de todas las demás empresas nacionales que ganan o pierden cuotas del mercado nacional frente a los exportadores extranjeros. Perciben la balanza comercial y la variación del tipo de cambio que les presenta el comercio monetario como ajuste de cuentas que informa sobre el nivel de la economía nacional entera en la competencia por el dinero que se puede ganar en el comercio mundial, y se ven retados por este ajuste de cuentas a intervenir como activista en la lucha competidora de las empresas nacionales y asumir el papel protagonista en las actividades comerciales en la economía mundial. El poder estatal de una nación exitosa actúa, desde luego, igualmente como empresario general político del territorio nacional, es decir como la instancia responsable que tiene la obligación de encontrar la respuesta adecuada ante el balance nacional de los negocios particulares con el extranjero. Para los administradores políticos de las naciones exitosas es preciso asegurar y ampliar los éxitos; el incremento del volumen y de la potencia relativa del capital-dinero de la nación y por consiguiente también del presupuesto estatal permite realizar este programa. Los demás países afrontan la labor de corregir la tendencia a la derrota completa de su nación en la lucha competidora de los lugares de inversión; con recursos disminuidos. Pues la potencia financiera del poder estatal resulta, perfectamente conforme a la lógica de la competencia capitalista, tanto peor cuanto más hace falta un cambio de la tendencia económica.

Desde luego, los crónicos déficits y pérdidas de los perdedores de la competencia tampoco permiten asegurar el éxito de los notorios vencedores. La superioridad de la potencia competidora de estos últimos, a la que los comerciantes de dinero responden con un volumen y una potencia crecientes de su dinero crediticio, socava la capacidad de pago de los socios inferiores, arruinando así las condiciones para sus éxitos en la exportación. Se entiende ahora por qué los ideólogos del capitalismo mundial recurren al ideal de un equilibrio general del comercio exterior, creyendo en la autorregulación automática de los mercados en este sentido. En la realidad, por supuesto, ningún político económico de una nación exitosa en el comercio mundial piensa en serio abandonar una ventaja en la competencia y realizar una compensación internacional de desventajas; tal cosa tampoco la espera ningún homólogo suyo de un país de competitividad inferior. En vez de tal ficción, los resultados desiguales incrementan por un lado la capacidad, y por el otro la necesidad, o sea por todos lados el interés tanto de los protagonistas económicos como de políticos, de practicar a nivel transnacional, o sea con moneda ajena y con el acceso a recursos ajenos, todas las mañas de incrementar dinero que utiliza el capital financiero, y con las que éste se enriquece ya a nivel nacional, procurando al poder estatal el acceso a la riqueza abstracta.

3.

La propiedad capitalista como mercancía del comercio internacional: la exportación y la importación de capitales y el mercado financiero mundial[ 10 ].

La competencia de las naciones por la dignidad de crédito de su nación y su moneda; el divorcio de los dineros crediticios nacionales en ‘monedas de reserva’ y monedas inferiores.

a)

El negocio financiero, autorizado a cambiar divisas y financiar el comercio transnacional, reclama países ajenos como destinos y monedas extranjeras como medios para todas sus actividades comerciales. Intermedia y financia junto al comercio de mercancías también la exportación e importación de capitales; toma prestado y presta capital-dinero a través de las fronteras nacionales y en todas las monedas a las que se le concede acceso. De esta manera facilita a los capitalistas nacionales el acceso a mano de obra, condiciones de explotación y recursos más allá de las fronteras nacionales, y a todos los poseedores de dinero –sobre todo a sí mismo– el acceso a oportunidades de inversión de todo tipo en el mundo entero. Al mismo tiempo suministra a sí mismo y a su clientela capital-dinero de otros países, o sea productividad capitalista adicional, posiblemente más allá de los límites de la propia capacidad y disposición a generar crédito. Impulsada por sus propias necesidades de crecimiento y los intereses de su clientela adinerada, la banca crea por fin un mercado internacional de capitales. Libera sus actividades económicas de las limitaciones de su país original y del dinero crediticio de éste; se hace ahora a nivel mundial con el poder de generar crédito y de asignar medios monetarios, concentrado ya a nivel nacional en sus manos; hace disponibles para sí misma las potencias capitalistas de los bienes monetarios del mundo, repartiéndolas según su propio interés y su parecer especulativo entre las esferas nacionales de inversión a través del mundo entero. La banca como instancia se fija en cualquier necesidad de dinero, la propia como la del resto del mundo comercial y de los estados también, la revisa, tasa la dignidad de crédito de los deudores, compara naciones enteras según su rentabilidad (la comprobada y la que se puede esperar para el futuro) como campo de acción de la acumulación capitalista, y asigna según estos criterios la potencia al crecimiento inherente al crédito.

Estos negocios proporcionan no solo gigantescas sumas adicionales al comercio con divisas, sino que le dan un nuevo contenido político-económico, y la tasación de las monedas comerciadas se rige según nuevos criterios. Las exportaciones de capitales no solo son un flujo de dinero hacia territorios extranjeros, sino que este dinero opera como una suma invertida para acrecentar con el excedente producido en tierra ajena la propiedad del exportador, o sea para aumentar su potencia económica. El dinero que llega a la nación a través de las importaciones de capitales no representa un simple enriquecimiento mediante el extranjero, sino al mismo tiempo una obligación a rendir servicios a la propiedad capitalista ajena. Las correspondientes transacciones con sus efectos para los tipos de cambio no manifiestan, en este aspecto, la competitividad de los productores de mercancías de una nación en su totalidad en relación con aquella de los capitalistas de otras naciones, sino la relación entre dos cualidades distintas: la salida de dinero nacional o la cuantía ofertada de moneda nacional refleja la capacidad y el interés del mundo comercial de una nación de generar crédito para inversiones en la acumulación capitalista en el mundo entero, por un lado, mientras que la entrada de dinero extranjero o la cuantía demandada de moneda nacional, por el otro, refleja las perspectivas de acumulación capitalista que ven los potentes inversores del mundo entero para esta nación. Con el paso a la creación de un mercado financiero mundial, la banca conquista la posición de decidir por sí misma, según su propio interés y sus propios cálculos, en qué moneda ella produce y comercia capital ficticio. Los tipos de cambio entre las monedas resultan, en este aspecto, del juicio de los activistas del mercado financiero sobre la utilidad relativa de las respectivas monedas como medio para el negocio internacional del capital financiero. Los criterios decisivos para este juicio son, sobre todo, el volumen del crédito que se genera en una nación y encuentra lugares de inversión, o sea la aportación del mercado nacional al mercado global de capital ficticio, y el grado de la acumulación capitalista generada por las empresas de una nación. El uso, el aumento y la tasación de las monedas nacionales son, por lo tanto, muestras de la importancia de la economía nacional y su soberanía como generadores y consumidores de crédito, como emisores y financieros de capital ficticio en el mercado internacional de investments de capital. En las decisiones del negocio crediticio respecto al equivalente general de su negocio, tomadas a base de los hechos indicados, siguen incluidos los efectos del comercio mundial de mercancías para la tasación del valor relativo de las monedas, pero degradados a criterios de la especulación en la rentabilidad capitalista de los participantes competidores del mercado mundial. Los tipos de cambio, o las tendencias de su variación respectivamente, que resultan de esta especulación, reflejan por un lado su papel importante, a veces decisivo, para el ‘proceso de creación de valor’ del capital financiero, o sea para la gerencia de carteras de valor compuestas de títulos internacionales; los riesgos creados así para el negocio y para los bienes monetarios son la base de otro tipo más de operaciones a plazo.

El uso selectivo que hace el capital financiero de los diversos dineros crediticios nacionales tiene como consecuencia una diferenciación de las monedas no solo en cuanto a su valoración relativa: aporta una nueva cualidad político-económica. Aquellas monedas que sirven de equivalente general en el mercado financiero mundial son, por consiguiente, representantes del crédito no solo de la nación en la que tienen vigor como monedas de curso legal, sino que operan como signos del crédito mundial; el negocio crediticio mundial se dedica a hacer actuar el crédito así designado como capital-dinero; su éxito hace que estos dineros crediticios se acrediten como fiables representantes de la riqueza capitalista mundial. Para los comerciantes de dinero, tales monedas son dinero sin más: son signos de valor que cumplen independientemente de decretos y definiciones estatales lo que los estados prometen al declarar convertibles sus monedas, a saber de ser el valor que designan. El resto de las monedas convertibles sufre, a la inversa, la degradación cualitativa de no ser más que sustitutas de las monedas usadas como verdadero dinero mundial. Dentro de sus países de origen defienden su derecho como la única moneda de curso legal, sirven también perfectamente para la explotación local; quizá incluso aumente de vez en cuando su valoración relativa frente a las grandes monedas mundiales. Sin embargo, para el capital financiero y sus necesidades comerciales, representan más bien un derecho a dinero que su cumplimiento. En los pagos interbancarios operan como una materia de utilidad meramente local, mientras que los dineros crediticios favorecidos desempeñan el papel de patrón general comparativo para el resto de las monedas, lo cual hace muchísimo más fácil los cálculos de conversión de una moneda en otra y el ajuste de la multitud de tipos de cambio bilaterales.[ 11 ] También se hace más fácil la gerencia de liquidez de los bancos que operan a nivel mundial; éstos pueden limitar sus reservas de recursos líquidos a las pocas monedas reconocidas como dinero mundial.

De esta manera, el negocio crediticio clasifica las naciones: según su calidad como fuente de crédito, como lugar de inversión y como creador de dinero.

b)

El que los negocios de las empresas con el extranjero no sufran con las consecuencias de la balanza comercial de la nación; que su crecimiento no sea limitado por la solvencia limitada (ni la del propio país ni la de otros países) ganada en el comercio exterior: esto también forma parte de la razón estatal vigente en todos los países hoy día. La economía nacional debe estar y seguir presente en los mercados mundiales, aunque el dinero ganado apenas sea suficiente para costear las importaciones, y aunque falten recursos para más exportaciones competitivas. Los recursos y mercados ajenos deben seguir siendo aprovechables, aunque la oferta de mercancías producidas allí apenas sea competitiva, y aunque sea muy limitada la capacidad de pago de la nación ajena. Los estados esperan que el negocio crediticio transnacional de la banca haga realidad estas desiderata, y otros beneficios más: con la importación de capitales aumenta no solo la capacidad de pago de la nación, sino también la capacidad para el crecimiento económico y para competir con éxito; la deuda soberana se reconoce como capital-dinero si se comercia a nivel internacional; la demanda por la moneda nacional crece y mantiene estable el dinero crediticio nacional. Con la exportación de capitales las empresas nacionales participan en el crecimiento capitalista de otras regiones; acumulan derechos a la riqueza extranjera, en el caso de títulos de deuda del estado incluso garantizados por el poder soberano, que dispone legalmente de la riqueza de su sociedad; la moneda nacional se impone con su uso para inversiones en el extranjero como soporte de valor reconocido a nivel internacional. Un provecho no incluye el otro, pero tampoco lo excluye: los provechos se suman cuando los dueños de dinero extranjeros invierten sus medios monetarios en los anticipos capitalistas de las empresas de un país, en las deudas de su gobierno y en el uniforme nacional del dinero vigente allí, mientras que al mismo tiempo todo el mundo va de cabeza por el crédito del sector financiero de la misma nación y por su dinero crediticio como medio comercial utilizable a nivel universal.

Para que la banca rinda este servicio a los estados, hace falta una multitud de autorizaciones, procedimientos de admisión y controles; también convenios y acuerdos entre los estados que garanticen la reciprocidad o hasta el vigor multilateral o universal de las libertades concedidas. Para los soberanos de un capitalismo desarrollado queda mucho por hacer sobre todo frente a naciones cuyo sistema legal deja mucho que desear desde la exigente perspectiva de una industria financiera moderna o que tienen razones político-económicas o monetarias para restringir las operaciones monetarias transnacionales y prohibir ciertas actividades económicas en general o para intereses ‘foráneos’: estas naciones subdesarrolladas tienen que ser obligadas a respetar las buenas costumbres de la economía financiera, mediante convenios de protección de las inversiones por ejemplo, y mediante un asesoramiento jurídico insistente. Pero entre gobiernos igualmente avanzados también hace falta adoptar medidas de vez en cuando contra la discriminación de los propios comerciantes, pelear por el principio del arancel de la nación más favorecida, y en todo caso fijar qué Hacienda Pública tiene derecho a cobrar impuestos sobre los frutos de un capital-dinero de inversión transnacional.[ 12 ]

La necesidad de tan voluminosa reglamentación resulta de la obligación fundamental a la que se comprometen los estados cuando, fieles a su principio de la convertibilidad de sus dineros crediticios, autorizan al capital a endeudarse, comerciar sus productos financieros y fundar sucursales más allá de la frontera nacional. Abriendo de esta manera el mundo entero como campo de acción al poder privado de la propiedad, garantizado por la fuerza legal limitada a su territorio, y concediendo a los intereses de valorización de la propiedad capitalista del extranjero el acceso a su propia economía nacional, los Poderes Supremos se comprometen mutuamente a convertir la libertad de decisión y de acción del capital en su forma movible, que es el crédito, en la pauta de su razón de estado económica. Con la libertad de acción por todas partes que conceden y garantizan a la riqueza privada, se obligan a sí mismos y a sus iguales a respetar este derecho como un principio del derecho internacional que ata a cada uno en relación con los demás.

En cuanto a la exportación de capitales, esto significa: un estado se vale de otra soberanía con su poder legal soberano para la libre acción de un capital que produce su ganancia fuera de las fronteras nacionales, promocionando por lo tanto también el crecimiento en el extranjero, pero que sobre todo debe beneficiar a él, aumentando la riqueza del país de origen. No sólo explota un empresario particular los recursos extranjeros, sino que una nación aumenta su patrimonio en el extranjero. A la inversa, en el caso de la importación de capital, un estado se incorpora a sí mismo, a saber a su economía nacional, un elemento de riqueza capitalista originado bajo una soberanía extranjera y aún perteneciente al instrumental económico de ésta; en este caso, no sólo se autoriza un negocio particular, sino que se alimenta una soberanía extranjera. Los estados toman en serio tal enlazamiento económico de una manera que va más allá de consideraciones de provecho, como demuestran tanto las restricciones como los objetivos políticos de la transferencia de capitales: la concesión de créditos a otro país crea influencia, sea mucha o poca, y presupone que tal influencia también se conceda; las relaciones de propiedad transnacionales afectan por consiguiente la soberanía nacional. Por lo tanto, ponen la importación de capital muy de principio bajo reservas políticas, la supeditan a aspectos estratégicos y suelen prohibir inversiones extranjeras destinadas a empresas o sectores “sensibles” en cuanto a la política de seguridad.[ 13 ] Estos casos ponen de manifiesto que los estados relativizan la soberanía sobre su base económica ante el derecho de una soberanía extranjera cuando se sirven de fondos monetarios del territorio de ésta.

Lo cual hacen a pesar de todo en el caso normal de manera continua y rutinaria, y no solo de modo selectivo y bilateral, sino entre todos y en general cuando permiten a la banca poner en escena un mercado financiero mundial y garantizan la protección legal necesaria conforme a sus decisiones y acuerdos fundamentales. Con todo esto, se recuerdan mutuamente sus obligaciones de reconocer el poder privado de la propiedad como un derecho inviolable. Las relaciones económicas transnacionales que mantienen las instituciones bancarias entre sí y con su clientela mundial, las transforman los estados en asuntos de su poder soberano, facilitando a los cálculos y actividades económicas particulares una vigencia que ningún soberano es capaz de pasar por alto o de derogar sin más por vía legal. De esta manera “los mercados” conquistan el rango de una instancia supranacional, cuyas actividades informan a los soberanos políticos de lo que sirven sus respectivos países como lugares de inversión de capital.

Con este papel de la banca ya están claros los tododecisivos requisitos que tienen que cumplir los estados con su política económica: para llevar su nación al éxito en la lucha competidora por la riqueza del mundo, tienen que demostrar primero y ante todo que su nación sea digna de crédito – en el doble sentido de que merece el dinero del mundo porque transforma cualquier suma invertida en capital-dinero que se acumula, y de que su dinero crediticio sirve con fiabilidad como medio comercial capitalista. Se reclama por lo tanto una política de crecimiento que tiene que corresponder a exigencias bien contradictorias. Por un lado los estados deben superar a sus iguales en cuanto a las condiciones de la acumulación que ofrecen al capital, lo cual significa efectuar gastos y renunciar a ingresos. Por otro lado tienen que convencer a los mercados financieros del capital ficticio de su nación como mercancía capitalista comerciable de mejor calidad, impresionándoles con un dinero crediticio estable; deben evitar o deshacer todas las consecuencias negativas que tienen las políticas monetaria y presupuestaria orientadas a fomentar con generosidad el crecimiento capitalista para el valor del medio de pago nacional, o sea ahorrar al endeudarse, “dominar” la inflación al fomentar la generación de crédito nacional, y cumplir esta tarea mejor que los demás. Pues cualquier debilidad en cuanto al crecimiento (el registrado como el esperado) y a las consecuencias (las registradas como las que anticipa la especulación) que tiene el endeudamiento de empresas y de cajas estatales para la solidez del crédito nacional y para la estabilidad del dinero crediticio nacional, la constata y la valora la banca; todo esto muy concretamente al fijar el tipo de cambio de la moneda como el tipo del interés que tienen que pagar la economía igual que la Hacienda Pública de una nación para obtener crédito: cualquier falta relativa arrastrará limitaciones de las ya insuficientes “potencias de crecimiento”, en tanto que en el caso inverso la superioridad causa otro incremento adicional de la potencia económica. De este modo se hace valer en la práctica la subordinación de la soberanía monetaria y crediticia de los estados a los criterios de éxito del capital financiero: los estados ya no son libres en la elaboración de su presupuesto, ni al gastar ni al adquirir sus recursos.

Los políticos presupuestarios sacan de este hecho soberanamente las consecuencias para el empleo de su monopolio de fuerza que ellos consideran oportunas. No les basta con estimular el crecimiento y fortalecer la industria exportadora: solo los sectores y las empresas cuya rentabilidad aguanta cualquier comparación internacional son dignos de sobrevivir. Con preferencia se fomentan “campeones” nacionales que garantizan éxitos mundiales por su tamaño y la masa de su ganancia; empresas y sectores enteros que no sirven en este aspecto se sacrifican. Los bancos centrales se dedican a la tarea difícil de atraer el crédito del mundo entero y de estimular la demanda por la moneda nacional ofreciendo buenos intereses, y de impulsar con intereses bajos el crecimiento, sin provocar un “sobrecalentamiento” de la coyuntura y “burbujas” que luego estallan; todo con miras a los competidores que hacen lo mismo. Por lo tanto, la política monetaria tiene la tarea adicional de intervenir con compras y ventas de dinero nacional en los mercados de divisas para modificar la oferta y la demanda –o sea corregir a los mercados– de una manera que la moneda nacional se siga usando a nivel internacional y que al mismo tiempo su valor exterior se mantenga estable. Por fin, la competencia de las naciones por el crédito del mundo agudiza incluso las exigencias al factor trabajo, o sea a una política salarial nacional que mejore continuamente la relación entre el rendimiento y el precio del trabajo. La política social se ve ante el reto de asegurar la explotabilidad del pueblo para las luchas competidoras internacionales, sin derrochar recursos presupuestarios inútilmente en aras del mero sustento de la población que carece de recursos. En las naciones desarrolladas, las establecidas condiciones de asistencia se hacen continuamente insostenibles, y los sistemas para cualificar a la población para las exigencias del negocio mundial se suelen volver insuficientes o deficientes. Por consiguiente, la lucha vital en la sociedad burguesa se instrumentaliza y se escenifica de nuevo de la manera correspondiente.

A las tareas para la política económica en el interior se suman algunos deberes para el programa de la política exterior. Precisamente por conceder tantas libertades y tanto poder económico a la banca –incluso el poder sobre la gerencia del presupuesto estatal–, los estados tienen que cuidar tanto más de la solidez del negocio financiero mundial, procurando que los sistemas legales nacionales y los órganos de control hagan lo necesario. Al mismo tiempo los políticos saben que las empresas afectadas consideran la obligación al negocio sólido como una costosa privación de la libertad y condicionan las decisiones en cuanto a sus sedes nacionales también a las reglas nacionales vigentes para ellas; por lo tanto los gobiernos luchan tanto a favor como en contra de condiciones comerciales de vigor universal para la banca. Los gobiernos de países menos avanzados respecto al sector crediticio protegen además la acumulación del capital en sus países y su propia solvencia mediante el control de divisas, el control de la circulación de capitales o también administrando políticamente el sector bancario o dificultando (quizá incluso prohibiendo) que sea adquirido por potentes instituciones extranjeras. Los dirigentes en las patrias del negocio financiero mundial tienen que defender la libertad de éste, y luchar contra las libertades que se toman sus homólogos. Sin embargo, tampoco quieren que los países aprovechados se vuelvan insolventes; por lo tanto, una gran nación exportadora apoya a sus socios faltos de divisas en el caso dado con préstamos bilaterales en divisas para que puedan seguir funcionando como mercados de consumo – por supuesto no en general, sino para sus empresas exportadoras, lo cual lleva sin falta a conflictos con las costumbres liberales de los mercados mundiales, es decir con las potencias comerciales competidoras. Además, la asistencia al éxito sostenible de sus empresas financieras y demás que operan a nivel mundial induce a los gobiernos de los potentes países capitalistas a entremeterse con créditos a los soberanos extranjeros en la política presupuestaria de éstos en general y en su estimulación del crecimiento en particular –y la situación de los intereses de los jefes de países más débiles les ofrece las oportunidades y las palancas para esta intromisión–. Así se origina una relación interestatal completamente nueva: los estados se convierten en deudores y acreedores los unos para los otros. El soberano que concede crédito a otro está presente como una potencia interesada en el territorio ajeno, no sólo en su calidad de guardián de la propiedad privada de sus dueños de dinero y empresas financieras y de la libertad del capital en general, sino con sus propios fondos estatales. A sus intereses políticos en el extranjero como fuente de riqueza y sus instrumentos políticos de intromisión se suma el derecho al servicio de la deuda, o sea a que el soberano ajeno se convierta en fuente de su enriquecimiento financiero; siendo este derecho la justificación material para reclamar que esta potencia ajena genere la riqueza debida en su país, y para exigir el modo como lo debe hacer. Al estado deudor le quedan, junto a la correspondiente intensificación de los esfuerzos por explotar sus recursos materiales y humanos, la certidumbre de que su acreedor tiene, al menos de principio, un interés en que haya alguna forma de creación de valor en su país, y además la libertad de poder buscar donantes de dinero adicionales o alternativos.[ 14 ] Etcétera.

Los medios monetarios para estas y en general para todo tipo de relaciones financieras entre los Poderes Supremos son, por principio, aquellas monedas que la banca emplea en su mercado mundial como equivalente general. Los bancos centrales usan estas monedas de oficio como monedas de reserva.[ 15 ] Solo la posesión de éstas es la base de la liquidez de las naciones cuya moneda de curso legal no logró conquistar esta cualidad; sus reservas igual que sus deudas se cifran en última instancia en esta clase de divisas. La capacidad de comerciar de los países más débiles se basa entonces en la adquisición de medios financieros que las grandes potencias financieras mundiales introducen en la circulación monetaria mundial. Los emisores de esta categoría de monedas gozan la libertad de poder generar su propia solvencia internacional según sus necesidades. Esta libertad solo es limitada por la existencia de otras monedas de esta misma categoría: cada una es en principio sustituible por otras; por lo tanto, sus creadores también compiten por el interés del mundo financiero. No obstante, la libertad relativa de crear dinero mundialmente reconocido se aprovecha a gran escala; por parte de los emisores estatales, y sobre todo por parte de los creadores profesionales de dinero en todo el mundo. También se debe a la disponibilidad ilimitada de medios comerciales tan buenos que el comercio de éstos haya crecido en dimensiones tan tremendas – produciendo a la par también los límites de su crecimiento.

4.

El crecimiento del negocio especulativo mundial y sus autoproducidos límites: quiebras estatales y crisis financieras.

Las precauciones de los estados para que funcione el sistema financiero global; la clasificación de las naciones según los criterios del capital financiero; la política de las potencias económicas mundiales en tiempos de crisis.

a)

Financiando el comercio transnacional, facilitando la exportación e importación de capitales, estableciendo un mercado financiero mundial y comerciando con divisas, la banca crea multitud de fuentes de ingresos adicionales para sí misma y su clientela. La inseguridad especulativa, propia de sus negocios, no limita su crecimiento a nivel internacional, como tampoco lo hace a nivel nacional; al contrario: ‘riesgos’ son la materia de la acumulación del capital financiero; y su carácter arriesgado como tal es la materia del comercio con seguros y de una gigantesca superestructura de negocios financieros derivados de éstos.[ 16 ] Todos los elementos influyentes en el ‘proceso de creación de valor’ del capital financiero tienen un efecto estimulador para el negocio: las diferencias entre las naciones en cuanto a tasas de crecimiento, tipos de interés, ratios de deuda pública, tasas de inflación, tipos de cambio etc. y además sus presumibles cambios avivan la especulación y amplían el mercado de derivados. El sector financiero crea de esta manera un volumen comercial de considerables dimensiones que contribuye mucho a su poder de decidir sobre la vida económica en las naciones capitalistas; por las buenas y por las malas. Con la perfección de un mercado financiero mundial, la banca multiplica enormemente sus recursos para financiar “activos subyacentes” de todo tipo e incentivar la competencia de las naciones por conquistar cuotas del comercio mundial, por inversiones y por el acceso a las fuentes de riqueza en el mundo entero. Y convierte el curso y los resultados de estos “activos subyacentes” en el objeto de una tasación comparativa de su valor especulativo. Esta decide al final sobre cuánto crédito entra en las esferas nacionales de inversión y cuánto se crea en ellas; además sobre el valor de la riqueza capitalista de las naciones, medido en moneda decisiva; y de esta tasación del valor depende también la posición real de un estado en la competencia por el poder financiero. De esta forma la banca impulsa la acumulación capitalista a nivel mundial y revuelve al mismo tiempo continuamente la jerarquía de las economías nacionales –al menos en las posiciones medias–, procurando el ascenso y el descenso en la competencia mundial. De paso pone naciones enteras en apuros a cada rato, cuando el crédito que invierte en ellas con buenas razones especulativas no compensa su escasez de capital competitivo y de divisas, sino que la aumenta por las exigencias de saldar las deudas, obligando a la soberanía a empeñar todos los bienes de su patria que de cualquier manera se puedan vender.

El poder con el que la banca se sirve de las naciones para su propio crecimiento existe en forma de las monedas respaldadas por las potencias económicas mundiales. Que estas potencias estatales garanticen que su dinero-crédito sea el representante universal de poder dispositivo económico es la condición previa para que este negocio privado pueda crear y aplicar crédito en cantidades ilimitadas y que lo pueda invertir en la creación y comercialización de sus múltiples instrumentos financieros productivos y derivativos, estando seguro de que los frutos que se abona a sí mismo indican una riqueza abstracta vigente y sostenible y de que sirven para todas las funciones que desempeña el dinero en el mundo capitalista. A la inversa, las instituciones financieras con sus negocios enormes son la prueba concreta de que los signos de valor nacionales que emplean son realmente la encarnación del poder dispositivo económico. Que la comunidad de los especuladores los use para emprender sus negocios y confíe en que en ellos estén seguras sus ganancias, los acredita definitivamente como el verdadero dinero mundial: la última consecuencia del principio de la convertibilidad.

Con sus negocios mundiales, las instituciones financieras producen un crecimiento que consiste en ‘riesgos’ edificados uno encima del otro: en promesas de rédito, contabilizadas y activas como riqueza abstracta, que en una parte considerable se acreditan mutuamente. Acumulan cifras comerciales que, suponiendo el curso normal de los negocios, representan un poder financiero real: un poder dispositivo económico, universalmente empleable y empleado en multitud de operaciones comerciales, en manos privadas o públicas: capital en su forma más pura. El hecho de que gran parte de estas cifras estén contabilizadas en operaciones que más o menos se saldan mutuamente; el hecho de que alguna que otra ganancia resulte directamente de las pérdidas de otros participantes del mercado; el hecho de que numerosas especulaciones fracasen: todo esto forma parte de la normalidad en esta esfera.

Sin embargo, forma también parte de la lógica de la acumulación capitalista que el fracaso de negocios no solo deja sin ganancia a su autor, y que los títulos sobre réditos irredimibles no solo perjudican a sus poseedores: los títulos de valor anulados por estos fracasos justifican o aseguran otros títulos de valor; así que los fracasos en un lado ponen en duda el valor de una cantidad indefinida de títulos financieros. Se ve que la acumulación de los valores financieros siempre da la ocasión de convertirse en una reacción en cadena de una anulación de créditos y de la sucesiva destrucción de capital ficticio: la célebre “espiral de devaluación”, acelerada fuertemente –en ocasiones incluso iniciada– por la especulación derivativa con los presumibles efectos negativos. Así se pone de manifiesto que con su acumulación la banca ha producido una sobreacumulación de capital-dinero. Y de la misma manera que su crecimiento convierte todas las naciones en su calidad de esferas de inversión y objetos de la especulación en fuentes de riqueza y las revuelve continuamente como competidores por el capital mundial, su crisis afecta todas las naciones y su competencia por el capital.

Las instituciones financieras actúan en este asunto tan poco igualadoras como lo hacen a lo largo de la acumulación de créditos y capital ficticio. Organizan la devaluación como una prueba especulativa de la resistencia del crédito de las naciones; y estas pruebas se dirigen en primera instancia a candidatos cuyo crecimiento financiado por deudas los especuladores creen con más derecho deber poner en tela de juicio: sea porque en comparación con sus competidores datos tan fundamentales como la tasa de inflación o el aumento de la deuda soberana presenten mal cariz en relación con el crecimiento de la economía y la banca ya haya realizado su juicio crítico subiendo los tipos de interés; sea porque a los profesionales, en algún momento, les parezca exagerada su propia descabellada especulación por el crecimiento futuro en la nación respectiva; sea por lo que sea. Con su propia sobreacumulación se las arregla la banca, para salvaguardar fondos invertidos y rescatarlos por lo menos parcialmente, sacando créditos y capitales de países que ella misma ha utilizado como esfera de inversión especulando por ella. Al mismo tiempo siempre hay potentes actores que hacen progresar la devaluación de la riqueza de naciones enteras al apostar con todos los instrumentos financieros por tipos de interés, la depreciación de títulos de valor y la ruina de monedas nacionales sacando provecho de todo esto y aún más de bancos centrales que tratan de contrarrestar mediante la compra de su propia moneda y de títulos nacionales la devaluación de su crédito y de sus signos de crédito.

También las pérdidas de inversionistas y acreedores son convertidas en una fuente de ganancias por los profesionales del sector de derivados que obtienen un buen rédito de su capital invertido, si proceden con suficiente previsión y presteza. El declive y hasta la quiebra estatal que ayudan a producir enriquece a los especuladores; no vacilan por eso en arruinar completamente esferas locales de la economía. Así puede ocurrir, en caso favorable para el capitalismo mundial, que en la periferia del gran comercio mundial se anulen tanto capital ficticio y tanto caudal monetario, que el mercado financiero global se libere de tanta mercancía dudosa y por eso convertida en superflua que los prestamistas y comerciantes de títulos recuperan su confianza en el crecimiento de sus negocios, que se vuelven a conceder créditos, los unos a los otros, que detienen el circuito de la devaluación e inician un nuevo curso hacia la (sobre-)acumulación. Si logran limitar la crisis financiera a aquellos que tienen en el punto de mira como candidatos a la insolvencia –los cuales no han contribuido necesariamente la mayor parte al exceso considerado como crítico del capital ficticio, o sea a la „burbuja reventada“–, entonces la recesión se considera solo como incidente regional; lo que la comunidad de los especuladores ha entendido como indicio para su inaplacable desconfianza figura como causa felizmente eliminada de la crisis que luego le da su nombre.

Sin embargo, las enormes potencias de acumulación de una industria financiera global también pueden servir para otras evoluciones de la crisis. Los prestamistas también pueden fijar su desconfianza en productos que se han generado y comerciado en los grandes centros capitalistas siendo allí el fundamento de grandes porciones de la riqueza nacional. Entonces la prueba de resistencia se hace normalmente con un ramo o un sector del comercio financiero que acaba de gozar de un boom especial gracias a los especuladores; y si no excede una anulación limitada de valores, entonces el mundo ha sobrevivido a una „burbuja inmobiliaria“ o a una “burbuja punto com” Los prestamistas incluso pueden llegar a armar el derrumbe progresivo del capital-dinero registrado en los grandes centros financieros, a arruinar grandes bancos, a paralizar mundialmente la acumulación del capital y a poner en peligro solvencia y saldos activos de la economía en centros de primera categoría.[ 17 ] También en un caso así se encuentran culpables, posteriormente lo más tarde, cuyo comportamiento incorrecto sirve para probar que una crisis no hubiera sido necesaria en absoluto si todos los actores hubieran seguido actuando con prudencia –pero qué fastidio que hasta la explicación más tonta no preste la seguridad de que en algún futuro el gran negocio crediticio podría funcionar sin crisis. Efectivamente el mundo de la banca presenta pruebas de lo contrario: la riqueza que genera y maneja con tanto éxito explotando el mundo entero se basa en la continuidad de sus negocios y consecuentemente cae en la crisis si hay revocaciones de crédito inoportunas.

Para que el capitalismo global siga su camino sin cambio alguno a pesar de tantas consecuencias negativas de sus operaciones comerciales, o sea pese a alguna que otra quiebra estatal y después de una crisis, sea regional, sectorial o mundial, para eso los negociantes del crédito confían en el poder político: en que los estados con su poder sobre el dinero y el crédito aseguren la solvencia de naciones en bancarrota y que salven al sistema en caso de un colapso total. Y tienen toda la razón. Porque los daños que los bancos causan no solo afectan a la propiedad privada. Asimismo ponen en peligro el poder financiero de los estados – provocando a los Poderes Supremos a demostrar prácticamente que el sistema total del dinero y de los libres mercados mundiales se basa en última instancia en su poder.

b)

Los estados compiten los unos contra los otros por que el capital escoja su economía nacional como esfera de inversión, su dinero como medio de negocios mundiales: éste es el principio supremo de su política económica. El crecimiento que se genera así beneficia en ciertos periodos –en tiempos de un auge general– a muchas naciones. Diferencia –al mismo tiempo y más en fases críticas– los estados en victoriosos y en perdedores que se meten en déficits y deudas siempre más grandes con los medios del negocio crediticio, a veces hasta llegar a la insolvencia estatal. Una y otra vez el crecimiento se transforma en una revocación progresivamente extendida de créditos y una anulación generalizada de riqueza. Políticos de economía perciben las inevitables consecuencias negativas provocadas por el crecimiento del capital financiero internacional como peligro que tienen que prevenir o, si el siniestro es imparable, mitigar y superar constructivamente.

Los problemas de solvencia y más la ruina de un competidor amagan reducir el comercio de las naciones exitosas y, por añadidura, producir pérdidas por las deudas de éste, o sea con bienes en el extranjero de naciones exportadoras de capital. Que los perdedores de la competencia internacional mantengan su capacidad de pago, que guarden o recuperen su dignidad de crédito es por eso el interés de los estados ganadores, en primera línea de aquellos que más se benefician y cuyas monedas funcionan como soporte de valor para el negocio especulativo global. Sobretodo ellos, pero también los otros soberanos cuyas naciones „están integradas en el mercado mundial“, sea en su provecho o en su perjuicio, se sienten incitados a salir en defensa y salvaguardia de la existencia y el funcionamiento del negocio crediticio global contra los efectos que acarrea.

En este sentido el mundo de los estados ha tomado sus medidas. Aquellos estados que tienen que preocuparse de las mayores cantidades de créditos y bienes en el extranjero están inmiscuidos normalmente con préstamos oficiales en la política económica de los países deudores. No se descuidan de los déficits nacionales de los gobiernos que son responsables de ellos, más bien están dispuestos a canjear ayudas financieras contra derechos de explotación de sus riquezas nacionales. De este trato resultan entre las potencias más importantes de la economía mundial y los muchos países notoriamente perdedores en el mercado mundial relaciones clientelistas de diverso matiz llegando hasta la alimentación de estados precarios extranjeros. En caso de que tales estados, pero también otros más importantes, incumplan el servicio de sus deudas con varios prestamistas estatales que calculan con ello no solo en casos excepcionales, las grandes potencias financieras se reúnen en el „Club de París“ y deciden entre ellos sobre reestructuración y quita de deudas; sobre todo desde el punto de vista de evitar que ningún otro estado acreedor esté privilegiado o saque provecho de las propias ayudas para el deudor. Porque bajo las condiciones de la establecida economía crediticia hay esta contradicción permanente en la tutela financiera ejercida por poderes extranjeros sobre países poco competitivos: ayudas para mantener o restablecer su dignidad de crédito afectan su capacidad comercial en general, luego aseguran su utilidad para todos los negociantes internacionales y no garantizan en absoluto el provecho del país donante – lo que lógicamente da lugar a luchas por este provecho entre los acreedores.

Además existe en la ONU un organismo de previsión muy general para todas las naciones el que está dispuesto a intervenir contra la siempre inminente insolvencia de algún estado: el Fondo Monetario Internacional actúa según reglas fijas. Toma los recursos para ello de un fondo alimentado por cada uno de los estados que participan con dinero propio conforme a una fórmula que refleja su potencia económica. Cada estado miembro puede recurrir a fondos para cumplir sus compromisos financieros con el extranjero a razón de su cuota y en proporciones correspondientes a „Derechos Especiales de Giro“ que le han sido asignado.[ 18 ] Que por esta razón los recursos sean muy limitados sobre todo para países poco competitivos, así lo quiere el mandato que no prevé sustituir créditos comerciales por la comunidad internacional, sino hacer superar fases de iliquidez para que se recupere sin tardar una reconocida dignidad de crédito. Cierto, los progresos de la economía mundial exigen desde hace mucho una interpretación extensiva de este mandato fundacional. En caso de ciertas emergencias nacionales que van más allá de ser problemas con la balanza de pagos a corto plazo, el Fondo otorga créditos que exceden en igual medida los „Derechos de Giro“ adquiridos como miembro y mediante el abono de la cuota, y los „Derechos Especiales de Giro“ reglamentarios. Con motivo de tales créditos el Fondo puede endeudarse a discreción con sus miembros solventes. Lo que fue pensado en su origen como ayuda profesional para la eliminación inmediata de déficits en la gestión de deudas soberanas exteriores, ha evolucionado en una especie de régimen supranacional sobre las políticas de presupuesto, comercio exterior y crédito de numerosos miembros del FMI, sobre todo de la categoría de los “países en desarrollo”. Sigue siendo siempre la meta el (re)establecer la dignidad de crédito de la nación asistida, o sea su utilidad para el mundo comercial y con esto para los intereses de crecimiento de todas las potencias de categoría de la economía mundial en su conjunto. Créditos que además tienen por objeto potenciar la productividad nacional los que sin embargo los prestamistas no consideran rentables se pueden obtener del Banco Mundial, entidad asociada al FMI; igualmente según el parecer de expertos imparciales. Resulta de todo eso que todas las naciones se ven integradas firmemente en la economía mundial, por su propia cuenta y con una falta absoluta de consideraciones respecto a los límites de la potencia capitalista de los países; todos enredados en una competencia sin tregua ni cuartel por explotar y ser explotados, y por consecuencia ordenados en una jerarquía según los criterios político-económicos del negocio crediticio.

Anotación.

La posición en la jerarquía de las naciones capitalistas generadoras de dinero crediticio a la que las naciones se han subido o bajado, da la definición de lo que son capaces económicamente, de sus relaciones materiales y de las exigencias que los poderes estatales plantean a sus pueblos para defenderse los unos contra los otros. Con sus esfuerzos en la competencia las naciones se clasifican en variedades bastante disímiles y categorías político-económicas diferenciadas por denominaciones ideológicas, pero cuyo contenido real determina toda su existencia.

Los integrantes de una élite bastante restringida, EEUU a la cabeza, el Japón y las potencias líderes de la UE, o sea los rivales más importantes, se denominan países industriales. La idea de que hay en ellos una cantidad extraordinaria de empresas productoras es expresión de un historial capitalista de éxito que no se limita para nada al capital industrial concentrado allí. Estos países se distinguen más bien por su concluyente dignidad de crédito en dos sentidos: en que la masa, la cuota y la constancia de la acumulación capitalista en sus territorios los convierten en excepcionales lugares de inversión, y en que el capital financiero internacional utiliza sus deudas como capital y aprecia su dinero crediticio como moneda segura para sus ganancias especulativas. Efectivamente caída en desuso está la categoría de „país en desarrollo“ con la que las deficiencias respecto a las exigencias del mercado mundial que caracterizan a la mayoría de los estados soberanos, sobre todo a aquellos estados poco fiables que se fundaron en la posguerra, se han interpretado como la perspectiva esperanzadora de que también saldrían exitosos en algún futuro. Varias naciones originalmente clasificadas entre ellos se clasifican hoy como „países emergentes“, lo que significa prácticamente que los países industriales tienen que tomarlos en serio como rivales en ciertos ramos del comercio de mercancías. Se llaman „emergentes“ porque de un lado el capital financiero los aprecia como mercados para inversiones financieras cuantiosas, prometedoras y hechas para durar; de otro lado son „emergentes“, o sea entrando en existencia puesto que todavía no han conseguido la posición de conquistar con sus deudas y su moneda porciones considerables del negocio financiero y funcionar como fuente y emporio del capital ficticio global.[ 19 ] Otros países en desarrollo pertenecen a la categoría de los países productores de materias primas, lo que caracteriza su papel periférico en el proceso global de valoración capitalista como fuente no de riqueza, sino de un medio material de la producción. La importancia capitalista real de tales países se basa en la atención que les prestan los especuladores de las bolsas de materias primas. Estados petrolíferos, en cambio, se caracterizan no solo por la importancia de su especial producto natural para la economía capitalista mundial y las porciones considerables de la riqueza acumulada en otra parte que acaparan para ellos mismos; aquellos que disponen de los ingresos y existencias en caja relativamente mayores tratan entretanto de subirse a la categoría de los países emergentes o, mediante la masa financiera a su disposición, de crear o convertirse en centros de generación de créditos, de negocio de valores y financiamiento del negocio global. Además hay no pocos estados que por su situación financiera pertenecen al grupo de los 'failing' o hasta de los 'failed states' porque debido a la falta de orden interior no sirven para ninguna clase de inversión especulativa. En tanto que existe allí por lo menos un gobierno reconocido como capaz de obrar, éste debe su actuación a nivel internacional en el mejor de los casos al dinero del FMI y del Banco Mundial, por lo demás a los donativos de grandes potencias del mercado mundial que se meten en gastos para el sustento de alguna jefatura política en la región y que contabilizan sus expensas como crédito a un soberano extranjero. Etcétera. Naturalmente cada estado es un caso particular. Pero todos son casos particulares de un mundo donde hace estragos la competencia de las naciones por crédito y potencia financiera de los estados.

*

Con su competencia por mejorar su posición en la jerarquía de las potencias capitalistas los estados siempre producen el efecto siguiente: la acumulación de los capitales en los negocios exitosos de su país, la comercialización de sus deudas como capital ficticio y la emisión de dinero crediticio por los bancos comerciales con ayuda de sus bancos de emisión multiplican globalmente las operaciones crediticias; hasta anular periódicamente, una y otra vez, porciones más o menos grandes del capital acumulado. Tales crisis ocurren con bastante regularidad, pero las potencias decisivas de la economía mundial las perciben, definen y tratan cada vez, según motivo y dimensión, como un problema particular. En el caso más grave –cuando todo el negocio mundial de créditos está en peligro– los estados recurren forzosamente a su última y más gruesa arma sustituyendo los fondos desvalorizados del negocio financiero y los medios de pago que los bancos ya no reconocen entre sí, por su autoridad: por garantías del estado y la facilitación de liquidez por parte de sus bancos emisores –una notable puntualización respecto al 'fetiche' del mundo burgués en el sentido de que en última instancia el poder privado del dinero de nada depende si no de su monopolio del poder–. Claro que hacen esta aclaración en la forma propia al sistema anotándose este acto de su poder como deuda soberana. Autorizan a la banca rescatada por la fuerza a aplicar a estas deudas sus criterios de comparación económicos, supeditando de esta manera la vigencia real de sus garantías soberanas y de los medios de pago puestos en circulación al juicio crítico de los financieros, o sea a la certificación práctica como útiles medios comerciales. A base de esta dependencia –y como siempre atendiendo a que sus deudas y su país sean solicitados por los capitalistas– los estados compiten por la distribución de los daños que la crisis financiera produce para la riqueza capitalista de su nación, y de las cargas que resultan de que su intervención contra la desvalorización progresiva de bienes privados, y la provisión de medios de pago conforme a las reglas de la maña financiera, generan compromisos financieros que se tienen que cumplir.[ 20 ]

El resultado del esfuerzo para superar la crisis es el inicio del próximo ciclo de la (sobre)acumulación capitalista; a base de nuevos términos del negocio. A veces se modifican las reglas de la competencia internacional. De todas formas se retocan los instrumentos nacionales para la competencia: criterios más severos respecto de la rentabilidad procuran una nueva clasificación de los ramos económicos y de las empresas y el cribado exigente de la fuerza laboral. La crisis misma, sus consecuencias, los éxitos y fracasos nacionales en su superación repercuten sobre la posición de los países en la jerarquía de la economía mundial que éstos se esfuerzan en mejorar de todos modos. Bien es verdad que –hasta ahora– ni las crisis ni cambios en la jerarquía han perjudicado fundamentalmente el sistema establecido de la competencia por el poder del dinero; por una causa, sin embargo, que no es seguro del todo que se mantenga: todavía no se ha cuestionado tanto la posición de las potencias líderes (con monedas acreditadas como monedas mundiales) de manera que estas potencias se hubiesen visto en la necesidad de cancelar términos decisivos del negocio. Pero no hay garantías para el mantenimiento de una posición tope que se conquistó una vez. Y aún menos seguro es que el sistema garantice que el descontento notorio de sus miembros más importantes no se vuelva fundamental en alguna ocasión. Su política de crisis ya se acerca de vez en cuando al rechazo de principios del régimen actual de la competencia. Bien es verdad que este sistema es de una destacada estabilidad. Pero es creación de potencias mundiales que calculan con el provecho que les brinda y que por eso es tan duradera como sus cálculos de que así consigan explotar mejor los estados del mundo para su poder global.

5.

El régimen global del capital financiero: obra y fuerza productiva del régimen político de la superpotencia estadounidense sobre el mundo.

La competencia de las naciones por la riqueza capitalista conforme a las reglas, necesidades y condiciones del crecimiento, en pocas palabras: a los intereses del capital financiero se denomina orden mundial. Esto significa que prácticamente todos los estados del mundo moderno ejecutan su política con arreglo a esta competencia a la que por eso están subordinadas las condiciones de vivir y de sobrevivir – y que esto se considera bien ordenado así.

Esta organización del mundo se basa en la fuerza. No solo en el monopolio de la fuerza que usan los estados en el interior al obligar a sus pueblos a sujetarse al poder privado del dinero como único medio de sustento; cosa que se sobreentiende. Los estados actúan también entre sí como guardianes del derecho creado entre ellos, como poderes soberanos, cuando con la admisión de negocios transnacionales y el establecimiento de un mercado financiero internacional se comprometen mutuamente a ejercer su materialismo nacional en la competencia por el crédito. De este modo exigen los unos a los otros que relativicen su control soberano de las condiciones, los criterios de éxito y los medios finalmente decisivos de su existencia económica: una subordinación de la libre voluntad de estados soberanos, practicada por motivo de un provecho político-económico, pero basada y afianzada en el poder de coerción que los estados pueden usar para obligarse mutuamente a cumplir los compromisos contraídos y a respetar derechos adquiridos. No es que los negocios transnacionales sean solo tan seguros como la garantía por los medios de fuerza que los soberanos comprometidos aprestan los unos contra los otros: el mercado mundial en general presupone una garantía de las relaciones jurídicas –del principio de que 'contratos se deben cumplir'– de parte de los muchos estados que comercian entre sí. Y en particular el régimen global firmemente establecido del crédito se basa en que una potencia mundialmente respetada asegura el acatamiento del orden jurídico internacional que entraña –entre otros y no en última instancia– los principios de la economía política del capital financiero. Donde está domiciliada esta potencia, esto lo señala bien claramente el cuarteto de las monedas mundiales 'libremente utilizables': el signatario y garante del reglamento imperante de la economía mundial es la “superpotencia” militar estadounidense junta con la alianza estratégica que ha concertado con las potencias líderes de Europa y con la potencia capitalista en el otro extremo del continente asiático.

Esta alianza es el resultado de dos guerras mundiales –de una guerra „caliente“ y de otra „fría“– que han establecido las relaciones globales de poder que han procurado su vigencia al actual derecho internacional y su poder a las instituciones supranacionales codificadas en él, garantizando así el dominio del reglamento capitalista en la comunidad internacional. Pues sí que hubo alternativas. Una de ellas acabó de existir „realmente“ en una parte del mundo hace solo dos décadas, como campo socialista bajo el régimen de una segunda “superpotencia”. Organizó la relación entre pueblo y estado aplicando otros principios jurídicos que los rivales capitalistas, a saber principios de planificación y dirección de industria y comercio para el bien del pueblo; estableció y siempre buscó entablar relaciones internacionales con sus clientes conforme al patrón de vasallaje partidista. También hubo un comercio transnacional que, sin embargo, no se orientaba en realidad por la ganancia sino por las normas, bastante contradictorias, de una „división internacional del trabajo“ y practicaba la „solidaridad internacional“ con „pueblos oprimidos“.[ 21 ] En cuanto a la otra alternativa, mucho menos discrepante, la practicaron durante décadas las mismas potencias líderes de la moderna economía mundial. Conquistaron „imperios coloniales“, es decir países por lejos que estuviesen de sus territorios tradicionales, que doblegaron a su dominio para instalar en ellos condiciones de acumulación para su clase capitalista nacional. La soberanía sobre países y pueblos más allá de las propias fronteras fue la condición sobreentendida para invertir y hacer operar propiedad capitalista allí en gran escala. De ahí que el mundo se repartiera en varios grupos de países provistos de un sistema jurídico que discriminaba entre el centro soberano y la periferia sojuzgada que se orientaba económicamente por completo hacia su metrópoli. Naturalmente, estos dominios coloniales mantenían entre sí y también con los otros países capitalistas relaciones de derecho internacional basadas sobre su mutuo reconocimiento; y sobre este fundamento se hicieron el comercio y las operaciones crediticias necesarias para eso, incluyendo negocios con empréstitos, compras de empresas e inversiones. Pero no se trataba de un régimen establecido por vía jurídica sobre una „comunidad internacional“ constituida de estados soberanos; y por lo tanto tampoco existía lo que es constitutivo para la competencia moderna de los estados: el libre uso de la riqueza nacional como capital prestado en territorios de otras soberanías y la competencia de estados soberanos por la adjudicación nacional de créditos generados a nivel internacional bajo la dirección de instituciones supranacionales.

Pues bien, los estados pueden hallarse „ordenados“ también así Y no es verdad que el orden de la libre competencia entre estados soberanos y la economía del libre comercio de créditos „se“ haya impuesto sobre las alternativas referidas. Para superar el colonialismo hacían falta nada menos que una Segunda Guerra Mundial y a continuación las más violentas guerras coloniales, respectivamente de liberación en todas partes del mundo: la victoria de los aliados en la Guerra Mundial frustró el proyecto de la potencia militar japonesa y de la Alemania nazi que planeaban forzar con sus conquistas la redistribución del mundo bajo su mandato; y además arruinó las democráticas potencias coloniales de Europa. Estas últimas no pudieron, ni con un máximo de violencia, restaurar sus imperios; no solamente a causa de las revueltas en sus posesiones, sino sobre todo por dos razones radicadas en la política internacional. El uno de los aliados de la Guerra Mundial fomentó conforme a su alternativa socialista las aspiraciones de emancipación anticolonialistas y los movimientos de liberación prestando ayuda económica, militar y moral. El otro, el victorioso imperio estadounidense, fuera de competencia entre las naciones capitalistas, siguió el otro camino restaurando en el mundo devastado condiciones útiles para el capitalismo: integró a los enemigos derrotados, a los aliados capitalistas así como la mayoría de los soberanos nuevamente creados en un sistema jurídico cuyo contenido económico, a saber un sistema de competencia de libres mercados de mercancías y monedas, fue estipulado en Bretton Woods y a continuación resueltamente institucionalizado; ganar de manera capitalista se podía el dólar, equivalente al oro en principio. No fue mediante su amabilidad y su fuerza persuasiva que EEUU han logrado comprometer a los estados a adherirse a este régimen político-económico, sino otra vez con una estrategia de guerra mundial: el impacto de la confrontación militar con la Unión Soviética, la preparación de una guerra global nuclear que planteaba necesidades de protección a todas las potencias capitalistas superando por mucho sus facultades militares para satisfacerlas, procuraba una fidelidad inquebrantable a la alianza equivalente a la que existe en condiciones de guerra real. Esta guerra „fría“ se hacía con muchas guerras subsidiarias „calientes“ en frentes del “Tercer Mundo” así como en forma de una “carrera armamentística” en categorías tan exquisitas como „capacidad de primero y segundo ataque“, „aniquilamiento mutuo asegurado“ mediante „overkill“, a saber con la opción del aniquilamiento múltiple del género humano, „militarización del espacio cósmico cerca de la Tierra“ etc.; de esta manera se „defendía la libertad“ de la que el capital financiero sabe servirse con efecto contundente. El enemigo soviético, tan útil para el mantenimiento de la alianza forjada por EEUU, acabó por no aguantar más la confrontación dándola por perdida –documento notable de la eficiencia no solo de la estrategia implacable del mundo occidental para hacer la guerra mundial, sino también del sistema de la economía de mercado que suministraba los medios necesarios para esta estrategia–.

La demanda de potencia militar y de su desarrollo cualitativo por los estados protagonistas ha cambiado desde entonces, abandonando los escenarios de guerra atómica mundial, pero no ha menguado, al contrario. Este hecho y las diversas actividades bélicas de las grandes potencias del orden mundial dan fe de la permanente necesidad de armarse y quedar dispuesto a la guerra para asegurar la paz mundial que tanto hace falta a la economía de mercado global; una paz definida por la libertad universal de los negocios y de la competencia de los estados por sus beneficios. Enseñan al mismo tiempo las propiedades de la fuerza necesaria para ello y como se pone en obra. No como policía que entra en acción transfronteriza para ejecutar derechos de propiedad –si no en ocasiones marginales, para combatir alguna nueva piratería– Tampoco como fuerza militar que ocupa territorios y fuentes de riqueza –si no en casos excepcionales, para apoyar guerras fundacionales de nuevos estados consideradas de utilidad–. La fuerza que asegura la paz mundial moderna actúa como vigilancia global del uso de la fuerza entre las naciones y, dado el caso, también de su uso en el interior. Su empleo, sea en forma de amenaza efectiva o en la práctica, se rige según criterios de estrategia global: los requisitos de un control eficaz sobre las relaciones de fuerza entre los estados y de sus modificaciones. Todos los estados potentes reivindican tal competencia de control. Única nación capaz de ello en la época postsoviética, EEUU la hacen realidad sirviendo de modelo y medida. Relacionan consigo mismo y su poder de control cualquier maniobra al respecto del resto de los estados y se reservan el derecho de intervenir. Organizan su vigilancia ubicua, o en caso dado su intervención, de manera que integran el mayor número de estados posible como participantes en su régimen de control y sobre todo aquellos pocos que aspiran a decidir por su propia cuenta sobre las reclamaciones de derechos, posiblemente por la fuerza, que se plantean los estados los unos contra los otros. Su participación puede realizarse en forma de firmes alianzas –estando bien claro que su firmeza dependerá de la amenaza que presenta un enemigo reconocido como común–. Puede ser una „alianza de la voluntad“ forjada ad hoc o finalmente una oferta también a estados más bien alejados para que colaboren con la potencia mundial en el control de las relaciones de fuerza internacionales y en el desarrollo de la paz mundial, con mucha más eficiencia que si lo hicieran por cuenta propia. Porque esta es la base y la condición fundamental de la invitación constantemente renovada a la cooperación estratégica: que hasta los mayores rivales tangan una capacidad muy inferior a EEUU en sus intentos de hacer valer su influencia sobre la definición y la evolución de las relaciones de fuerza extranjeras, de amenazar de manera efectiva y ofrecer sólidas garantías militares de seguridad, o sea que sin EEUU tienen pocas posibilidades y contra ellos, ningunas en absoluto.

Constan ya con eso las pretensiones que dan la medida del armamento de EEUU y de su preparación a la guerra – o sea de cantidad y calidad de la fuerza militar que necesita el orden de la paz mundial. Como potencia que asegura esa paz EEUU deben estar presentes en cada región del mundo con una fuerza militar superior a cualquier enemigo imaginable y ser capaces de derrotarlo en su lugar y disuadir al mismo tiempo a terceras potencias de inmiscuirse eficazmente en contra de ellos. Motivos de intervención siempre existen –los competidores estatales no paran de producirlos–; la superpotencia evalúa los casos, se reserva el derecho de darles la debida importancia, define a no pocos empleos de fuerza en el mundo, al contemplar su trascendencia estratégica, como casos de guerra, haciendo de ellos ejemplos de „Shock and Awe“; así se conservan la credibilidad de su disposición a la guerra y la fuerza de persuasión de su poder militar. Este trabajo de ser omnipresente en permanencia como potencia-guardián de la paz universal, de superioridad indiscutible, trae para EEUU la necesidad de estar un paso cualitativamente decisivo delante de los otros lo que impulsa incesante y excesivamente el progreso tecnológico correspondiente. En cuanto a los esfuerzos de la superpotencia de hacerse aliados en todo el mundo, el nivel de desarrollo de su armamento es una palanca decisiva: si un estado del siglo XXI quiere ser percibido como potencia soberana, respetada por sus semejantes e interesante para la superpotencia, entonces necesita herramienta militar que normalmente pocas naciones son capaces de desarrollar y producir y en que los norteamericanos son líderes en hacerlas siempre más efectivas. Los otros estados se esfuerzan por conseguir sus armas y la mayoría de ellos están dispuestos a pagar no solo con dinero sino también con su voluntad de integrarse en el régimen americano de control.

Este régimen garantiza el reconocimiento general de los principios jurídicos y la autoridad de las instituciones supranacionales, o sea la vigencia del reglamento que rige la competencia que los estados ejercen los unos contra los otros –en general pacíficamente; en términos de guerra solo excepcionalmente, si la superpotencia les otorga la licencia o hasta el momento en que intervenga empleando medios de fuerza superiores o con una „coalición de la voluntad“ y un mandato internacional–. Este reglamento comprende, en parte implícitamente, el catálogo de derechos y deberes que son la base de las imposiciones político-económicas que los estados se plantean mutuamente en su competencia por el crédito, catálogo que funciona por lo tanto como base jurídica para las actividades del mundo financiero. De esta manera y en este sentido el capitalismo globalizado debe su existencia a la fuerza militar de EEUU. Este sistema económico le renta a su potencia garante los medios financieros para perfeccionar constantemente su aparato de fuerza: una riqueza abstracta que permite a EEUU el desarrollo, la adquisición masiva y el empleo adecuado de material bélico siempre nuevo y más perfecto. Esta fuerza productiva muy especial de la economía de mercado se basa en que no solamente la producción de armamento –y entretanto también la facilitación de personal armado– es un negocio magnífico para productores y patronos capitalistas. Las deudas con las que paga el estado su aparato de fuerza y a sus proveedores son, según las reglas de este sistema, riqueza seria, en forma de capital-dinero ficticio, mundialmente negociable. La industria crediticia hace de los gastos estatales por puros actos de destrucción, despilfarro en su forma más brutal, una fuente de títulos de propiedad que sirven para inversiones de poseedores de dinero de todo el mundo. Estos títulos contribuyen al crecimiento de los negocios en cuya productividad capitalista se comprometen los mercaderes del dinero con su mercado financiero global haciendo comprometerse en ella a todas las naciones que usan el dinero crediticio de la superpotencia como su medio de negocio internacional y como su moneda de reserva. El sistema organiza no solo el enriquecimiento de las potencias líderes; hace de los gastos por la dominación mundial misma una fuente de riqueza financiera haciendo responder económicamente por su rendimiento a todos los estados del mundo con su interés financiero en la economía de mercado. Así capacita a su usufructuario principal a acumular el poder bélico en que se basa la imposición y el mantenimiento del orden del mundo hecho a la medida de la superpotencia. Que este sistema dependa por su parte del poder americano de ordenar el mundo; que el régimen económico por particulares no se base en el consenso voluntario irrevocable de las potencias participantes, sino en la vigencia sin alternativa del reglamento instalado por EEUU y en que los estados definan y ejecuten su materialismo conforme a esta condición: esto por lo demás lo tienen bien claro sin más teoría los comerciantes de dinero y crédito. Son ellos mismos que tienen en cuenta, cuando especulan, las condiciones del manejo del poder en el mundo de los estados. Mientras tengan confianza en el poder americano de disuasión, no dudan en refugiarse en el dólar tan pronto como se formen algunos frentes estratégicos e inseguridades en alguna parte.

EEUU han establecido un régimen sobre los estados que no rechaza el interés de estos, sino que los manda seguir el camino de la competencia; una libre competencia a la que EEUU prescribe el contenido y las condiciones de éxito. A todos los estados y especialmente a sus rivales poderosos la “superpotencia” les hace la oferta de colaborar en su régimen de control sobre la gestión global del poder – en ningún otro que no sea aquel bajo su tutela, en éste sin embargo sí con intereses y objetivos propios, siempre sujetos a aportaciones constructivas. El sistema, establecido bajo este régimen, en el que rige la competencia económica por el poder financiero, ofrece también a cada estado su oportunidad de éxito, hasta admite que los más fuertes luchen por ponerse a la cabeza de la jerarquía económica, o sea que compitan por alzarse al rango de potencia económica igual que el de EEUU –los europeos trabajan en esto desde hace tiempo; a la RP China se considera hoy como el candidato con las mejores perspectivas–. El sistema recompensa el éxito en la competencia, o sea sobre todo él de la superpotencia que pone las condiciones. Este es el secreto del éxito del imperialismo moderno de EEUU.

De hecho, es propio también del sistema el que no garantiza en modo alguno automáticamente su enorme éxito a la superpotencia. Sus mismos líderes lo saben perfectamente. En todo caso, luchan sin parar, incluso desde su posición de fuerza inalcanzable, por su rango supremo en la economía y a la vez por su monopolio en que son ellos quienes determinan las relaciones de poder entre los estados.

 


Notas:

[ 1 ] La forma de cómo el estado moderno se sirve en su territorio del poder del capital financiero, garantizando legalmente la lógica capitalista y las necesidades del interés de este negocio, las consecuencias y cómo éstas son tratadas por parte de una soberanía moderna – todo ello se ha explicado en la parte anterior de este artículo: El capital financiero III. La relevancia ‚sistémica’ del negocio financiero y el poder público.

[ 2 ] La manera como un banco central se hace con divisas –por regla general provienen de los negocios de sus comerciantes nacionales de dinero, y además prestadas de otros bancos centrales y de instituciones supranacionales–; las reglas según las cuales un banco central amontona y entrega divisas; el volumen de sus operaciones en divisas en relación con las de los bancos comerciales; las formas en las que guarda y controla sus saldos activos de divisas –al fin y al cabo, normalmente no apila fajos de billetes–; los fines de la política monetaria que el banco central persigue en sus prácticas comerciales de cada día; también el hecho de que quedaría comprobada la falta de solvencia internacional de la economía nacional y particularmente del banco central competente en el caso que los guardianes del dinero de una nación realmente sean obligados a hacer constar su liquidez internacional: todo esto no tiene importancia para el principio de la garantizada convertibilidad de los dineros crediticios nacionales, del que aquí se habla. Tratamos aquí de la base fundamental, normalmente dada por supuesta, de que la banca ponga en escena un negocio global con su poder de crear dinero crediticio. Para ello es necesario que los estados no solo acuerden formalmente la intercambiabilidad del dinero crediticio aprobado por ellos como medio de pago nacional, sino que también la garanticen materialmente –de principio, y de hecho según las reglas que establecen para ello–.

[ 3 ] El oro ya dejó de servir como equivalente internacional; en su calidad de artículo “equivalente de efectivo”, su posesión refuerza la capacidad de un banco central de garantizar la cualidad dinero de sus signos de valor: “El oro forma una parte esencial en las reservas monetarias de la nación. Sirve para dar crédito a la garantía monetaria hacia fuera y hacia el interior, teniendo así una función garantizadora de fiabilidad y estabilidad.” (Banco Federal de Alemania, Die Deutsche Bundesbank. Aufgabenfelder, Rechtlicher Rahmen, Geschichte, Fráncfort 2006, p.181)

[ 4 ] El hecho de que este efecto diste mucho de estar garantizado, de que los mercados de dinero puedan decepcionar al creador de una moneda convertible al fijar su valor de cambio, quizá cuestionar por completo la utilidad comercial de una moneda, forma parte de la internacionalización del medio comercial capitalista de las diferentes naciones. Entonces quizá realmente se exija al banco central competente que cumpla con su garantía de cambiar su propio dinero, diezmando su reserva de divisas o poniendo a prueba su capacidad para reunir divisas: señales de que el mundo comercial ya no reconoce su medio de pago como dinero convertible, sino que lo toma como mero signo de crédito y que considera dudoso el negocio nacional de crédito que representa. Para salvar la convertibilidad de un tal dinero se necesitan los estados con el mejor dinero – lo cual abre un tema que se tratará más tarde.

[ 5 ] El ejemplo más reciente para este impacto político de la convertibilidad, y quizá el más tremendo de la historia, es la transformación contrarrevolucionaria de la economía soviética: como si fuese una modernización meramente técnica de su economía, expertos nativos y consejeros de Occidente instaron a los reformadores radicales del ‚sistema de planificación y dirección’ del ‚socialismo real’ a que establecieran la convertibilidad de su dinero nacional y su liberalización para un moderno negocio bancario transnacional; y se hizo el paso, considerado necesario bajo estos augurios, a la internacionalización de la moneda. En realidad se firmó con esto la sentencia de destruir la palanca de planificación del sistema soviético, que era el dinero socialista, y de arruinar cualquier planificación económica; se inició así el camino irrevocable a la sumisión de los países del ‚Consejo de Ayuda Mutua Económica’ (CAME) a la dominación del capital financiero en forma de „oligarcas“ nativos, bancos occidentales y demás empresas amantes de la libertad.

[ 6 ] Hasta los bancos centrales –por lo menos aquellos que no tienen que preocuparse de su liquidez– gestionan su tesoro de divisas de la manera más provechosa posible: “La mayor parte de las reservas de divisas del Banco Federal se encuentran invertidas en títulos a renta fija del Tesoro de EEUU depositados en el Federal Reserve Bank de Nueva York. Una pequeña parte de la cartera de dólares estadounidenses está invertida en títulos a renta fija de otros emisores de la más alta calidad crediticia. Además el Banco Federal invierte reservas de divisas en forma de depósitos temporales a corto plazo en ciertos bancos comerciales. Realiza asimismo transacciones de recompra. Tiene reservas de yen en forma de valores de renta fija del Estado de Japón o invertidas en el Banco de Japón.

La gestión de las reservas de divisas se realiza según un enfoque polifásico. Primero el Consejo de Administración toma las decisiones estratégicas debiendo encontrar el equilibrio entre los criterios de rendimiento, liquidez y riesgo. Como criterios fundamentales de la política de inversión prescribe cantidad y estructura de las reservas de divisas y también la gama de los instrumentos aplicables, establece el marco de los límites de los riesgos de tipos de interés, liquidez y créditos y determina la organización de la gestión operativa de las inversiones.” (del ya citado folleto del Banco Federal sobre el Banco Federal, p. 180)

[ 7 ] Esto Marx ya lo sabía – otra vez; a consultar p.ej. en El Capital II, cap. 17.II, p.309/310

[ 8 ] Para ello, los bancos ofrecen a sus clientes comerciales diferentes alternativas. Con un negocio de opción el cliente adquiere el derecho a vender o comprar por el tipo de cambio actual o actualmente fijado una suma en moneda extranjera que espera o que tiene que pagar en una fecha futura; el banco asume el riesgo de una relación empeorada o mejorada del tipo y cobra un premio acorde con el riesgo. En el caso de un contrato a plazo con divisas el banco modifica el tipo de cambio actual –la ‘cotización de caja’– por la diferencia entre los intereses interbancarios que se deben calcular por la suma en moneda nacional y aquellos por la correspondiente suma en moneda extranjera hasta el momento del cumplimiento del contrato; con el efecto de que un tipo de interés mayor, que se suele cobrar en el caso de una moneda inferior con tendencia a la devaluación, hace más barata la compra de la moneda extranjera en una fecha futura en la medida de la diferencia del tipo de interés, y hace más cara su venta. Etcétera.

 Para los bancos, tales negocios de aseguramiento constituyen la base provechosa, pero en sí aburrida para una gigantesca superestructura de negocios especulativos de clase ‘derivada’, que se integrarán en el capítulo 4 de este apartado.

[ 9 ] Para las intervenciones necesarias, tanto las medidas “estabilizadoras” como las correcciones de los tipos de cambio que consideran oportunas, los estados elaboraron un repertorio de instrumentos bajo el régimen del Fondo Monetario Internacional. Lo más importante son los diferentes regímenes cambiarios, que responden a distintos apuros y objetivos político-económicos de la nación: los estados que no tienen problemas al demostrar su solvencia internacional y que encuentran su industria nacional en una buena posición en la competencia por el dinero del mundo, ceden la tasación de su dinero crediticio a la competencia de los comerciantes de dinero y exigen lo mismo de sus socios más débiles; éstos prefieren un reglamento con tipos de cambio fijados por el estado y con normas que obligan por ejemplo a la banca nacional a que entregue las divisas adquiridas a una instancia estatal, o que limitan, encarecen o abaratan el acceso a las divisas por regla general o según el uso previsto, etc.

 El Banco Central de Alemania detalla en una lista con fecha del 31-12-2001 “regímenes en forma de ‘currency board’ (cajas de conversión)” y “otros regímenes convencionales con tipos de cambio fijo (incluidos los tipos fijados de facto con flotación controlada) –el país vincula su moneda (de manera formal o de facto), a un tipo de cambio fijo, a una moneda importante o una canasta de monedas, el tipo de cambio fluctúa dentro de un estrecho margen de menos del 1% en torno a un tipo central–“, “tipos de cambio fijo dentro de bandas horizontales”, “Ajustes periódicos de pequeña magnitud”, “tipos de cambio dentro de bandas de fluctuación”, “flotación dirigida sin una trayectoria preanunciada del tipo de cambio” –de la cual se conocen 42 casos– y por fin –en 40 casos– “flotación independiente – la tasa de cambio está determinada por el mercado, con posibles intervenciones en los mercados de divisas que tienen por objetivo moderar la tasa de variación y evitar fluctuaciones excesivas, pero no establecer un nivel determinado.” (Weltweite Organisationen und Gremien im Bereich von Währungen und Wirtschaft, 2003, p.27)

[ 10 ] Los expertos capitalistas comprenden bajo este término “la coincidencia (ideal) de los mercados en los que se ofrecen y se demandan dinero, capital, crédito, títulos de valor, divisas etc.” (Büschgen: Das kleine Bank-Lexikon, Dusseldorf 2006). Con semejante falta de diferenciación usamos este término a continuación. Las diferenciaciones que ofrecen los expertos a base de esta definición se orientan según criterios que al parecer son interesantes para realizar los negocios en asuntos como “estructuras de plazo, grado de organización, participantes de mercado, objetos comerciadas y además –con referencia a los mercados internacionales– divisas o regiones.” (loc.cit. p.367) Para la comprensión político-económica de este sector, otras diferencias nos resultan más importantes, a saber entre el capital prestado, el capital ficticio y los valores derivados, diferenciaciones que se han hecho en la parte segunda de este artículo –en qué sentido y para qué resultan importantes ojalá se pueda ver al seguir la argumentación–. Cuando en esta explicación hablamos del “mercado de capitales” o del “negocio crediticio internacional”, no lo hacemos para proponer una diferenciación de mercados parciales como en las Ciencias Económicas, sino para que los términos recuerden a nuestros lectores diferentes aspectos de la economía capitalista de deudas (otro término más que tampoco diferencia).

[ 11 ] Los comerciantes de dinero realizan el mutuo cambio de la gran mayoría de las monedas a través del cambio por el dinero crediticio de una de las grandes potencias financieras mundiales y la posterior compra de la moneda deseada mediante estas divisas. Estas adquieren así su denominación científica como ‘moneda vehicular’. El hecho de que hay más que una de éstas, que se mide la una en la otra y que varían los tipos de una en relación con la otra, vuelve a hacer el comercio con divisas un poco más complejo, pero sobre todo lo hace interesante para los niveles superiores de la especulación, que se mencionarán en el siguiente capítulo 4.

[ 12 ] En el siguiente texto, las diferentes formas de la transferencia de capitales de un país a otro –sea mediante la concesión de créditos, la fundación de una empresa, inversiones en carteras de valor o lo que sea– se meterán todos en el mismo saco, porque lo único importante es que un mismo capital opera en un lado de la frontera como anticipo para un proceso de valorización capitalista, y en el otro lado como un título legal sobre réditos: una duplicación que origina no solo una relación crediticia entre personas particulares, sino una obligación entre estados. En qué sector y con cuánto éxito este capital opera en el país, si sigue existiendo en su país de origen como parte del balance empresarial, como obligación, como capital ficticio convertido en mercancía o en otra forma cualquiera: todo esto tiene sin duda gran importancia para la empresa, y el estado también lo registra en diferentes categorías de su balanza comercial. Para la relación entre el derecho del que dota la propiedad privada capitalista bajo su soberanía, y la exigencia hacia otros estados de respetar este derecho cuando autoriza al capital, tanto al “nativo” como al extranjero, a desarrollar sus actividades transnacionales –y esta relación es la que nos proponemos estudiar aquí–, todo esto no tiene importancia: se trata de desarrollar el carácter general de esta peculiar situación jurídica.

 Ésta se encuentra codificada, dicho sea de paso, en los contratos fundacionales del sistema de ‘Bretton Woods’. Desde entonces ha sido elaborada conforme a la convicción de que un capital, sea cual fuere su origen, debe tener derecho a actuar libremente en cualquier país según la legislación de éste – y que todas las legislaciones nacionales deben conceder al capital la misma libertad de acción como la que está acostumbrado a tener en los países capitalistas más exitosos.

[ 13 ] En sus convenios oficiales sobre la ilimitada libertad de acción del capital, los soberanos se conceden también oficialmente estas reservas. Sirva de ejemplo el artículo 3 del OCDE Código de Liberalización de Movimientos de Capital:

“Las disposiciones de este Código no impedirán que un miembro tome las medidas que considere necesarias para
i) mantener el orden público o la protección de la salud, la moral y la seguridad públicas;
ii) la protección de sus intereses esenciales de seguridad;
iii) el cumplimiento de sus obligaciones en cuanto a la paz y la seguridad internacionales.”

[ 14 ] Las relaciones clientelistas que suelen resultar de este tipo de relaciones interestatales se critican de vez en cuando como una repetición del colonialismo. De hecho, las potencias coloniales sometieron países ajenos a su soberanía política, concediendo y realizando por iniciativa propia inversiones para que la tierra conquistada pueda ser aprovechada como fuente de riqueza. La manera actual de aprovechar estados ajenos –a saber por vías y a base de crédito estatal y servicios de la deuda– deja la soberanía política y con ella todos los esfuerzos para convertir el país en una fuente de dinero en manos del deudor. El soberano ajeno se responsabiliza con su monopolio de fuerza del servicio de su país para el derecho del propietario al enriquecimiento. Este es el gran avance en la historia de la humanidad del siglo pasado. El capítulo 5 volverá a considerar este tema.

[ 15 ] El FMI –tema del siguiente capítulo 4– conoce los dineros crediticios favorecidos en los mercados mundiales como “moneda de libre uso” (Art.XXXf del Convenio Constitutivo del FMI). Se consideran como tales, de momento, el dólar estadounidense, el euro, el yen japonés y la libra británica.

[ 16 ] Explicar los principios de esta esfera de negocios, en que el sector financiero especula con las oportunidades y riesgos creados por él mismo como tales, es el propósito del capítulo 5. La especulación con la especulación: el negocio con derivados en la parte II. El capital financiero desarrolla su poder crediticio: la acumulación del capital ‚ficticio’ de este artículo.

[ 17 ] La quiebra de una subdivisión del mercado de derivados en 2007 ha terminado siendo un caso así. Véase las publicaciones al respecto de esta crisis en gegenstandpunkt.com

[ 18 ] Estos „Derechos“ definidos como una „moneda compuesta“ constituida de las cuatro divisas actualmente de „libre uso“ se asignan a todos los miembros por volúmenes concertados según sus cuotas; bancos centrales los cambian en activos líquidos.

Originalmente estos „DEG“ se inventaron para que las naciones capitalistas pudiesen disponer en toda regla de sumas de dinero mayores que las escasas reservas de divisas puesto que la cantidad de dinero mundial, dólares con cobertura en oro que salían al mundo, no era suficiente. El problema se resolvió rápida y radicalmente con el aumento vertiginoso de los déficits, las exportaciones de capital y la suspensión del patrón oro y de los tipos de cambio fijos entre el dólar y otras monedas nacionales. El Banco Central de Alemania lo comenta retrospectivamente en tono crítico:“El temor de que a causa de los déficits de la balanza de pagos de EEUU ya no se produjeran en lo futuro dólares en cantidad suficiente para proveer a los demás países con reservas suficientes de divisas motivó en 1969 la creación del sistema de los Derechos Especiales de Giro (DEG). Ideados como nuevo medio de reserva estos debían remediar la escasez prevista de dólares y satisfacer la necesidad global de reservas de divisas. Al mismo tiempo se sustituyeron el oro y el dólar, moneda de reserva y patrón, como referencia central (Numéraire) en el FMI por los DEG. En cambio, el desarrollo efectivo no resultó hacia finales de los sesenta/principios de los setenta en una escasez de dólares, sino en una oferta excesiva de reservas de dólares. Como las existencias de dólares de los bancos centrales fuera de EEUU venían superando las existencias de oro de EEUU y ya no parecía garantizada la convertibilidad del dólar en oro, una piedra angular del sistema de paridades, se produjo una crisis de confianza. La creación del sistema de los DEG se fundaba por último en una estimación errónea del desarrollo posterior.“ (Deutsche Bundesbank: Weltweite Organisationen…, p.15) Entretanto está bien claro que este juicio mismo se basaba en cierta estimación errónea: puesto que los apuros financieros de miembros del FMI han aumentado a causa de la crisis, se han redescubierto los DEG para incrementar la liquidez internacional de los bancos centrales con sus balances puestos a prueba; su circulación se ha multiplicado por diez. (IMF, Factsheet Special Drawing Rights, December 9, 2010)

[ 19 ] Descuella entre éstos la RP China. La comunidad de los expertos y sobre todo sus socios comerciales 'occidentales' opinan que está a punto de establecerse como emisor de una moneda mundial globalmente respetada. Sin embargo, el partido gubernamental anda con cuidado en este asunto. Le consta obviamente que hay gran diferencia político-económica entre solvencia nacional por y con los medios de un Tesoro del estado por muy grande que sea y así siga creciendo y la facultad de disponer de un dinero crediticio que la banca utiliza globalmente como equivalente general y medio comercial. En todo caso cuenta con que los profesionales de este sector, si pudiesen emplear libremente el dinero chino, especularían desenfrenadamente con la revaluación de éste destruyendo de esta manera una condición importante del éxito de la nación como exportadora y con esto del enriquecimiento por el dinero de los países más potentes del capitalismo global sin conceder al renminbi la calidad de dinero mundial que se utiliza mundialmente. Para esto hace falta mucho más que la exportación de grandes cantidades de mercancías –o sea por lo menos la exportación de capital al mundo entero en esta moneda logrando así su uso general en los mercados de capital como unidad de valor para carteras de capital ficticio y valores derivados además de ser medio de pago para los negocios emprendidos ahí–. El Gobierno trabaja para progresar en este terreno; bien es verdad que todavía no ha hecho libremente convertible su moneda, pero exige insistentemente que se incluya en la cesta de monedas que define los Derechos Especiales de Giro (DEG) del FMI. Por de pronto el FMI no lo admite: el „Chinese renminbi“ todavía no cumple los criterios del Fondo para „a free usable currency“ (IMF, Review of the Method of Valuation of the SDR, 2010).

[ 20 ] La competencia de las grandes potencias de la economía mundial se destaca, también hoy día en la primera gran crisis financiera del siglo XXI, por el hecho de que los políticos más progresistas se acuerdan de antiguas y respetables recetas para asegurarse ganancias exclusivas en el mercado mundial, es decir por una política comercial proteccionista y una política monetaria correspondiente. Cosechan crítica también componentes esenciales del sistema crediticio global, sobre todo el papel aún dominante del dólar americano, pero asimismo los tipos de cambio flotantes entre las grandes monedas mundiales. Por lo demás se entiende como natural que en el interior no se escatiman esfuerzos para compensar la pérdida de potencia capitalista por el abaratamiento del pueblo, de su porción aún empleada y especialmente de aquella otra sin utilidad en la economía del mercado: cierto, la depauperación es la fuerza productiva más floja para la competencia internacional, pero se puede realizar solo con los medios de la responsabilidad política en el interior.

[ 21 ] Los principios de la economía política del Socialismo real se explican en el artículo „Perestroika. Moral, en vez de socialismo. Una crítica marxista de la economía y la política de la Unión Soviética“. Véase gegenstandpunkt.com

 


Traducción del análisis de la revista política alemana GegenStandpunkt, edición 1-11. www.gegenstandpunkt.com/espanol

 


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